«Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre despiertos; les aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo» Lc 12,37.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque el padre de ustedes ha tenido a bien darles el reino. Vendan sus bienes y den limosna; consíganse bolsas que no se desgasten, y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acercan los ladrones ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Ustedes estén como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre despiertos; les aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprendan que, si supiera el dueño de la casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría asaltar su casa. Lo mismo ustedes estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre».
Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esta parábola por nosotros o por todos?». El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimentos a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Les aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi Señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y a las criadas, y se pone a comer y a beber y a emborracharse, llegará el Señor de aquel criado el día y a la hora que menos espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que conoce la voluntad de su señor, pero no está preparado o no hace lo que él quiere, recibirá un castigo muy severo. En cambio, el que, sin conocer esa voluntad, hace cosas reprobables, recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
———–
«Nos conviene estar atentos y vigilantes acerca de la obra de salvación que se está realizando en nosotros. Con una admirable sutileza y con la delicadeza del arte divino, el Espíritu Santo realiza continuamente esta obra en lo más íntimo de nuestro ser… Debemos tener nuestra mirada siempre atenta y el corazón abierto de par en par para recibir esta bendición generosa del Señor» (San Bernardo de Claraval).
El pasaje evangélico de hoy está integrado por dos textos: el primero, entre los versículos 32 y 34, en el que Jesús habla del verdadero tesoro que se encuentra en el reino de los cielos. Y el segundo, entre los versículos 35 y 48, en el que a través de dos parábolas Jesús se refiere a la calidad del servicio y a la vigilancia espiritual.
Ante la pregunta de Pedro, queda claro que las dos parábolas del segundo texto están dirigidas a toda la humanidad. En cuanto, a los apóstoles y a quienes conocemos cómo llegar al reino de los cielos, el texto adquiere una importancia capital, ya que a quien más se le ha dado, más se le exigirá.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«No temas, pequeño rebaño, porque el padre de ustedes ha tenido a bien darles el reino» ¡Qué dulzura inunda estas palabras! En un mundo abrasado por la ansiedad del tener y del controlar, Jesús pronuncia una sentencia que es bálsamo: no temas, porque el Reino no se compra, se recibe; no se conquista, se acoge; no se merece, se ama.
El Evangelio de este domingo nos introduce en el arte espiritual de la vigilancia: estar en vela, no por miedo, sino por amor. Como la esposa que espera al esposo amado, como el centinela que aguarda la aurora (cf. Sal 130,6), así debe estar el discípulo. Es un llamado a vivir en estado de prontitud evangélica, con el corazón ligero de las cosas, rico solo de Dios. Por eso dice: «Vendan lo que tienen y den limosna» (Lc 12,33).
La fe se torna vigilancia cuando se traduce en obras de caridad, cuando se despierta de la comodidad, cuando se renuncia a las seguridades para entregarse al bien. Es el eco de las vírgenes prudentes (cf. Mt 25,1-13), de los talentos administrados con fidelidad (cf. Mt 25,14-30), del siervo fiel a quien su Señor pondrá al frente de todos sus bienes (cf. Lc 12,44). Pero también hay una advertencia: «A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho» (Lc 12,48). Este juicio no nace de un Dios severo, sino de un Dios que confía. Cada gracia recibida es una semilla que debe dar fruto, una responsabilidad que no puede dormirse. Por eso, el Evangelio nos llama no solo a esperar al Señor, sino a vivir como si ya hubiese llegado, porque, de hecho, ha llegado: en los pobres, en los sacramentos, en la Palabra, en cada momento.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida.
Santísima Trinidad: Dios uno y trino, otórganos la gracia de estar siempre vigilantes para no caer en las tentaciones y hacer un uso adecuado de los bienes que nos has confiado.
Espíritu Santo: te pedimos que inspires siempre nuestras acciones para que nuestro seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo sea diligente y leal.
Amado Jesús, ten compasión de las almas benditas del purgatorio y muéstrales la hermosura de tu bondad y misericordia. Te lo suplicamos Señor.
Madre Santísima, Reina de la Paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Callo, y contemplo… Contemplo tu figura, Señor, ciñendo el manto y sirviendo a los siervos. Contemplo tu paciencia, tu esperanza, tu ternura. Tú, el Dueño del universo, te haces esclavo por amor. Tú, el que viene, no para sorprender, sino para amar. Y yo… ¿en qué estado me hallará tu venida? ¿Dormido por el ruido de este mundo o despierto en la fe? Me haces una promesa: «El Padre les ha dado el Reino». No hay mayor don. No hay mayor responsabilidad. La fe no puede ser una lámpara oculta, ni el Evangelio un secreto doméstico.
Hoy me propongo: hacer una obra concreta de caridad esta semana, como signo de vigilancia viva. Rezar cada día al despertar: “Ven, Señor Jesús, que mi alma te espera”. Detenerme cada noche y preguntarme: “¿He vivido hoy como si el Reino ya estuviera aquí?”. Y acoger el sacramento de la Reconciliación con frecuencia, para limpiar mi alma de polvo y cansancio.
Señor, ven cuando quieras, pero que no me halle dormido. Ven cuando quieras, pero que me encuentre con las manos ocupadas en tu obra, y el corazón ardiendo en esperanza. “Maranatha”: ¡Ven, Señor Jesús!
Hermanos: contemplemos a Dios con un sermón de Afraates:
«Despertémonos, por fin, del sueño y elevemos al cielo nuestros corazones junto con nuestras manos, a fin de que, cuando el Señor se acerque de improviso a la morada, nos encuentre vigilantes al venir. Seamos fieles en la oración, para no vivir en el temor. Purifiquemos nuestros corazones de la iniquidad, para ver al Altísimo en su gloria. Seamos misericordiosos como está escrito, a fin de que Dios tenga misericordia de nosotros. Reine la paz entre nosotros, a fin de que nos llamen hermanos de Cristo. Construyamos nuestro edificio sobre la roca, para que no lo derriben los vientos y las olas. Seamos vasos dignos de honor, a fin de que el Señor nos busque para su servicio. Volvámonos extraños al mundo como Cristo no fue del mundo. Participemos en su pasión, para que después podamos vivir en la resurrección. Imprimamos su signo en nuestros cuerpos, para ser liberados de la ira que va a venir; en efecto, es terrible el día en el que vendrá: ¿y quien lo podrá resistir?
Pongamos en nuestra cabeza el yelmo de la salvación, para no caer heridos en el combate. Seamos también olor suave, a fin de que nuestra fragancia se difunda a nuestro alrededor. Cuando no tengamos nada en la tierra, entonces lo poseeremos todo. Cuando nadie nos conozca, entonces tendremos muchísimos amigos. El que asume la semejanza del ángel se hace extraño a los hombres».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.