LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN JUAN MARÍA VIANNEY, EL SANTO CURA DE ARS

«Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños» Mt 14,21.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en una barca, a un sitio tranquilo y apartado. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús la muchedumbre, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a los poblados y compren algo de comer». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, denles ustedes de comer». Ellos le replicaron: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Tráiganmelos». Mandó a la gente que se sentara sobre la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos y los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Me postré consciente de mi nada, y me levanté sacerdote para siempre» (Santo Cura de Ars).

San Juan Bautista María Vianney nació en Dardilly, en Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Nació de una madre profundamente religiosa, de la que recibió la santa fe, aprendiendo a amar a Dios y a rezar. Desde temprana edad amó a Nuestra Santísima Madre. Su alma fue arrebatada de forma sobrenatural hacia las cosas más elevadas, respondiendo a su vocación. Tuvo que luchar contra muchos obstáculos y contradicciones. Su espíritu de profunda fe lo sostuvo en todas estas batallas, especialmente, como confesor infatigable.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad. El 3 de octubre de 1874, Juan Bautista María Vianney fue proclamado Venerable por Pío IX y el 8 de enero de 1905, fue inscrito entre los Beatos y canonizado el 21 de mayo de 1925 por Pío XI. El Papa Pío X lo propuso como modelo para el clero.

El milagro de la multiplicación de los panes que meditamos hoy tiene tres significados fundamentales: en primer lugar, tiene un sentido mesiánico ya que puede ser entendido como la distribución del nuevo maná, aludiendo al alimento que Moisés dio al pueblo judío en el desierto, camino hacia la tierra prometida.

En segundo lugar, tiene un sentido de Iglesia, ya que encarga a los discípulos la distribución de los panes bendecidos por él a la muchedumbre. De esta manera, refuerza la fe de los discípulos en su poder divino y en la misión de la Iglesia para extender la Palabra a toda la humanidad.

El tercer significado prefigura a la Eucaristía en la última cena, así como el reconocimiento de Jesús como el pan vivo bajado del cielo, que sacia nuestra hambre espiritual en forma permanente.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Ante todo, la gracia es un pensamiento que nos inclina a hacer el bien y evitar el mal. Entremos en algunos detalles familiares, a fin de que lo comprendas mejor y veas cuándo eres fiel a la gracia y cuándo resistes a ella. Por la mañana, al despertarte, Nuestro Señor te sugiere el pensamiento de consagrarle tu corazón, ofrecerle los trabajos del día, y rezar enseguida, de rodillas, las oraciones de la mañana. Si lo practicas así, prontamente y de todo corazón, sigues el movimiento de la gracia». Santo Cura de Ars.

«Denles ustedes de comer» (Mt 14,16): esta es la palabra que resuena como fuego en medio de la indiferencia. El Maestro no ignora el hambre del pueblo, pero tampoco delega su solución: llama a sus discípulos a entrar en la lógica de la compasión activa. No basta contemplar el dolor: hay que responder con amor encarnado.

Cinco panes y dos peces… la insignificancia que, en manos de Cristo, se torna banquete. Esta escena es una profecía eucarística y una catequesis sobre la providencia. En Juan 6, Jesús revelará que Él mismo es el Pan de Vida. Aquí, en el pasaje evangélico de hoy, anticipa su don total, multiplicando el poco pan ofrecido con fe. Esta multiplicación también se relaciona con 2 Reyes 4,42-44, donde Eliseo multiplica panes, prefigurando al Mesías. Y nos recuerda la viuda de Sarepta, que compartió su última harina con Elías (1 Re 17,12-16). Cada gesto de compartir abre la puerta a la intervención divina. El problema no es la escasez, sino el egoísmo.

Jesús alza los ojos al cielo, bendice y parte. Este es el lenguaje de la Eucaristía, el arte de transformar lo poco en milagro. «Dichoso el que piensa en el débil y el pobre», dice el Salmo 41. En cada acto de caridad, Cristo vuelve a multiplicar el pan de la esperanza.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios de poder y misericordia, que hiciste admirable a San Juan María Vianey, presbítero, por su celo pastoral, concédenos, por su ejemplo e intercesión, ganar para Cristo nuevos hermanos en el amor y poder alcanzar con ellos la gloria eterna.

