LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido» Lc 4,18, Is 61,1.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Ellos se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio impuro, y se puso a gritar con fuerza: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús le increpó: «¡Cállate y sal de este hombre!». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo sin hacerle ningún daño. Todos quedaron asombrados y comentaban entre sí: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus impuros, y salen». Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Aprendamos también nosotros a rechazar las sugestiones del maligno: no las discutas, somételas al Nombre de Jesús; y cuando el enemigo te recuerde tus culpas, muéstrale al Cordero que quita el pecado del mundo. Esta es la costumbre de nuestro Salvador: enseñar y sanar, iluminar la mente y libertar el corazón, para que la sinagoga se haga Iglesia y el grito se vuelva alabanza» (San Cirilo de Alejandría).

El pasaje evangélico de hoy se ubica después del texto en el que Jesús citó los versículos 1 y 2 del capítulo 61, del profeta Isaías, iniciando la nueva creación, a los nuevos tiempos de salvación. En el texto, después de la visita a Nazaret, Jesús emprende su actividad para hacer realidad el anuncio que había hecho en la sinagoga. Asume su condición de profeta y pastor itinerante, y se dirige a Cafarnaún.

Las enseñanzas y exorcismos dan testimonio de la autoridad divina que acompaña a las palabras de Nuestro Señor Jesucristo. La lectura da cuenta de la admiración de la gente por la forma en la que Jesús enseña, y de un enfrentamiento verbal entre Jesús y un espíritu impuro. La Palabra no informa: transforma; no discute con el mal: lo calla; no aplasta al hombre: lo restaura.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En la sinagoga, dos voces: la del Santo y la del mentiroso. El maligno “sabe” quién es Jesús, pero su “saber” no es confesión: es resistencia. Por eso el Señor prohíbe su palabra. El mal siempre intenta nombrar para dominar; Cristo nombra para liberar. «¡Cállate y sal!»: silencio a la acusación, éxodo de la opresión. Aquí resuena la promesa: «El Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del diablo» (1 Jn 3,8); «despojó a los principados» (Col 2,15); si «por el dedo de Dios» expulsa demonios, es que el Reino ha llegado (Lc 11,20).

La autoridad de Jesús cura: el hombre cae, pero «sin hacerle ningún daño». La gracia hiere para sanar. Y nosotros, ¿qué voces nos habitan? Hay gritos que se disfrazan de prudencia: “no podrás”, “ya es tarde”, “guárdate a ti mismo”. Hay ataduras que pactamos: hábitos, resentimientos, idolatrías discretas. El Evangelio no nos manda dialogar con esas sombras, sino ponerlas bajo mandato del Nombre sobre todo Nombre (cf. Flp 2,9-11).

Otros ecos iluminan: el endemoniado de Gerasa (Lc 8,26-39) liberado y enviado a contar; la mujer encorvada (Lc 13,10-17) desatada en sábado; el espíritu inmundo que solo sale “con oración” (Mc 9,14-29). No hay magia: hay obediencia. La Iglesia prolonga este gesto en la predicación, los sacramentos (el Bautismo renuncia a Satanás; la Penitencia rompe pactos) y la caridad que desarma acusaciones. La pregunta no es si “existen” demonios, sino si conservamos espacios para su mentira. Hoy el Señor entra en nuestra sinagoga: que encuentre fe para obedecer, humildad para pedir ayuda, amor para mantenernos de pie cuando caemos. Su palabra hace espacio: que en nosotros no falte.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, estamos plenamente dispuestos a seguirte y a dejarnos transformar por tu amor, libéranos las ataduras y males intergeneracionales que nos alejan de ti.

Amado Jesús, ¡fuego ardiente de amor y misericordia!, concédenos la gracia de asombrarnos por todas las obras de amor y misericordia que, día a día, realizas en nuestras vidas.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, libera a las benditas almas del purgatorio y concédeles la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas agonizantes, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Cierra los ojos: la sinagoga de tu alma guarda ruidos antiguos. Entra Jesús. No discute: mira con amor y ordena. Siente cómo su palabra desata lo que estaba amarrado. El suelo tiembla… y, sin embargo, quedas intacto. Te incorporas: hay un silencio nuevo, como una laguna clara.

Te propongo lo siguiente: repite, respirando, un versículo: “Señor, manda y sanaré” (cf. Mt 8,8). Deja que su autoridad apacigüe tus pensamientos. Renuncia a los autoengaños, en voz baja, ante el crucifijo y fija un gesto concreto (confesión, cortar una ocasión, acompañamiento). Lee en casa Lc 4,31-37; luego bendice a alguien que te cuesta (por su nombre); la bendición desaloja acusaciones. Elige una obra de misericordia que rompa tu cerco (visitar, llamar, servir): el amor cierra puertas al enemigo.

Quédate un momento en quietud. Deja que el Nombre repose como aceite en el pecho. Si vuelve el rumor oscuro, no negocies: entrégalo. Y repite: “Jesús, Santo de Dios, habla tú en mí”.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Pío de Pietrelcina:

«Las tentaciones no deben asustarte; es a través de ellas que Dios quiere probar y fortificar tu alma, y él te da, al mismo tiempo, la fuerza para vencerlas. Hasta aquí tu vida ha sido la de un niño; desde ahora el Señor quiere tratarte como adulto. Ahora bien, las pruebas de un adulto son muy superiores a las de un niño, y esto explica porque tú, al principio te has turbado tanto. Pero la vida de tu alma pronto recuperará su calma, eso no va a tardar. Ten aún un poco de paciencia, y todo ira mejorando.

Deja, pues, caer estas vanas aprehensiones. Acuérdate de que no es la sugestión del Maligno el que hace la falta sino más bien el consentimiento que se da a estas sugestiones. Solamente una voluntad libre es capaz del bien y del mal. Pero cuando la voluntad gime por el efecto de la prueba infligida por el Tentador, y cuando ella no quiere lo que éste le propone, no solamente no hay falta sino que es virtud.

Guárdate mucho de caer en una agitación cuando luchas contra tus tentaciones, porque esto no haría sino fortificarlas. Es necesario tratarlas con desprecio y no ocuparte más de ellas. Vuelve tu pensamiento hacia Jesús crucificado, su cuerpo puesto entre tus brazos y di: “¡Esta es mi esperanza, la fuente de mi gozo! Me uno a él con todo mi ser, y no te dejaré hasta que no me hayas dado seguridad”».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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