SANTA TERESA DE CALCUTA
«Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos» Lc 5,37-38.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,33-39
En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los discípulos de los fariseos también; en cambio, los tuyos, comen y beben». Jesús les contestó: «¿Quieren que los amigos del novio ayunen mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lleven al novio, entonces ayunarán». Y añadió esta parábola: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar un vestido viejo. Si lo hace así, malogra el vestido nuevo; además el pedazo nuevo no quedará bien con el vestido viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie, después de haber gustado el vino añejo, quiere vino nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Para mí, Jesús es el Verbo hecho carne. El Pan de la vida. La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados. El Sacrificio ofrecido en la santa misa por los pecados del mundo y por los míos propios. La Palabra, para ser dicha. La Verdad, para ser proclamada. El Camino, para ser recorrido. La luz, para ser encendida. La Vida, para ser vivida. El Amor, para ser amado. La Alegría, para ser compartida. El Sacrificio, para ser dado a otros… Para mí, Jesús es mi Dios, Jesús es mi esposo, Jesús es mi vida, Jesús es mi único amor, Jesús es mi todo» (Santa Teresa de Calcuta).
Santa Teresa de Calcuta, decía: «De sangre soy albanesa. De ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús».
Esta mensajera luminosa del amor de Dios nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, en los Balcanes. A los dieciocho años, ingresó en las Hermanas de Loreto, en Irlanda, recibiendo el nombre de Hermana María Teresa (por Santa Teresa de Lisieux). El 24 de mayo de 1937, hizo su profesión perpetua. El 10 de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling para su retiro anual, recibió la “llamada dentro de la llamada”. Jesús le reveló su dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Le pidió a Madre Teresa que fundase una congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres. El 17 de agosto de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul y entró en el mundo de los pobres. El 5 de septiembre de 1997, Madre Teresa partió a la patria celestial. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 19 de octubre del 2003 y canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre del 2016.
El pasaje evangélico de hoy se ubica después del llamado de Jesús a Leví y trata sobre el ayuno. La lectura también se encuentra en Mateo 9,14-17 y en Marcos 2,18-22.
El episodio brota a orillas del Genesaret, en el entorno de Cafarnaúm, cuando la fama de Jesús ha empezado a atraer multitudes y recelos. Tras el banquete en casa de Leví (Lc 5,27-32), los fariseos y algunos discípulos de Juan interrogan al Maestro por la disciplina del ayuno: la piedad judía solía practicarlo dos veces por semana (cf. Lc 18,12), junto con limosna y oración (cf. Mt 6,1-18). En ese clima de religiosidad intensa y, a veces, minuciosa, Jesús introduce un giro nupcial: «¿Quieren que los amigos del novio ayunen mientras el novio está con ellos?» (Lc 5,34).
El lenguaje del esposo remite a los profetas (Os 2; Is 54): Dios desposa a su pueblo. La novedad que Jesús trae no cabe como un remiendo en lo viejo: de ahí las dos imágenes domésticas y agrícolas —manto y odres—. En Galilea, el vino nuevo fermentaba en odres de piel flexibles; verterlo en odres resecos los haría estallar. Lucas añade una observación sapiencial —propia de su pluma—: «El añejo es mejor» (Lc 5,39).
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
El Señor no desprecia el ayuno: lo transfigura desde la boda. Mientras el Esposo está, alegría; cuando sea arrebatado, ayuno de amor (Lc 5,35). No impone un “remiendo” piadoso sobre la tela del hombre viejo: hace nueva la criatura (2 Co 5,17). El vino nuevo es su Evangelio, su Espíritu (cf. Jn 7,37-39); los odres nuevos, un corazón de carne (Ez 36,26), dócil, capaz de ensancharse al fermento de Dios.
En paralelo, Mateo y Marcos confirman esta lógica (Mt 9,14-17; Mc 2,18-22), y Juan la canta en Caná, donde el vino mejor llega al final (Jn 2,10): la gracia no maquilla, cumple. La pregunta, entonces, no es si ayunamos, sino desde dónde: ¿desde la tristeza funcional, o desde la presencia del Esposo? «Nadie echa vino nuevo en odres viejos…»: si mi interior es rígido, cualquier novedad de Dios lo rompe. Si es humilde, todo se conserva.
