SAN PÍO X, PAPA
«Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos» Mt 22,14.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,1-14
En aquel tiempo, de nuevo Jesús tomó la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó a los servidores para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar servidores, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Vengan a la boda”. Los invitados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; otros agarraron a los siervos y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus ejércitos, que acabaron con todos aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no se la merecían. Vayan ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encuentren, invítenlos a la boda”. Los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de invitados. Cuando el rey entró a saludar a los invitados, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«¿Qué puede haber mejor en el cielo y en la tierra que llegar a ser hijos de Dios y coherederos de Cristo (cf. Rom 8,17)? ¡Nada en verdad! ¿Qué puede haber más insensato que desobedecer a Dios? El que cree, en efecto, que Dios existe, se hace un concepto muy grande de él, puesto que sabe que es el único Soberano, Creador y Señor de todas las cosas, que es inmortal y que su Reino no tendrá fin. Así pues, el que sabe que Dios es así, ¿cómo no se apresurará a dar su misma alma a la muerte por amor a él?» (Simón el Nuevo Teólogo).
San Pío X, cuyo nombre era Giuseppe Sarto, nació el 2 de junio de 1835 en Riese, en Treviso, en una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo; en 1884, obispo; en 1893, patriarca, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue “renovar todo en Cristo”. Se caracterizaba por su pobreza, humildad y bondad. Fundó el Instituto Bíblico. Murió el 20 de agosto de 1914 y fue canonizado por el papa Pío XII en 1954.
Hoy meditamos la parábola del banquete de bodas que está llena de mucho simbolismo: el rey es Dios Padre, y su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Los servidores del rey son sus discípulos, que son los mensajeros de la invitación, que es la Palabra. La boda es la Nueva Alianza de Dios Padre con la humanidad a través de su Hijo.
El rey, Nuestro Dios, pedía gratitud, pero su invitación a la Nueva Alianza es rechazada por los primeros invitados que, incluso, matan a algunos mensajeros. Desde entonces, Dios Padre lanza una invitación permanente a toda la humanidad.
La parábola muestra que el Reino de los cielos representa una propuesta radical que subvierte el orden del mundo, para el que la santidad es insoportable. Por ello, nadie entra de cualquier modo: el vestido nupcial simboliza la caridad que reviste al hombre nuevo (cf. Col 3,12-14). La boda es don; el vestido, respuesta. La sala se llena; más el Rey mira el corazón.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo». El Evangelio abre la puerta de una fiesta, de una comunión nupcial. Todo está preparado (cf. Is 25,6-8; Ap 19,9). ¿Por qué, entonces, tantos pretextos? Negocios, campos, violencias… La tragedia es antigua y actual: el corazón distraído convierte el banquete en molestia.
La invitación se hace insistente: «Vayan a los cruces de los caminos…» (Mt 22,9). La Iglesia misionera, en nombre del Rey, convoca a todos: pecadores y justos, cansados y tardíos (cf. Lc 14,16-24). Nadie queda excluido de antemano; pero nadie queda dispensado de la conversión. Por eso, el episodio del “sin vestido” no contradice la gratuidad, la custodia: la gracia no humilla, transfigura. «Revístanse del Señor Jesucristo» (Rom 13,14).
San Pío X, cuyo nombre ilumina el día, quiso “instaurar todo en Cristo”: acercó a los pequeños a la mesa eucarística para que el banquete fuese alimento de santos y escuela de caridad. El convite del Rey no se reduce a una idea: es la Eucaristía —anticipo de las bodas del Cordero— y la vida nueva que brota de ella.
Preguntas que nos ayudan: ¿Qué excusas repito para no acudir? ¿Qué rincón de mi alma rehúsa el vestido? ¿Mi fe se queda en invitación guardada o se vuelve presencia nupcial? El Rey mira, no para humillar, sino para embellecer. Su juicio es medicina de amor.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que, para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al papa san Pío de sabiduría divina y fortaleza apostólica, concédenos, por tu bondad, que, siguiendo su ejemplo y doctrina, podamos alcanzar la recompensa eterna.
Amado Jesús, que nosotros, tu pueblo y ovejas de tu rebaño, te sigamos por medio de ti y hacia ti, porque tú eres el camino, la verdad y la vida.
Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.
Madre Santísima, Reina universal, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.
- Contemplación y acción
Mira la sala encendida: mesas preparadas, lámparas altas, el Cordero en el centro. Oyes tu nombre pronunciado con ternura. Entra. El Reino no es rumor: es presencia. Permanece un instante bajo la mirada del Rey. No huyas. Deja que su luz revele lo que no está a la altura del amor. No te justifiques: pide el vestido. El Padre lo teje con hilos de misericordia y verdad. Tócalo: es Cristo mismo.
Te propongo lo siguiente para los próximos días: participa en la Misa como quien acude a bodas: con preparación (confesión si hace falta), gratitud y propósito de caridad. Anda vestido de obras: elige una obra concreta de misericordia (corporal o espiritual) como “puntada” diaria de tu traje nupcial. Cada noche, pregúntate: “¿Qué excusa usé hoy para no amar? ¿Qué pretexto me quitó del banquete?”. Invita —con delicadeza y alegría— a alguien alejado a volver a la mesa: ofrece acompañarlo.
Quédate en silencio. Siente en el corazón la voz: «Amigo, ¿cómo has entrado …?» (Mt 22,12). Responde con verdad: “Vísteme Tú”. Y deja que el Espíritu borde en tu alma el traje de la caridad.
Hermanos: contemplemos a Dios con un texto de Louis-Albert Lassus:
«¿Por qué habría de ser tan difícil creer en el amor loco de Dios y responder alegremente a su invitación a la fiesta? “Todo este, a punto; venid a la boda”. Pues bien, hemos buscado desde siempre protegernos de Dios, tomar garantías contra sus acercamientos, a veces con el pretexto de ocupaciones sensatas, de asuntos importantes, de preocupaciones mejores: “He comprado un campo y necesito ir a verlo; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir” (Lc 14,18); a veces, ocurre también que nos juzgamos no aptos; nos consideramos indignos: “No, no, esto no puede ser para mí; la invitación está reservada a otros, a la gente bien, a los sensatos, a las personas como es debido”. Como si no fueran precisamente los pequeños, los pobres, los que tienen acceso al conocimiento del misterio de Dios; como si no hubiera sido la despreciable gentuza de las calles y de las plazas los que llenaron la sala del banquete de la parábola… los ciegos, los lisiados, los cojos. Como si no supiéramos que el primero en entrar en el Reino siguiendo al Cordero degollado no fue Juan el Bautista, ni san José, ni el profeta Elías, ni tampoco Abrahán y Moisés, sino, sin duda, inmediatamente después de Adán y Eva (el honor les correspondía a ellos, a los “progenitores”, ciertamente), el ladrón-asesino que, colgado en la cruz que había junto a la del Salvador, olvidaba su homicidio y sus robos para no pensar más que en la misericordia de su Vecino-Dios. Y oye que le responde con tono calmado y dulce: “Hoy, antes de que se ponga el sol, estarás conmigo en el jardín de Dios”.
Tenemos la cabeza demasiado dura para comprender todo esto y el corazón todavía más duro para poder aceptarlo. Así, nos negamos, nos replegamos sobre nosotros mismos, nos cerramos al amor: “Excúsame, excúsame…”. En el fondo, se trata de falta de serenidad con nosotros mismos… Es una enorme gracia no ponernos coléricos con nosotros mismos, con los otros, y creer, en cambio, en el amor fiel y loco del Dios que viene a salvar lo que estaba perdido».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.