«Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan porque de los que son como ellos es el reino de los cielos» Mt 19,14.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,13-15
En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan porque de los que son como ellos es el reino de los cielos». Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Jesús dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3). Antes de enseñárnoslo con palabras, lo ha realizado en los hechos. Se hizo niño y nos dio el ejemplo de esta sencillez que luego enseñó con palabras. Exploremos nuestro corazón, manteniendo alejada toda sagacidad terrestre. En nuestro espíritu, esforcémonos en tener pensamientos puros, ideas rectas y siempre santidad en las intenciones. Guardemos incesantemente una voluntad que únicamente busca a Dios y su gloria. Si nos esforzamos de ir adelante en esta bella virtud, el que nos la ha enseñado nos enriquecerá siempre con nuevas luces y los más grandes favores celestes» (San Pío de Pietrelcina).
El pasaje evangélico de hoy se encuentra luego del texto que trató la indisolubilidad del matrimonio. Así mismo, un poco antes se ubica el texto de Mateo 18,2-5, en el que Jesús dice: «El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi Nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial».
Dicha lectura guarda consonancia con el texto de hoy, en el que le llevan a Jesús unos niños para que los bendiga y, mientras los discípulos regañan a los niños, Jesús vuelve a resaltar las cualidades fundamentales de un niño como imagen de la condición que se requiere para comprender la Palabra, porque el Reino de los cielos es un proyecto de fraternidad.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«La familia cristiana y toda la comunidad deben sentirse responsables de evangelizar a los niños, de transmitirles la fe y el amor a Dios. Las ocasiones de esta atención para con los niños son numerosas: el Bautismo, la catequesis como iniciación en los valores cristianos, los demás sacramentos de la iniciación (Confirmación y Eucaristía), las Misas dominicales más pedagógicamente preparadas para niños, los diversos ambientes de su educación cristiana. Ahora los niños no ven a Jesús por la calle para acercarse a él a que les bendiga. Nos ven a nosotros. Y nosotros tenemos que conducirles hacia el amor de Jesús, con todas las consecuencias» (José Aldazabal).
«Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan porque de los que son como ellos es el reino de los cielos». No se trata solo de permitir el acceso físico, sino de no obstaculizar el camino de la fe, de no levantar barreras con actitudes que alejen a los pequeños —y a los pequeños en la fe— de Cristo.
En los Evangelios, Jesús pone al niño como paradigma de humildad y confianza (cf. Mt 18,3-4). El niño no se apoya en méritos, vive de la gratuidad, sabe recibir. Así debe ser quien entra en el Reino: pobre en espíritu (cf. Mt 5,3), consciente de su necesidad, abierto al don.
La reacción de los discípulos es un espejo de la tentación permanente de la Iglesia: privilegiar a los “importantes” y relegar a los “insignificantes” según criterios humanos. Jesús rompe esta lógica. No es el mérito lo que abre la puerta del Reino, sino el corazón dispuesto. Este texto también nos interpela sobre nuestra misión: ¿acercamos a los niños a Cristo o los apartamos? ¿Transmitimos la fe con alegría o con dureza? San Juan Pablo II decía que la pastoral con los niños es «sembrar eternidad en el alma» (cf. Carta a los niños, 1994). Jesús nos llama hoy a proteger esa semilla, a bendecirla con nuestra vida y testimonio.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús: concédenos a través del Espíritu Santo los dones para que nuestra fe alcance la madurez y seamos como niños ante los ojos de Dios Padre. Que nuestros malos recuerdos no contaminen nuestro ser para perdonar, para estar limpios de rencores y estar preparados para llegar al Reino de los cielos.
Amado Jesús, otorga a la Iglesia los dones para que siempre busque y acoja a nuestros hermanos indefensos, vulnerables y marginados.
Amado Jesús, justo juez, acudimos a ti para implorar tu misericordia por todas las almas del purgatorio, especialmente, por aquellas que más necesitan de tu infinita misericordia.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.
- Contemplación y acción
Mira a Jesús rodeado de niños: sus manos descansan sobre sus cabezas, sus ojos los miran con ternura infinita. No hay prisa, no hay molestia, solo acogida. Cada uno se siente único bajo su bendición.
Este Evangelio te invita a preguntarte: ¿soy un obstáculo o un puente para que otros se acerquen a Cristo? ¿Mi vida inspira confianza o miedo?
Te propongo lo siguiente para vivir hoy esta Palabra: acoge con paciencia y cariño a los niños, incluso cuando te interrumpan o incomoden. Dedica tiempo esta semana a enseñarles o transmitirles algo de la fe, con lenguaje sencillo y alegre. No juzgues la fe de los “pequeños” en la Iglesia: anímalos, protégelos, acompáñalos. Reza para que tu corazón se parezca al de un niño: humilde, confiado, agradecido. Contempla a Cristo imponiendo las manos sobre ti. Recibe su bendición. Deja que su ternura sane tus heridas y suavice tus durezas. Y desde esa bendición, sal a bendecir a otros.
Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía de San Máximo de Turín:
«¡Qué gran y admirable don nos hizo Dios, mis hermanos! En su Pascua, esto que ayer era decrepitud del pecado, la Resurrección de Cristo la hace renacer en la inocencia de todos los pequeños. La sencillez de Cristo hace suya la infancia. El niño está sin rencor, no conoce el fraude, no se atreve a golpear. De este modo este niño que ha llegado a cristiano no lleva más en si el insulto, no se defiende si se le despoja, no devuelve los golpes si es golpeado. El Señor exige lo mismo al que ora por sus enemigos… La infancia de Cristo adelanta la misma infancia de los hombres. Ese que ignora el pecado, ese que lo detesta. Ese debe su inocencia a su debilidad, esa a su virtud. Ella es digna de más elogios todavía: su odio del mal emana de su voluntad; no de su impotencia…
A los Apóstoles ya maduros y de edad, el Señor dice: “Si vosotros no cambiáis y volvéis a ser como este niño, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3). Él los reenvía al origen mismo de su vida; les incita a recuperar la infancia, a fin de que estos hombres cuyas fuerzas ya declinan renazcan a la inocencia del corazón. “El que no nace del agua del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn3,5)».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.