LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?» Lc 7,31.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: “Hemos tocado la flauta y no han bailado, hemos entonado lamentaciones y no han llorado”. Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y dicen: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Sin embargo, todos los hijos de la Sabiduría le han dado la razón».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Señor, muéstranos el puesto que, en este romance eterno iniciado entre Tú y nosotros, debe tener el baile singular de nuestra obediencia. Revélanos la gran orquesta de tus designios, donde lo que permites toca notas extrañas en la serenidad de lo que quieres. Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana como un vestido de baile que nos hará amar de ti todo detalle como indispensable joya. Haznos vivir nuestra vida no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula, no como un partido en el que todo es difícil, no como un teorema que nos rompe la cabeza, sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo, como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor. Señor, ven a invitarnos» (Madeleine Delbrêl).

Jesús habla «a esta generación» desde las plazas polvorientas de Galilea, donde la vida se negocia al borde de los puestos y los niños inventan juegos con flautas y lamentos. El mercado —corazón social y político del pueblo— es el escenario elegido: allí, el Señor expone el drama del discernimiento.

Bajo el control de Herodes Antipas y la sombra de Roma, Israel vive tensiones religiosas: un pueblo que guarda la Torá, fariseos vigilantes de la pureza, escribas celosos, y un profeta —Juan— que irrumpe con un ascetismo que recuerda al desierto de Elías (2 Re 1,8).

En ese tejido, Jesús contrapone dos músicas: la flauta (bodas, alegría) y la lamentación o endecha (funerales, duelo). La generación caprichosa no baila ni llora: nada le basta. A Juan, que no come ni bebe, lo llaman “endemoniado”; a Jesús, que comparte mesa con pecadores, “comilón y borracho” (cf. Dt 21,20 como eco irónico). Así emergen dos estilos con un mismo fin: convertir el corazón y abrirlo al Reino. La formidable sentencia final —«todos los hijos de la Sabiduría le han dado la razón»— coloca la escena en clave sapiencial: en la Biblia, la Sabiduría edifica casa, prepara banquete, invita (Prov 9,1-6); pero sólo los hijos —los que acogen— dan razón de Ella con su vida.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El Señor interpela nuestra inconstancia. Somos esa comparsa de niños ofendidos que exige a Dios la melodía a la carta. Juan toca el llanto: austeridad, ayuno, desierto (Lc 3,3-14). Jesús toca la danza: mesa, misericordia, vino nuevo (Lc 5,29-32). Dos pedagogías de una misma Misericordia (cf. Os 11,4). Y, sin embargo, el corazón indócil rehúsa ambas: al rigor lo llama fanatismo; a la ternura, permisividad.

Otros textos iluminan la parábola: en Mt 11,16-19 el contraste es idéntico; en Jn 5,35 Jesús recuerda que Juan era «lámpara que ardía y brillaba», y no quisieron alegrarse por un tiempo con su luz; en Lc 5,33-39 el vino nuevo pide odres nuevos; en St 1,8, el «hombre de doble ánimo» es inestable. La sabiduría bíblica invita a discernir el kairos: «Todo tiene su momento: tiempo de llorar y tiempo de bailar» (Ecl 3,4).

Cómo podemos aplicar el evangelio a nuestra vida cotidiana: primero, dejar de juzgar el método y buscar el fin: conversión, comunión, misión. Dios puede hablarte con la vara de Juan o con la caricia de Jesús. Tu resistencia tal vez no es teológica sino afectiva: miedo a perder control, vergüenza de llorar, orgullo de bailar. Segundo, aprende la obediencia del momento: si hoy toca ayuno, no pidas arpa; si hoy toca fiesta, no te escondas. Tercero, reconoce a los hijos de la Sabiduría: vidas que, sin gritar, justifican a Dios por su fruto (Lc 6,43-45). El Reino no busca espectadores exigentes sino discípulos disponibles: almas que, ante la flauta o la lamentación, responden: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sam 3,10).

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, perdónanos porque muchas veces no somos capaces de reconocer tus llamados a la conversión. Envíanos, amado Señor, tu Santo Espíritu para transformar nuestra resistencia en abandono confiado a tu santa voluntad.

Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima María, Madre Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, Estrella de la Evangelización, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad.

  1. Contemplación y acción

Entra en la plaza interior: escucha dos músicas. La flauta: Evangelio que promete misericordia para tus cansancios. La lamentación: llamada a llorar tus pactos con la mediocridad. Deja que una y otra te atraviesen. Guarda silencio, deja que el Espíritu vuelva flexible tu corazón, y lleve el compás.

Te propongo lo siguiente para los próximos días: Cada mañana pide la gracia de discernir “tiempo de llorar / tiempo de bailar” (Ecl 3,4), elige un gesto acorde, puede ser un ayuno breve o acción de gracias explícita. Ante una corrección fraterna, no discutas tu partitura: escucha, anota, obedece algo ese mismo día (Mt 18,15). Compromete una hora semanal de adoración (desierto) y una de caridad alegre —visita, llamada, comida compartida— (mesa). Aprende de memoria Lc 7,31-35, y repítelo cuando tu alma reclame privilegios. Haz un examen vespertino: pregúntate: ¿He justificado hoy a la Sabiduría con mis frutos? (Lc 7,35); si no lo has hecho, pide perdón; si lo has hecho, da gracias y ofrece el mérito por quien juzgas con severidad.

Permanece ahí, callado, mientras la Sabiduría ensancha tu pecho. Que tu vida sea respuesta musical: a cada nota divina, una obediencia.

Contemplemos también la cruz de Nuestro Señor Jesucristo con una oración de Cipriano de Cartago:

«Cuando yacía postrado en las tinieblas de la noche, cuando zozobraba en medio del mar borrascoso de este mundo y andaba vacilante en el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, imaginaba que sería difícil y duro, en mi situación lo que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que – animado de una nueva vida por el baño del agua de la salvación – dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera en el mismo cuerpo humano. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación? …

Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos naturales en mí.

Pero después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes me parecía difícil, se hizo posible lo que creía imposible. De modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados y que era cosa de Dios lo que ahora estaba anidado por el Espíritu Santo».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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