«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» Mt 16,16.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,13-23
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».
Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a los discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Aléjate de mí Satanás, que me haces tropezar, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La fe verdadera acoge el misterio del sufrimiento… Así también nosotros: confesamos a Cristo con fe, pero debemos estar dispuestos a seguirlo hasta el Gólgota. Entonces, nuestra confesión será verdadera, y nuestra vida, edificada sobre la roca» (San Juan Crisóstomo).
En el pasaje evangélico de hoy, teniendo como inicio la pregunta de Jesús a sus discípulos, se aprecian cinco segmentos: (1) Jesús es identificado por la gente; (2) La profesión de fe de Pedro; (3) Jesús designa a Pedro como piedra fundacional de la Iglesia; (4) La reacción de Pedro ante el primer anuncio que Jesús hace de su pasión, muerte y resurrección; y (5) Jesús recrimina a Pedro.
Pedro vio la pasión y la muerte de Jesús como un fracaso, por eso Jesús lo increpa. Es una recriminación que sigue vigente, que atraviesa los siglos y llega hasta nosotros. El mensaje es claro: no veamos las cosas desde el ego, sino desde la sabiduría que lo rige todo, porque Jesús no es poder que somete, sino bondad y misericordia, en suma, amor extremo.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? … Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?». La pregunta de Jesús atraviesa los siglos y llega hasta lo más hondo del corazón. No es solo una cuestión doctrinal, sino existencial. El Señor no busca definiciones abstractas, sino una confesión que brote de la intimidad, del amor, de la experiencia viva.
Pedro responde con fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús lo bendice. Pero ¡qué abismo se abre inmediatamente después! El mismo Pedro, que ha confesado con el corazón iluminado por el Padre, se convierte en piedra de tropiezo cuando se opone a la cruz. ¿Cómo entender esto? Así es nuestro caminar de fe: claridades y oscuridades, momentos de luz seguidos por la resistencia al misterio del sufrimiento. Jesús no quiere seguidores de un mesianismo cómodo. Él es el Mesías crucificado (1 Cor 1,23), el Siervo doliente (Is 53), la piedra rechazada (Sal 118,22) que será fundamento eterno.
Este pasaje dialoga con otros momentos clave del Evangelio: el bautismo en el Jordán (Mt 3,17), la confesión de Tomás (Jn 20,28), y la pregunta que el mismo Jesús dirigirá a Marta ante la tumba de Lázaro: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). En todos ellos, la fe se vuelve encuentro y respuesta.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, concédenos a través del Espíritu Santo una fe inquebrantable y decidida como la de San Pedro, para que demos testimonio valiente de tu amor en un mundo cada vez más alejado de ti.
Amado Jesús, justo juez, misericordia pura, ten compasión de los difuntos, especialmente de aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.
Madre Santísima, tú, que eres el modelo para todos los evangelizadores, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Mira a Jesús en Cesarea de Filipo. Escucha su voz. Siente cómo su pregunta cala tu interior: «Y tú, ¿Quién dices que soy yo?». No respondas desde la costumbre. No desde lo aprendido. Responde desde tu alma: ¿quién es Él para ti en medio del dolor? ¿Quién es Él cuando todo está en silencio? Hoy, como Pedro, puedes reconocer a Cristo… y en el mismo instante oponerte al camino de la cruz. Pero Jesús no aparta su mirada. Él te ama, aun cuando tu fe tropiece. Él ve tu corazón, más allá de tus miedos.
Te propongo lo siguiente: al comenzar el día, repite en silencio: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Medita tu respuesta personal a la pregunta de Jesús. Escríbela. Léela en oración. Y acepta con humildad las cruces cotidianas; son parte del camino del verdadero Mesías. Decía San Juan Pablo II: «No tengan miedo. Abran de par en par las puertas a Cristo». Él es el único que conoce el corazón humano.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un comentario de Beda el Venerable:
«La lectura del santo evangelio que habéis acabado de escuchar ahora, hermanos, debe ser meditada con una gran atención y mantenida bien en la mente por el hecho de que demuestra la gran fuerza de la fe perfecta contra todas las tentaciones. Si queremos saber de qué modo debemos creer en Cristo, nada más claro que lo que dice Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Si después queremos aprender lo que vale esa fe, nada es más evidente que lo que dice el Señor sobre la Iglesia: “Y el poder del infierno no la derrotará”.
Llegado Jesús al territorio de Cesarea de Filipo, interrogaba a los discípulos diciendo: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Respondió Simón Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Notad la maravillosa distinción por la que, al verse obligados tanto Jesús como su fiel discípulo a expresar una opinión sobre las dos naturalezas de nuestro Señor y Salvador, el Señor indica la humildad de la naturaleza asumida, el discípulo, en cambio, afirma la excelencia de la eternidad divina.
El Señor dice de sí mismo lo que es menor; el discípulo dice de él lo que es mayor. El Señor dice de sí que ha sido creado para nosotros; el discípulo dice que es él quien nos ha creado. Así, el Señor acostumbra a llamarse a sí mismo en el evangelio con mucha más frecuencia Hijo del hombre que Hijo de Dios, para recordarnos la tarea que ha asumido para nosotros. Por eso es necesario que nosotros con la mayor humildad veneremos la alteza de su divinidad; si, efectivamente, llevamos siempre en nuestra mente con una intención piadosa el poder de la divinidad por la que hemos sido creados, también nosotros como Pedro seremos recompensados con el premio de la bienaventuranza eterna.
“Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pedro, que antes se llamaba Simón, recibe del Señor el nombre de Pedro porque se ha adherido con un propósito firme y tenaz a aquel de quien se ha escrito: “La piedra era Cristo” (1 Cor 10,4). Sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia, porque solo con la fe y el amor de Cristo, o sea, gracias a la asunción de los sacramentos de Cristo, gracias a la observancia de los preceptos de Cristo, es posible conseguir la suerte de los elegidos y la vida eterna, como dice el apóstol: “Nadie puede poner un cimiento distinto del que ya está puesto, y este cimiento es Jesucristo” (1 Cor 3,11)».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.