SANTA CLARA, VIRGEN
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero al tercer día resucitará» Mt 17,22-23.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 17,22-27
En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero al tercer día resucitará». Y ellos se entristecieron mucho. Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Su Maestro no paga el impuesto de las dos dracmas?». Pedro contestó: «Sí». Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?». Contestó: «A los extraños». Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Tómala y págales por mí y por ti».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Aunque la enseñanza principal de Jesús fue cumplir la voluntad de Dios sobre nuestra vida: les anuncia a los suyos su disponibilidad total ante la misión que se le ha encomendado, salvar a la humanidad con su muerte y resurrección.
También a nosotros nos toca cumplir las normas generales de convivencia social, por ejemplo, las referentes a los tributos. No sólo por evitar sanciones, sino porque “la corresponsabilidad en el bien común exige moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto y la defensa del país” (Catecismo n. 2240). Y, como en el evangelio de hoy se trata de un impuesto religioso, el de la ayuda al culto del Templo, es útil recordar que todos nos deberíamos sentir corresponsables de las necesidades de la comunidad eclesial, colaborando de los diversos modos que se nos proponen: trabajo personal, colectas de dinero para el mantenimiento del culto, la formación de los ministros, las actividades benéficas, las misiones, etc.» (José Aldazabal).
Santa Clara nació en Asís, Italia, el 16 de julio de 1194 y murió el 11 de agosto de 1253. Fue seguidora fiel de san Francisco de Asís, con el que fundó la orden de las hermanas clarisas. Clara se preciaba de llamarse “humilde planta del bienaventurado Padre Francisco”. Después de abandonar su vida de noble, se estableció en el monasterio de San Damiano hasta morir.
Clara fue la primera y única mujer en escribir una regla de vida religiosa para mujeres. En su contenido y en su estructura se aleja de las tradicionales reglas monásticas. Fue canonizada un año después de su fallecimiento, por el papa Alejandro IV.
El pasaje evangélico de hoy está integrado por dos segmentos: en primer lugar, Jesús hace el segundo anuncio de su pasión, muerte y resurrección. El otro segmento está referido al impuesto al templo. Este pasaje se ubica después del texto de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en el monte Tabor y de la sanación de un niño epiléptico.
El segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección genera tristeza entre sus discípulos ya que no entendían que la misión salvadora de Jesús pasaba inexorablemente por la cruz; algunos pensaban en una liberación política y no espiritual. En este sentido, la visión de los discípulos era muy triunfalista, no creían que el Hijo de Dios Padre debía sufrir. Por eso, en el primer anuncio de su pasión, Jesús reprendió duramente a Pedro.
El tema del impuesto surgió debido a la costumbre judía de pagar un tributo anual a favor del templo, aunque no estaba considerado en el marco legal de la época porque no era el impuesto civil que se pagaba a los romanos. Por ello, Jesús no estaba obligado a pagar este impuesto; sin embargo, Jesús deseaba pagarlo en señal de respeto al templo y cumplir con todos sus deberes y no entrar en conflicto con las autoridades religiosas; aunque la forma como pagó el tributo, a través del milagro más curioso de todo el evangelio, fue una muestra más de su condición divina.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Jesús anuncia, por segunda vez, su Pasión. Sus palabras caen como sombra sobre la escena: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero al tercer día resucitará» (Mt 17,22-23). Los discípulos no comprenden; su corazón se llena de tristeza. El misterio de la Cruz es aún un abismo para ellos, como lo es tantas veces para nosotros.
Y, sin embargo, inmediatamente después, Mateo nos muestra una escena insólita: Jesús y Pedro dialogan sobre un impuesto. ¿Cómo es posible que el drama de la Pasión se enlace con el pago de una moneda? ¿Qué quiere revelarnos el Espíritu? Esta yuxtaposición es profundamente teológica: Jesús, el Hijo eterno, libre de toda obligación, el Dueño del templo, el verdadero Templo (cf. Jn 2,19-21), decide pagar un tributo que no le corresponde. ¿Por qué? Para no escandalizar, para enseñar que la verdadera libertad se expresa en la caridad y no en la ostentación de derechos. Aquí resplandece la lógica del Reino: quien es verdaderamente grande se abaja (cf. Mt 20,26-28); quien es Hijo, se hace siervo.
