LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«En verdad les digo que, si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos» Mt 18,3-4.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,1-5.10.12-14

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad les digo que, si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi Nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué les parece? Supongamos que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la extraviada? Y si la encuentra, en verdad les digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. De la misma manera, su Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños»

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Hacerse como niños. Los niños tienen también sus defectos. A veces, son egoístas y caprichosos. Pero lo que parece que vio Jesús en un niño, para ponerlo como modelo, es su pequeñez, su indefensión, su actitud de apertura, porque necesita de los demás. Y, en los tiempos de Cristo, también su condición de marginado en la sociedad.

Hacerse como niños es cambiar de actitud, convertirse, ser sencillos de corazón, abiertos, no demasiado calculadores, ni llenos de sí mismos, sino convencidos de que no podemos nada por nuestras solas fuerzas y necesitamos de Dios. Por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: “Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”» (José Aldazabal).

Recordemos que en el evangelio de San Mateo se ubican cinco grandes discursos de Jesús: el primero es el Sermón de la montaña, ubicado en los capítulos 5, 6 y 7; el segundo trata sobre la misión de los apóstoles que se encuentra en el capítulo 10; el tercer discurso es el de las parábolas, ubicado en el capítulo 13; el cuarto discurso trata sobre los términos del discipulado y de la comunidad, en el capítulo 18; y el quinto es el discurso de la llegada futura del reino de Dios, ubicado en los capítulos 24 y 25.

El pasaje evangélico de hoy da inicio al cuarto discurso de Jesús, que trata sobre el discipulado y la comunidad, también llamado discurso eclesiástico. Estas enseñanzas de Jesús están dirigidas a la comunidad de sus discípulos y seguidores, con el fin de unir a la naciente Iglesia en torno a su Palabra. Por ello, en el texto, al leer sus pensamientos, Jesús quiso curar su deseo de vanagloria con una humilde comparación; por ello, les hace ver que el acceso al reino de los cielos no se logra recurriendo a las propias fuerzas, sino que es un don del cielo que se obtiene con el corazón, la sencillez y el agradecimiento de un niño. Adicionalmente, el texto presenta la parábola de la oveja perdida, que muestra la paciencia y misericordia de Nuestro Señor para con la humanidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El que se haga pequeño como este niño…» (Mt 18,4). Aquí no se trata de infantilismo espiritual, sino de conversión radical. Jesús no propone imitar la ignorancia del niño, sino su total dependencia, su capacidad de asombro, su corazón libre de pretensiones. En una cultura obsesionada con el mérito, Cristo revela que la verdadera grandeza es la pequeñez que ama y se deja amar.

El texto es un eco de otras enseñanzas del Señor: «El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Lc 14,11), o «Dejen que los niños vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios» (Mc 10,14). Jesús no nos pide ser simplemente buenos, sino pequeños. Porque solo el pequeño deja espacio a Dios.

La parábola de la oveja perdida, incluida en este pasaje, completa esta lógica: el Buen Pastor deja a las noventa y nueve para buscar la que se extravió. ¿No es este el escándalo de la misericordia? Que Dios prefiera al herido, al que se aleja, al que menos cuenta parece tener. Este Evangelio es un bálsamo para los corazones rotos, pero también un reto para los corazones orgullosos.

Muchos buscan grandeza en la visibilidad, pero Dios la busca en lo escondido. Muchos quieren ser “grandes” en la Iglesia, pero el Reino está reservado a los que se vacían de sí mismos. Como Santa Teresa del Niño Jesús, doctora de la “infancia espiritual”, entendió: «No es necesario hacer cosas extraordinarias, sino ser extraordinariamente pequeños».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús: concédenos a través del Espíritu Santo los dones para que nuestra fe alcance la madurez y seamos como niños ante los ojos de Dios Padre.

Amado Jesús, otorga a la Iglesia los dones para que siempre busque y acoja a aquellos hermanos que se han apartado de ti.

Amado Jesús, justo juez, acudimos a ti para implorar tu misericordia por todas las almas del purgatorio, especialmente, por aquellas que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre del Verbo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplo tu gesto, Señor: pones a un niño en medio… y lo abrazas. En ese gesto, toda tu teología del Reino se hace carne. No habla de títulos, méritos ni logros. Habla de humildad, de confianza, de pureza de corazón. Nos recuerda que el Reino no es para los autosuficientes, sino para los que se saben necesitados.

Hoy nos pregunta a cada uno: ¿Estás dispuesto a hacerte pequeño? ¿Puedes renunciar a tu deseo de ser el primero? ¿Eres capaz de acoger a los que no cuentan, como si a Mí me acogieras? La respuesta a este Evangelio no está en teorías, sino en gestos cotidianos. El amor se demuestra en acciones pequeñas, constantes, ocultas. Por eso, hoy te propongo que vivas esta Palabra con estos compromisos concretos: hazte pequeño ante Dios: empieza y termina el día con una oración sencilla, reconociendo tu necesidad de Él. Hazte pequeño ante los demás: escucha más, habla menos, y no busques imponerte. Cuida de los más frágiles: dedica tiempo esta semana a un niño, un anciano, un enfermo o alguien olvidado. Evita despreciar a nadie: si en tu corazón hay juicio hacia alguien, ora por esa persona en lugar de criticarla. Recuerda tu valor ante Dios: no importa si te sientes débil o perdido, Él te buscará hasta encontrarte. Contempla el rostro del Buen Pastor que te carga sobre sus hombros, y déjate amar como niño en los brazos del Padre.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Roger Etchegaray:

«“¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?” Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: … “El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos». ¿Quién podrá ayudarnos a hacernos de nuevo niños, si no es María, la madre de Dios y madre de los hombres? Ante nuestra madre, nos hacemos o más bien seguimos siendo pequeños. «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre… y junto a ella el discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”». ¿Acaso no fue gracias a esta proximidad de María que Juan pudiera conservar hasta la vejez extrema un ánimo de niño tejido de ternura y de confianza en medio de las crisis de la Iglesia naciente?

Cristo sabe bien lo que hay en el hombre. Sabe que María es el camino más seguro para entrar en el Reino: la puerta secreta que se descubre cuando, aparentemente, ya no hay salida. Este hombre que se enarbola ante Dios y sus mandamientos, se suaviza ante María y su pureza, y después, casi sin saberlo, confiándose a ella, capitula ante Dios. Se ha sentido tocado en un punto neurálgico que despierta toda su infancia, un punto nostálgico que suscita un deseo inconfesado de vuelta a la infancia.

María, rincón de la infancia adonde le gusta retirarse al hombre envejecido por el pecado. María, jardín cerrado donde se esconde, para pedir perdón, el hombre que se mostraba jactancioso ante los otros. ¡Qué admirable juego del amor de Dios, que, para no asustar, esconde su justicia detrás de la ternura de su Madre!

Cuando el orgullo o la vergüenza hacen casi imposible cada llamada a Dios, queda una oración al alcance del pecador más desesperado. Es la oración a la Señora, que Péguy llamaba con tanta justicia “la oración de reserva”, el avemaría: todo hombre lo puede susurrar cuando ya no se siente capaz de decir el padrenuestro. De este modo, estamos seguros de oír a María que nos entrega a su Hijo: “Jesús, aquí tienes a tu hermano, porque también soy su madre”».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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