SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA
«Un discípulo no es más que su maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro» Lc 6,40.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,39-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el pozo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la paja que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la paja del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita!, sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Mis queridos hermanos y hermanas: Junto a vosotros está siempre Santa María, como estuvo al pie de la Cruz de Jesús. Acudid a Ella exponiéndole vuestros dolores. La mano y la mirada maternales de la Virgen os aliviará y consolará, como sólo Ella sabe hacerlo. Cuando recéis el Santo Rosario, poned especial acento en aquella invocación de la letanía: «Salud de los enfermos, ruega por nosotros»» (San Juan Pablo II).
Hoy celebramos el Santo Nombre de María, cuya fiesta se origina el 12 de septiembre de 1683 cuando el polaco Sobietski llegó con sus tropas a Viena y con su victoria, salvó a Europa de un plan de conquista islámico por parte del sultán Mehmet IV.
Aunque el ejército turco superaba en cuatro veces el tamaño del ejército defensor, Sobietski sabía que el futuro de Europa y de la cristiandad estaban en juego. El 12 de septiembre, muy temprano en la mañana, Sobieski fue a Misa y puso su ejército en manos de Dios.
Sobietski dio todo el crédito de la victoria a Dios. En agradecimiento a Nuestra Santísima Madre por la victoria lograda, el Papa Inocencio XI extendió la fiesta del Dulce Nombre de María a la Iglesia Universal, el 12 de septiembre.
En el libro “El secreto admirable del Santísimo Rosario”, San Luis María Grignion de Montfort cuenta que la Virgen, llevando sobre el pecho la salutación angélica escrita en letras de oro, se le apareció a Santa Matilde y le dijo: “El nombre de María, que significa Señora de la luz, indica que Dios me colmó de sabiduría y luz, como astros brillantes, para iluminar los cielos y la tierra”.
El pasaje evangélico de hoy relata la parábola de Jesús respecto al guía ciego que termina por caer en el pozo junto al que pretende guiar; con ello nos enseña que nadie debe ponerse bajo la guía de un maestro incompetente, ni nadie, puede guiar a otros si realmente no está preparado.
Jesús señala que el maestro enseña con su testimonio, con su manera de vivir. Así mismo, nuevamente y en consonancia con el texto referido al amor a los enemigos que meditamos ayer, en Lc 6,27-38, Jesús señala que antes que juzgar a los demás debemos ser autocríticos, ya que la crítica indebida es un camino seguro a la hipocresía.
La corrección fraterna es bondadosa y honesta cuando es la expresión genuina del amor y del ejercicio de la conversión propia y ajena. Como dice Beda el Venerable: «Si Cristo nuestro Maestro prefirió amansar a sus perseguidores con la paciencia, preciso es que sus discípulos sigan la misma regla».
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?» (Lc 6,39). Jesús no ridiculiza: nos despierta. Hay cegueras de doctrina, sí; pero sobre todo cegueras de corazón (cf. Ef 1,18). El discípulo que mira a su Maestro termina viendo como Él (Lc 6,40). Por eso, antes de señalar la paja en el ojo ajeno, manda reconocer la viga en el propio (Lc 6,41-42). No prohíbe la corrección fraterna; enseña su rito: primero conversión, luego caridad (cf. Mt 7,1-5; Gal 6,1; Rom 2,1).
El Evangelio propone un método: «Señor, sondea y conoce mi corazón» (Sal 139,23), y luego «ve y no peques más» (Jn 8,11). Si nuestra mirada no ha sido lavada por las lágrimas del arrepentimiento, se vuelve lupa de defectos ajenos. María ilumina esta página: su «He aquí la esclava» (Lc 1,38) la sitúa para ver desde Dios; en su Magníficat, el orgulloso se desinfla y el humilde es alzado (Lc 1,52). Invocar su Nombre no reemplaza el combate interior: lo sostiene. Ella, “claridad de ojos”, nos conduce al Maestro para que nos quite la viga con manos de Carpintero.