El gesto de Jesús no es una simple maniobra para evitar conflictos; es una lección de humildad sacramental. Es la enseñanza silenciosa del Cordero que no se impone, sino que se ofrece. Un mensaje que hoy necesita el mundo y la Iglesia: en una época donde se reclama todo como derecho, Cristo nos enseña a vivir desde el don.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que guiaste misericordiosamente a Santa Clara hacia el amor a la pobreza, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo a Cristo en la pobreza de espíritu, merezcamos llegar a contemplarte en el reino celestial.
Amado Jesús, concédenos a través del Espíritu Santo los dones para seguirte con determinación y valentía en medio de las alegrías, dificultades y tribulaciones.
Amado Jesús, tú que fuiste también un ciudadano ejemplar, otorga a los gobernantes de las naciones, regiones y ciudades, la sabiduría para que administren rectamente los recursos y realicen acciones prioritarias en favor de las personas más necesitadas y vulnerables.
Amado Jesús, justo juez, acudimos a ti para implorar tu misericordia por todas las almas del purgatorio, especialmente, por aquellas que más necesitan de tu infinita misericordia.
Madre Santísima, Madre del Verbo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contemplo, Señor, tu figura serena y tu mirada grave, cuando anuncias la Pasión y te diriges hacia la muerte como quien camina hacia el altar. Contemplo tu gesto sencillo al pagar una moneda que no te corresponde. No lo haces por debilidad, sino por amor. No lo haces por temor, sino por respeto a los pequeños. ¡Oh, Jesús, libre de toda ley, te sometes por caridad! Tú eres el Templo viviente y, sin embargo, pagas por el templo de piedra. Tú eres el Rey eterno y, sin embargo, no exiges honores ni privilegios.
Hoy, mi corazón quiere seguirte en esa libertad escondida: seré fiel en lo pequeño, incluso cuando no sea valorado. Cumpliré con humildad mis responsabilidades, aunque no todo lo reconozcan. Responderé con paz cuando me sienta tentado a defenderme o justificarme. Seré libre para ceder, humilde para no escandalizar, y pobre para que Tú seas mi única riqueza. Hermanos: miremos a Jesús, sigamos su paso humilde, y permitamos que su libertad nos transforme en amor silencioso, fecundo y eterno.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Paciano:
«Todos los pueblos, por nuestro Señor Jesucristo, han sido liberados de los poderes que los habían hecho cautivos. Es él, sí, es él quien nos ha rescatado. Tal como lo dice el apóstol Pablo: “Nos perdonó todos nuestros pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas, lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz. Despojándose a sí mismo, arrastró a los poderes del mal en el cortejo de su triunfo” (Col 2,13-15). Libró a los encadenados y rompió nuestros lazos, tal como lo había dicho David: “El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan”. Y más aún: “Rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza” (Sal 145,7-8; 115,16-17).
Sí, hemos sido liberados de nuestras cadenas, nosotros que hemos sido llamados por el Señor para ser congregados por el sacramento del bautismo…; hemos sido liberados por la sangre de Cristo y por la invocación de su nombre… Así, pues, amados míos, hemos sido lavados por el agua del bautismo de una vez por todas, y de una vez por todas somos acogidos en el Reino inmortal. Una vez por todas “dichosos aquellos que están absueltos de sus culpas, a quienes han sepultado sus pecados” (Sl 31,1; Rm 4,7). Mantened con valentía lo que habéis recibido, conservadlo para vuestra dicha, no pequéis más. Desde ahora guardaos puros e irreprochables para el día del Señor».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.