SAN IGNACIO DE LOYOLA, PRESBÍTERO
«El reino de los cielos se parece también a la red que se echa al mar y atrapa toda clase de peces; cuando está llena, la sacan a la orilla y sentándose recogen los buenos en canastos» Mt 13,47-48.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,47-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente «El Reino de los Cielos se parece también a la red que se echa al mar y atrapa toda clase de peces; cuando está llena, la sacan a la orilla y, sentándose, recogen los buenos en canastos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Han entendido bien todo esto?». Ellos le contestaron: «Sí». Entonces Jesús les dijo: «Todo escriba que se haya hecho discípulo del reino de los cielos, se parece a un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo». Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Una cosa sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios. El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo» (Karl Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy).
Hoy celebramos a San Ignacio de Loyola, patrono de los ejércitos espirituales, fundador de la Compañía de Jesús y creador de los ejercicios espirituales. Íñigo López de Loyola nació en Azpeitia, en Guipúzcoa, España, en el año 1491, en el seno de una familia noble en decadencia. Su deseo de gloria humana lo llevó a ejercer la carrera militar. A los treinta años fue herido gravemente en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona, atacado por los franceses.
Durante su convalecencia, la lectura de los libros «La vida de Cristo» y el «Año Cristiano», que es la historia del santo de cada día, lo impulsó a duras prácticas de penitencia y reparación, durante las cuales escribió la mayor parte de su famosos Ejercicios espirituales.
Luego de abandonar la vida solitaria, estudió en España y en París; en esta última ciudad formó un grupo con seis compañeros con quienes fundó la Compañía de Jesús con el lema “A mayor gloria de Dios”. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. Los siete hicieron votos de ser pureza, obediencia y pobreza, el día 15 de agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Ignacio murió en Roma el 31 de julio de 1556. Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 junto con san Francisco Javier, su compañero de la primera hora.
El pasaje evangélico de hoy presenta la última de las siete parábolas del discurso de Jesús que Mateo ha recogido en el capítulo 13: la parábola de la red echada al mar. El texto también presenta la conclusión con la que Jesús termina el discurso, que es una expresión corta sobre lo nuevo y lo viejo.
En la lectura Jesús insiste en el juicio final, al igual que en la parábola de la cizaña: el fuego consumirá a la cizaña y los peces malos serán desechados. De esta manera, Nuestro Señor Jesucristo muestra lo decisivo que significa para cada persona su respuesta de adhesión o no al Reino de los Cielos. Y, con la conclusión sobre lo nuevo y lo viejo, Jesús hace ver que su presencia y su Palabra infunden en la vida de toda la humanidad una fuerza y ánimos siempre nuevos.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces…» (Mt 13,47). La red no discrimina: acoge a todos, sin excepción. Esta imagen revela la amplitud de la misericordia de Dios. En ella caben los buenos y los malos, los justos y los pecadores, los tibios y los ardientes. Pero también hay un final: «Cuando está llena, la sacan a la orilla y, sentándose, recogen los buenos en canastos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los buenos y los echarán al horno encendido».
Esta parábola nos remite al juicio, pero no como una amenaza, sino como una llamada urgente a la conversión. El tiempo presente es el tiempo de la red; el futuro, el de la selección. San Pablo lo decía: «Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo» (2 Co 5,10). Y en Apocalipsis 20,12 se describe el juicio donde «los libros fueron abiertos… y los muertos fueron juzgados según sus obras».
En el fondo, esta parábola es un espejo. ¿En qué parte de la red estoy? ¿Soy parte de lo bueno que se guarda o de lo que se rechaza? La red es también la Iglesia: católica, abierta, misionera. Pero no basta estar dentro, hay que vivir en fidelidad al Evangelio. Como escribió Benedicto XVI: «El juicio no es una condena arbitraria, sino la revelación de lo que somos realmente».
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que has suscitado en tu Iglesia a San Ignacio de Loyola para propagar la mayor gloria de tu nombre, concédenos que, combatiendo en la tierra con su protección y su ejemplo, merezcamos ser coronados con él en el cielo.
Amado Jesús, Maestro de la humildad, mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio y permíteles alcanzar la vida eterna en el cielo.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplar esta parábola es contemplar el tiempo de la paciencia divina. Dios lanza su red, una y otra vez, sabiendo que recogerá lo bueno y lo malo, pero dándole a cada alma la oportunidad de cambiar. Es tiempo de gracia. El mar del mundo es profundo, convulso, misterioso; pero el Reino se filtra en él como red salvadora. Jesús nos invita a vivir con responsabilidad: no somos espectadores, somos peces conscientes. Podemos nadar hacia la red de la salvación o hacia los abismos de la indiferencia.
Hagamos los siguientes propósitos: examinarnos al final del día: ¿qué pensamientos, palabras o actos me acercaron hoy al Reino? Practicar una obra de misericordia cada semana por lo menos, como signo de pertenencia a la red del bien. Rezar con frecuencia: “Señor, purifica mi corazón, hazme digno de ser hallado entre tus elegidos”.
Como dice el Salmo: «Examíname, oh, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos» (Sal 139,23). Contempla y conviértete. El Reino está cerca.
Contemplemos a Dios con un texto de san Ignacio de Loyola en Ejercicios espirituales, 23:
«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su alma. Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, para que le ayuden en la prosecución del fin para qué es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden.
Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido. En tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás. Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.