LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA REINA

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» Mt 22,37.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron alrededor de Él, y uno de ellos que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El Señor te ha exaltado como reina por tu humildad. La humildad con la que dijiste: “Aquí está la esclava del Señor”; la humildad con la que engendraste y custodiaste a tu hijo divino; la humildad con la que le acompañaste en los días de su misión; la humildad con la que compartiste la ignominia de la cruz. Desde donde ahora te sientas como reina, junto al Rey, intercede por todos nosotros: haz que quien le siga por el camino del servicio, en el amor y en la humildad, pueda alcanzar, como tú, la gloria del Reino eterno prometido por tu hijo Jesús» (Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra).

Hoy celebramos a Nuestra Santísima Madre, en la advocación de la Bienaventurada Virgen María Reina. El papa Pío XII, que proclamó el dogma de la Asunción de Nuestra Santísima Madre en cuerpo y alma al cielo, como conclusión del centenario del dogma de la Inmaculada Concepción, anunció, el año 1954, la fiesta litúrgica de María Reina, situándola el 31 de mayo como coronación del mes de María. La reforma del calendario romano ha fijado la memoria el 22 de agosto, en la octava de la Asunción. Como podemos ver, la Asunción de Nuestra Madre nos conduce a su realeza universal.

El texto que hoy meditamos también se encuentra en Lucas 10,25-28 y en Marcos 12,28-34. Trata sobre el precepto más importante o el gran mandamiento anunciado por Nuestro Señor Jesucristo ante la pregunta maliciosa de un fariseo, que además de ser una trampa, era un tema candente entre los fariseos. Jesús respondió citando al Shemá o plegaria judía del Deuteronomio 6,4-5: «Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas». Después Jesús añade, citando al Levítico 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Con su respuesta, Jesús sintetiza toda la Torá en lo que consideraba fundamental, los amores inseparables: el amor a Dios y el amor al prójimo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley?» Jesús no propone una norma más, sino el centro del cosmos moral: un corazón que arde en doble llama—Dios y el prójimo—sin que una apague a la otra. «Amarás con todo tu corazón…»: el Evangelio destierra la tibieza; no admite reservas, anexos, cláusulas. Y añade: «el segundo es semejante»: no es apéndice, es el rostro visible del primero (cf. 1 Jn 4,20-21). Amar a Dios sin amar al hermano es eclipse; amar al hermano sin beber de Dios es incendio que se apaga.

Toda la Escritura converge aquí: Dt 6,4-5 y Lv 19,18 como dos rieles; Rom 13,8-10: «el amor es plenitud de la Ley»; Jn 13,34-35: el «mandamiento nuevo» de amar «como yo los he amado»; 1 Co 13. Y el Buen Samaritano (Lc 10,25-37) traduce en camino este mandamiento: amar es acercarse, curar, cargar y pagar.

En María Reina, el amor llega a su forma más pura: su «hágase» encarna el Shema; su Magníficat es caridad que exalta a los humildes (Lc 1,46-55); en Caná, su imperativo materno nos conduce al Amor: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Reinar, en clave evangélica, es servir (Mt 20,28).

Este mandamiento no es un ideal etéreo; es camino: oración que unifica la mente, sacramentos que dilatan el corazón, obras de misericordia que dan cuerpo al amor. Si hoy nuestra fe se reseca, no es por falta de normas, sino por falta de fuego. El Rey pide todo para darnos Todo. El drama es decidir si seguiremos con un amor “a ratos” o si entraremos en la gran fuego del Amor primero (Ap 2,4).

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, Dios nuestro, que nos has dado como madre y como reina a la Madre de tu Hijo, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria que tienes preparada a tus hijos en el reino de los cielos.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, concédenos la gracia de reconocer en el prójimo más necesitado a Nuestro Señor Jesucristo y cumplir el mandamiento del amor con generosidad y misericordia. Espíritu Santo derrama tu santa luz para que el mundo acoja las revelaciones de amor de Nuestro Señor Jesucristo con el convencimiento de que el amor de Dios todo lo puede.

Amado Jesús, gracias por recordarnos que tu amor es misericordioso, bondadoso y que consiste en atender al hermano necesitado, tal como tú lo hiciste durante tu vida y especialmente en la cruz.

Santísima Trinidad, haz que los sacerdotes y consagrados sean fieles a la misión de llevar la Palabra y tu misericordia a todo el mundo.

Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.

  1. Contemplación y acción

Calla el ruido y escucha el Shema que tiembla como fuente: «Escucha, Israel… Amarás». Déjate envolver por esa palabra única que es mandato y caricia. Contempla a María, Reina, coronada de humildad: su cetro es el servicio; su trono, el corazón de su Hijo. Ella te toma de la mano y te conduce a la unidad interior: orar es amar; amar es orar con las manos.

Te propongo el tejido de una corona cotidiana: el Shema diario: por la mañana y la noche, recita Dt 6,4-5 y pide amar «con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». La caridad visible: elige una obra de misericordia semanal (visita, escucha, donación, reconciliación concreta). Después de comulgar, realiza un gesto de amor silencioso hacia alguien difícil. Al final del día pregúntate: ¿a quién amé “como a mí mismo”? ¿A quién dejé a la orilla? Y decide un paso pequeño y real para mañana.

Permanece un instante mirando el Corazón de Jesús en manos de María: de Él viene el amor, en Ella aprende a ser puro, por el Espíritu se hace valiente. Y repite, lento: «Amarás con todo tu corazón…».

Hermanos, con un gozo pleno por la sabiduría de Dios, contemplémoslo con un texto del Beato Juan van Ruysbroeck:

«El primer modo de canto celeste es el amor a Dios y al prójimo. El Padre nos envió a su Hijo para enseñárnoslo. El que no conoce ese modo, no puede entrar en el coro celeste, ya que no tiene ni el conocimiento ni el ornamento y deberá vivir eternamente afuera. (…)

Amar a Dios y al prójimo en vista de Dios, a causa de Dios y en Dios, he aquí en efecto, lo más sublime y alegre que puede ser cantado en el cielo y la tierra. El arte y la ciencia de este canto son dados por el Espíritu Santo. Cristo, nuestro solista y director de coro, ha cantado desde el inicio y nos entonará eternamente el cántico de fidelidad y amor sin fin. Después, nosotros, también cantaremos con toda nuestra fuerza, tanto aquí abajo como en medio del coro de la gloria de Dios.

Así, el amor verdadero y sin fingimientos, es el canto común que tienen todos que conocer para ser parte del coro de los ángeles y santos en el Reino de Dios. El amor es raíz y causa de todas las virtudes interiores y ornamento y verdadero atavío de las buenas obras exteriores. Vive de sí mismo y es su propia recompensa. No puede equivocarse en su acción porque fuimos precedidos y superados por Cristo, que nos ha enseñado el amor y que vivió en el amor con los suyos. Debemos entonces imitarlo, para ser salvados y bienaventurados con él.

Tal es el primer modo del canto celeste, que la sabiduría de Dios enseña por medio del Espíritu Santo a todos sus discípulos obedientes».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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