San Pablo exhorta a ofrecer el cuerpo como «culto espiritual», dejando la configuración al siglo para dejarse transformar interiormente (Rm 12,1-2). Y, en Hebreos, habla de la Alianza nueva (Heb 8,8-13): no abolición del Antiguo Testamento, sino su madurez en Cristo. Santa Teresa de Calcuta lo vivió así: su “ayuno” no fue sólo disciplina, sino espacio para que el Vino de Cristo corriera hacia los más pobres: “Lo que no se da, se pierde”. El peligro de Lc 5,39 es real: el sabor del pasado puede volvernos incapaces de probar lo que Dios sirve hoy. El Esposo no viene a coser remiendos sobre nuestra autosuficiencia, sino a desposar nuestra miseria con su misericordia. El verdadero cambio no empieza en las formas, sino en el corazón.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, que llamaste a santa Teresa, virgen, para que correspondiera al amor de tu Hijo, sediento en la cruz, con una eximia caridad hacia los más pobres, te pedimos que nos concedas, por su intercesión, servir a Cristo en los hermanos afligidos.
Espíritu Santo, que tu santa luz entre hasta el fondo del alma de todas las personas para que todos reconozcamos que Jesús es el Señor de señores, que Él es el Rey de reyes, el Amor de los amores.
Amado Jesús, misericordia pura, concede a almas del purgatorio la Gloria de tu Reino y protege a las personas moribundas en el tránsito hacia la vida eterna.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Mira al Esposo que se acerca a tu mesa. No trae normas afiladas, trae vino con aroma de cielo. Su presencia alumbra la habitación interior; donde había rigidez, Él ablanda. Quédate así, en silencio: siente el fermento suave del Espíritu empujando tus bordes hacia el amor.
Te propongo lo siguiente para los próximos días: Un gesto de boda cada día: convierte un deber en fiesta: una comida sencilla compartida, una llamada que reconcilia, una alabanza cantada antes de dormir (cf. Jn 2,1-11). Ayuno con sentido: elige una renuncia (redes, quejas) y ofrécela por una persona concreta (Lc 5,35). Odre nuevo: cambia un hábito rígido por un paso dócil: comienza la jornada con 5–10 min de Palabra (Sal 119,105) diciendo: “Hazme nuevo, Señor”. Caridad que ensancha: sirve a un “menos favorecido” cercano —a la manera de Santa Teresa de Calcuta—: una hora de presencia y escucha real (Mt 25,40). Discernimiento: antes de decidir, pregunta: “¿Estoy remendando lo viejo o respondiendo al Esposo?” (Rm 12,2).
Permanece un instante más: el Vino de Cristo no embriaga de evasión, embellece de servicio. Y cuando el paladar te diga “el añejo es mejor”, sonríe: prueba la copa que hoy te ofrece Dios.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de San Bernardo, monje:
«Entre todos los movimientos del alma, sus sentimientos y afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador, si no de igual a igual, por lo menos de semejante a semejante… El amor del Esposo o, mejor dicho, el Esposo que es Amor no pide otra cosa sino amor recíproco y fidelidad. Que le sea posible a la esposa devolver amor por amor. ¿Cómo no amará siendo esposa y esposa del Amor? ¿Cómo no será amado el Amor? Ella pues, tiene razón al renunciar a cualquier otro afecto para poder consagrarse totalmente al amor, puesto que se le da la posibilidad de corresponder al Amor con un amor recíproco.
Pero, aunque ella se fundiera toda entera en amor ¿qué sería esto comparado con el torrente de amor eterno que brota de la misma fuente? La oleada que fluye de la que ama no es tan abundante como la que fluye del Amor, la del alma como la del Verbo, la de la esposa como la del Esposo, la de la criatura como la del Creador; la abundancia no es la misma la de la fuente que la del que viene a beber… Así pues, ¿los suspiros de la esposa, su amoroso fervor, su espera llena de confianza, todo ello será en vano porque en la carrera no puede rivalizar con el campeón (Sl 18,6), ni ser tan dulce como la misma miel, ni tan tierna como el cordero, ni tan blanca como el lirio, luminosa como el sol, e igual en amor a aquel que es el Amor? No. Porque si bien es verdad que la criatura, en la medida en que es inferior al Creador, ama menos que él, puede amarle con todo su ser, y nada falta allí donde hay totalidad…
Este es el amor puro y desinteresado, el amor más delicado, tan apacible como sincero, mutuo, íntimo, fuerte, que une a los dos amantes no en una sola carne sino en un solo espíritu, de manera que ya no son dos sino uno solo, según dice san Pablo: “El que se une al Señor es un espíritu con él” (1C 6,17)».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.