LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

«Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta» Mt 13,57.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,54-58

En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta». Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Pasar de la incredulidad a la fe es un salto difícil. Se trata de un don de Dios y, a la vez, de mantener una actitud honrada por parte de la persona. En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción de fe de una persona. En Nazaret, el origen sencillo de Jesús (le esperaban más solemne y glorioso). Para los dirigentes del pueblo, la valentía y la exigencia del mensaje que predicaba. Unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. Muchos no llegaron a creer en él: “vino a su casa y los suyos no le recibieron”. Los que creyeron fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino» (José Aldazabal).

Hoy celebramos a San Alfonso María Ligorio, quien, con otros sacerdotes, fundó la Congregación del Santísimo Redentor o Padres Redentoristas. Dedicó su vida a la evangelización de los pobres.

El pasaje evangélico de hoy es el texto final del capítulo 13 de Mateo, denominado “Jesús en la sinagoga de Nazaret”; se ubica también en Mc 6,1-6 y en Lc 4,16.22-30. La escena se sitúa en Nazaret, la aldea que vio crecer al Hijo del Hombre. Es una pequeña aldea galilea, alejada del poder político de Jerusalén y del bullicio comercial de las grandes ciudades. En ese mundo agrícola y tradicional, donde todos se conocían, el peso de los lazos familiares y sociales era muy fuerte. Cualquier desviación de lo conocido generaba sospecha, cuando no abierta desconfianza.

Israel vivía la esperanza de un Mesías glorioso, un descendiente de David que liberaría al pueblo de la opresión romana. Pero Jesús, el carpintero, hijo de María, que había compartido el polvo de las calles y la vida ordinaria del pueblo, no encajaba en esos esquemas. La familiaridad con lo humano impedía reconocer lo divino. El escándalo del misterio de la Encarnación comenzaba a revelarse: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14), pero fue rechazado por los suyos (cf. Jn 1,11).

Políticamente, el dominio romano mantenía a Israel bajo un yugo humillante. Los celotes soñaban con una rebelión, los fariseos con una reforma legalista, los saduceos con mantener su poder. Jesús, con su autoridad humilde y una sabiduría que desarma, rompe todas las expectativas, y por eso, también, es rechazado.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Jesús vuelve a su tierra, a su Nazaret, a los rostros conocidos de su infancia. Y, sin embargo, lo reciben con frialdad y escepticismo. «¿No es éste el hijo del carpintero?». La pregunta no busca una respuesta, sino una negación: no puede ser el Mesías alguien tan común.

La fe tropieza cuando se encierra en las apariencias. La familiaridad con lo cotidiano nos vuelve ciegos al misterio. Jesús enseña en la sinagoga con sabiduría divina, pero ellos no lo escuchan con los oídos del corazón. Como dice San Pablo: «Vivimos por la fe, no por la vista» (2 Co 5,7).

Este rechazo no es un episodio aislado. Es el eco del rechazo en Getsemaní (Lc 22,47-53), del desprecio en el Gólgota (Mc 15,29-32), y de las lágrimas sobre Jerusalén (Lc 19,41-44). El Salvador llora cuando el corazón se cierra.

También hoy rechazamos a Cristo cuando lo reducimos a la costumbre. La rutina puede ser el sepulcro del asombro; y sin asombro, la fe se marchita. Como escribió Benedicto XVI: «El problema del hombre moderno no es que rechace a Dios, sino que se ha vuelto incapaz de asombrarse ante Él».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que suscitas continuamente en tu Iglesia nuevos ejemplos de santidad, concédenos la gracia de imitar en el celo apostólico a tu obispo san Alfonso María de Ligorio, para que podamos compartir en el cielo su misma recompensa.

Amado Jesús, tú que te presentaste ante tu pueblo como verdadero Dios y verdadero hombre, concédenos la gracia de mirar al prójimo con los ojos del corazón y no nos guiemos por las apariencias.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, envía tu luz desde el cielo e ilumina nuestras mentes para reconocer a Dios en todas las circunstancias de nuestras vidas.

Padre eterno y misericordioso, te suplicamos que recibas en tu Reino a las almas del Purgatorio; de manera especial, te pedimos por los agonizantes y por las almas que más necesitan de tu misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre del Amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplar a Cristo rechazado es contemplar el dolor de un amor no acogido. Jesús no se impone, propone; no grita, susurra; no fuerza, invita. Y si no encuentra fe, se retira en silencio. No por debilidad, sino por respeto al misterio de la libertad.

En cada Eucaristía, Él vuelve a Nazaret. En cada tabernáculo, en cada página del Evangelio, en cada rostro necesitado. Y nosotros, ¿lo reconocemos? Contemplar este pasaje es preguntarse: ¿he hecho de mi vida un espacio de acogida o de indiferencia? ¿Estoy dispuesto a descubrir al Señor en lo que me parece pequeño, común, aburrido?

Te propongo lo siguiente: recupera la devoción a lo cotidiano: bendice la mesa, escucha la Palabra, sonríe a los tuyos. Visita un sagrario en silencio. Aprende a reconocer al Nazareno oculto. Valora lo que parece insignificante: un gesto de ternura, una oración breve, una visita inesperada. Ahí está Dios. Como enseñó San Juan Pablo II: «El que no sabe admirar, no sabrá adorar». Contemplar a Jesús en Nazaret es aprender a adorar en lo común y corriente.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Clemente de Alejandría:

«De este modo, se nos exhorta al deber de venerar y honrar al Hijo, es decir, el Logos, persuadidos por la fe de que él es el salvador y el guía, y, a través de él, lo es el Padre. Y debemos hacerlo no en días escogidos, como otros pretenden, sino continuamente, durante toda la vida y de todos los modos.

De ahí que el “gnóstico” honre a Dios no en un lugar determinado, ni en un templo especial ni tampoco en festividades y días fijos, sino durante toda la vida, ya se encuentre solo o tenga consigo a compañeros de fe. Si la presencia de una persona buena educa y forma siempre en el mejor de los sentidos al que se le acerca, en virtud de la atención que le presta y el respeto que le inspira, aquel que siempre, incesantemente, está cerca de Dios con la gnosis, con la vida, con su acción de gracias, ¿no es lógico que sea tanto más superior a sí mismo y en todo, dado que contempla todas sus obras y oye todas sus palabras y su disposición interior?

Así es el que está convencido de la omnipresencia de Dios y considera que no está encerrado en lugares determinados, para poder abandonarse a toda licencia noche y día, cuando cree que está lejos de él. Transcurriendo así toda la vida en fiesta, convencidos de que en todas partes y en todo lugar estamos junto a Dios, trabajamos los campos alabándole, navegamos cantándole y nos comportamos siguiendo la norma correcta en toda nuestra conducta de vida».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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