SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, PRESBÍTERO
«El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» Mt 16,24.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,24-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en su reino».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Domingo de Guzmán, este gran santo nos recuerda que en el corazón de la Iglesia debe arder siempre un fuego misionero, que impulsa incesantemente a llevar el primer anuncio del Evangelio y, donde sea necesario, a una nueva evangelización: de hecho, Cristo es el bien más precioso que los hombres y las mujeres de todo tiempo y de todo lugar tienen derecho a conocer y amar. Y es consolador ver cómo también en la Iglesia de hoy son tantos —pastores y fieles laicos, miembros de antiguas órdenes religiosas y de nuevos movimientos eclesiales— los que con alegría entregan su vida por este ideal supremo: anunciar y dar testimonio del Evangelio» (Benedicto XVI).
Hoy celebramos a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Predicadores, orden dedicada al servicio del prójimo a través de la oración y el ministerio de la Palabra. El Señor le dio a Santo Domingo de Guzmán la misión de predicar y anunciar a Nuestro Señor Jesucristo por todo el mundo.
El pasaje evangélico de hoy, referido a las condiciones del discipulado, tiene lugar dentro del marco del seguimiento. Él acaba de anunciar su pasión y muerte, y ahora, con una solemnidad que traspasa los siglos, habla del precio del discipulado. La escena tiene lugar en la región de Cesarea de Filipo, donde Pedro ha confesado a Jesús como el Mesías, pero ha sido corregido por pensar según criterios humanos.
En el contexto del siglo I, seguir a un maestro no era simplemente una adhesión ideológica, sino una entrega total: compartir su vida y su destino. La cultura judía conocía la figura del “rabino”, pero Jesús introduce algo nuevo: el seguimiento pasa por la cruz, por la negación de uno mismo, por el perder la vida para hallarla.
En una sociedad que buscaba seguridad bajo el dominio romano, estas palabras eran subversivas. Invitan a renunciar al ego, al poder, a la autosuficiencia. En un mundo donde salvar la vida significaba poder, estatus y dominio, Jesús propone la paradoja de que solo perdiendo la vida por Él se la gana verdaderamente. Su voz resuena más allá del tiempo y del espacio, interpelando a cada generación.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». No hay medias tintas. No hay camino cristiano sin cruz. Jesús traza el perfil del discípulo con tres verbos que son, en realidad, actos de amor radical: negarse, cargar y seguir.
Negarse a uno mismo no es despreciarse, sino poner a Cristo en el centro. Es abandonar el trono del ego, para que lo ocupe el Señor. Tomar la cruz no es buscar el sufrimiento, sino asumir la vida con todo lo que implica: luchas, pérdidas, heridas… pero por amor. Y seguirlo es mirar sus huellas y pisarlas, aun cuando conduzcan al Calvario.
Este mensaje tiene eco en otros pasajes del Evangelio: «Quien ama su vida la perderá» (Jn 12,25), «El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,27), «El que persevere hasta el fin, ese se salvará» (Mt 10,22). El Reino se construye con testigos que no se rinden. Santo Domingo de Guzmán comprendió esta lógica. Fundó la Orden de Predicadores no para el confort espiritual, sino para predicar la Verdad con la vida, aún a costa de su vida. Su existencia fue un eco fiel de estas palabras del Maestro.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Te pedimos, Señor, que Santo Domingo de Guzmán, insigne predicador de tu verdad ayude a tu Iglesia con sus enseñanzas y sus méritos e interceda piadosamente por nosotros.
Santo Domingo de Guzmán, tú que considerabas a la familia como la “iglesia doméstica” y primera comunidad evangelizadora, intercede ante la Santísima Trinidad por todas las familias del mundo, para que sean el reflejo de la Sagrada Familia.
Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, concédenos a través del Espíritu Santo la fortaleza para seguirte en medio de las dificultades que se nos presentan día a día y de las oposiciones del mundo a tu amor. Llena nuestras almas de paz y de alegría en medio de las tribulaciones.
Amado Jesús, tú que generaste las más hermosas respuestas de seguimiento de tus discípulos, despierta las vocaciones de seguimiento radical que están, especialmente, en los jóvenes.
Santísima Trinidad, te pedimos por los dirigentes políticos, para que busquen la justicia y no intereses individuales o partidarios, concédeles la gracia de la Sabiduría para que puedan guiar al mundo hacía la justicia y la paz.
Amado Jesús, justo juez, acudimos a ti para implorar tu misericordia por todas las almas del purgatorio, especialmente, por aquellas que más necesitan tu divina misericordia.
Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Detente. Cierra los ojos. Mira a Cristo con la cruz sobre los hombros. No es una imagen estática, es una invitación viva. Él camina, y su mirada te busca. No quiere admiradores, sino seguidores. Su camino no es de triunfo externo, sino de victoria interior. ¿Te atreves a cargar tu cruz? ¿A dejar que tus planes cedan ante los suyos? ¿A amar cuando no es fácil, a servir cuando duele, a perdonar cuando todo grita venganza?
Te propongo lo siguiente: examina tu día y detecta actitudes de autoafirmación que te alejan de la cruz; entrégalas en oración. Realiza un gesto concreto de servicio silencioso, sin buscar reconocimiento. Repite cada mañana: “Señor, ayúdame a seguirte, incluso hasta el Calvario”.
Contemplar a Cristo crucificado es dejar que Él modele nuestro corazón con los clavos del amor. Como decía Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida». Ese horizonte tiene forma de cruz y resurrección.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una reflexión de Santa Teresa de Calcuta, narrada por José Luis González-Balado:
«Durante una de sus estancias en la clínica romana Salvator Mundi, donde fue ingresada dos o tres veces a causa de sus problemas de corazón, la madre Teresa reflexionó sobre quién era para ella Jesús de Nazaret. Y, tal vez a petición de alguien o por el deseo de compartir con sus hermanos el fruto de aquella meditación, puso por escrito sus conclusiones. Unas conclusiones que respondían a la pregunta “¿Quién es Jesús para mí?”
Y escribió:
“Para mí, Jesús es el Verbo hecho carne. El Pan de la vida. La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados. El Sacrificio ofrecido en la santa misa por los pecados del mundo y por los míos propios.
La Palabra, para ser dicha. La Verdad, para ser proclamada. El Camino, para ser recorrido. La luz, para ser encendida. La Vida, para ser vivida. El Amor, para ser amado. La Alegría, para ser compartida. El Sacrificio, para ser dado a otros.
El Pan de Vida, para que sea mi sustento. El Hambriento, para ser alimentado. El Sediento, para ser saciado. El Desnudo, para ser vestido. El Desamparado, para ser recogido. El Enfermo, para ser curado. El Solitario, para ser amado. El Indeseado, para ser querido. El Leproso, para lavar sus heridas. El Mendigo, para darle una sonrisa. El Alcoholizado, para escucharlo. El Deficiente Mental, para protegerlo. El Pequeñín, para abrazarlo. El Ciego, para guiarlo. El Mudo, para hablar por él. El Tullido, para caminar con él. El Drogadicto, para ser comprendido en amistad. La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga. El Preso, para ser visitado. El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios, Jesús es mi esposo, Jesús es mi vida, Jesús es mi único amor, Jesús es mi todo”».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.