Santo Cura de Ars, tú conoces el deseo de mi alma. Quiero servir a Dios de mejor manera. De Él he recibido muchas cosas buenas; por eso te pido que intercedas por mí para ser valiente y obtener, especialmente, una profunda fe. Patrón de los sacerdotes, ruega por nosotros y por todos los sacerdotes.

Espíritu Santo, ilumina nuestra mente y corazón para que seamos capaces de reconocer a Nuestro Señor Jesucristo en todo acto de caridad fraterna.

Padre eterno y misericordioso, tú que nos otorgas la salvación que nos libra de nuestros enemigos, te suplicamos que recibas en tu Reino a las benditas almas del Purgatorio.

Madre Santísima, Reina de los ángeles, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Miro al Maestro que parte el pan… No habla mucho, no impone, no amenaza. Simplemente mira al cielo, bendice, parte y da. ¡Oh silenciosa enseñanza del amor! En un mundo saturado de palabras, Cristo habla con gestos que alimentan. Hoy, en medio de la abundancia y del desperdicio, el hambre sigue gritando. Hambre de alimento, pero también de sentido, de ternura, de presencia. La contemplación de este milagro me lleva a preguntarme: ¿A quién debo alimentar hoy? ¿Qué bienes conservo que deberían ser compartidos? ¿Qué “cinco panes” y “dos peces” me pide hoy el Señor?

Que cada lector contemple a Cristo Eucaristía y se deje moldear por su compasión. El propósito de hoy puede ser concreto: preparar una comida para alguien solo; donar sin que lo sepan; ofrecer tiempo, escucha, consuelo. Y, ante todo, asistir a la Santa Misa con renovada gratitud, porque allí el milagro no cesa. Como enseñaba San Juan Pablo II: «La Eucaristía educa en el amor concreto, que se entrega sin reservas». Dejemos que ese amor transforme nuestra pobreza en bendición.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Louis Evely:

«Hoy, como hace dos mil años, Cristo ve venir hacia él muchedumbres numerosas que tienen hambre, por las que siente compasión, a las que llama, a las que pide el corazón. Hoy como entonces, las provisiones, los recursos de la Iglesia, parecen irrisorios. Jesús pide, antes que nada, un acto de confianza, un gesto de abandono en sus manos; les dice: “Sentaos”.

Intentemos comprender: les ha pedido, naturalmente, lo que más les costaba. Mientras estaban de pie, no dependían más que de ellos mismos, tenían la posibilidad de irse a comer a sus casas… Es decir, podían marcharse. Ahora bien, al sentarse, renunciaban a bastarse a sí mismos, a arreglárselas por ellos mismos; dependían de él, estaban entregados, como las hostias sobre la patena del ofertorio.

Me parece que muchos dudaron ante aquella invitación. ¿Qué habríamos hecho nosotros en su lugar? Al final algunos se sentaron y otros lo hicieron a continuación. Y por fin llegó el gran momento, cuando se sentaron los cinco mil. Después empezó a circular el pan, pero el milagro ya había tenido lugar antes. El milagro más grande lo había obtenido el Señor de ellos: el milagro de su fe y de su amor.

¿Y nosotros? ¿Creemos en él? ¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre? Nos diría antes de cualquier milagro: “¿Crees en mí? ¿Crees que puedo cambiar tu vida, llenarla, renovarla? ¿Crees que soy bastante poderoso y que te amo bastante para que puedas vivir, gracias a mí, una vida diferente de la que has vivido hasta ahora, de la que has vivido sin mí?”.

Queremos creer, sí, pero no vivimos de la fe. Siempre tendremos razones, óptimas razones, para no creer. La fe seguirá siendo siempre un acto por encima de nuestras fuerzas naturales, una gracia a la que debemos abrirnos, una oscuridad que debemos soportar. Tener fe significa tener bastante luz para soportar un margen de oscuridad. Cuanto más oremos, más nos comunicaremos, más amaremos a Dios y a nuestro prójimo, y más convencidos estaremos de la realidad y de la presencia del objeto de nuestra fe».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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