Cómo podemos aplicar la lectura hoy: 1) El examen comienza en mí (1 Co 11,31). 2) La corrección nace de una herida curada; si aún supura, mejor callar y orar. 3) El criterio: decir la verdad con amor (Ef 4,15). 4) El fruto: ver al hermano no como rival, sino como herida que Dios me confía. Cuando el Nombre de María está en los labios, el juicio baja de temperatura y la misericordia encuentra palabras más claras y justas.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, te pedimos que a todos los que celebran el Santísimo Nombre de Santa María Virgen, ella les conceda los beneficios de tu misericordia en el Santísimo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
¡Dulce Madre, María! haz que tu nombre, de hoy en adelante, sea la respiración de mi vida. No tardes, Madre Santa, en auxiliarme cada vez que te llame. Pues, en cada tentación que enfrente, y en cualquier necesidad que experimente, quiero llamarte sin cesar; ¡María, madre mía!
Amado Jesús, te suplicamos envíes al Santo Espíritu para que hagamos un examen de consciencia que permita corregir nuestros pensamientos y acciones que están alejados de tus enseñanzas. Otórganos la humildad para reconocer en ti, amado Señor, al único Maestro que puede guiar nuestras vidas.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, envía tu luz sobre los gobernantes de las naciones para que sean verdaderos guías de los pueblos siguiendo las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amado Jesús, misericordia pura e infinita, concede el perdón a las almas del purgatoria y llévalas al banquete celestial. Envía a San Miguel Arcángel para que proteja a las almas de las personas agonizantes ante los ataques del enemigo.
¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contempla a Jesús, claro como la mañana. Su mirada no pesa: libera. Acércate con tus vigas; no las ocultes. Déjate tocar por el Carpintero que conoce las astillas del alma. En su presencia, invoca lentamente el Nombre de María; deja que su mansedumbre respire dentro de ti. La luz que no hiere comienza a habitarte.
Te propongo lo siguiente para los próximos días: Ayuno de juicio: elige un día para no opinar de ausentes; cada juicio que asome, conviértelo en intercesión (Lc 6,37). Examen de la viga: cada noche, pide al Espíritu: “Muéstrame mi viga de hoy” (Sal 139,23-24). Nómbrala y entrega un gesto de reparación. Corrección con método: si debes corregir, hazlo tras orar por esa persona y por ti; usa palabras concretas, ofrece ayuda (Gal 6,1). Mirar con María: reza el Magníficat a media tarde, pidiendo ojos humildes para el resto del día (Lc 1,46-55). Aprendizaje continuo: dedica 10 minutos a contemplar a Cristo en el Evangelio; recuerda: «El discípulo… llegará a ser como su Maestro» (Lc 6,40).
Quédate en silencio: que la invocación “María” sea como una gota que pule el cristal. Entonces verás la astilla del hermano sin soberbia, y tu mano —ya más ligera— será instrumento de curación.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia:
«“Entonces verás claro” (Lc 6,42). Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente, para que, iluminada, te sirva en la renovación de nuestra vida purificada. La salida del sol señala el comienzo de las obras de los mortales; prepara tú en nuestros corazones una mansión para aquel día que no tiene ocaso.
Concédenos que en nuestra persona lleguemos a ver la vida resucitada y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias. Imprime en nuestros corazones, por nuestra asidua búsqueda de ti, el sello de ese día sin fin que no comienza con el movimiento y el curso del sol. A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que esperamos.
Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en nuestros corazones… Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición mediante esa belleza espiritual que crea tu voluntad inmortal en las mismas criaturas mortales…
Que tu resurrección, oh, Jesús, preste su grandeza a nuestro hombre espiritual (Cf. Ef 3,16); que la contemplación de tus misterios nos sirva de espejo para conocerla. (Cf. 1Co 13,12) … Concédenos, Señor, llegar cuanto antes a nuestra ciudad y, al igual que Moisés desde la cumbre del monte, poseerla ya por tu revelación (Dt 34,1)».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.