NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED
«No lleven nada para el camino: ni bastón y alforja, ni pan ni dinero; tampoco lleven túnica de repuesto. Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de aquel sitio. Y si no los reciben, al salir de aquel pueblo, sacudan el polvo de los pies, como testimonio contra ellos» Lc 9,3-5.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,1-6
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No lleven nada para el camino: ni bastón y alforja, ni pan ni dinero; tampoco lleven túnica de repuesto. Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de aquel sitio. Y si no los reciben, al salir de aquel pueblo, sacudan el polvo de los pies, como testimonio contra ellos». Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando el Evangelio y curando enfermos por todas partes.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«No sabes lo que la obediencia es capaz de producir por un sí, por un simple sí. “Que se haga en mí según tu palabra” … Y María se convierte en Madre de Dios. Diciendo su sí, se declara esclava del Señor y conserva intacta su virginidad, tan estimada por ella misma y por Dios. Por este sí de María, el mundo obtiene la salvación… Entonces procuremos nosotros también cumplir la voluntad de Dios y digamos sí todos los días al Señor. Que María haga florecer en tu alma nuevas virtudes y que te guarde. Ella es el mar que hay que atravesar para llegar a las costas esplendorosas de la eternidad. Permanece pues con ella. A ejemplo de María, apóyate en la cruz de Cristo. Encontrarás gran alivio y fortaleza. María permanecía de pie bajo la cruz, junto a su Hijo crucificado. En ningún momento Jesús la amó tanto como en aquel trance de sufrimientos intolerables». (San Pío de Pietrelcina).
Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día la fiesta en honor de Santa María, Virgen de la Merced, que significa “misericordia”, “liberación”. Los ángeles se alegran y alaban al Hijo de Dios. Esta advocación se remonta al siglo XIII cuando la Virgen se le aparece a San Pedro Nolasco y lo anima a seguir liberando a los cristianos esclavos. En esa época los moros saqueaban y se llevaban a los cristianos como esclavos a África. En esa terrible condición, muchos perdían la fe al pensar que Dios los había abandonado.
Pedro Nolasco, ante esta situación, vendió su patrimonio para liberar a los cautivos. Formó un grupo para organizar expediciones y negociar redenciones. Cuando se acabó el dinero, pidieron limosna. Sin embargo, las ayudas también se terminaron. Nolasco pide a Dios que le ayude. En respuesta, la Virgen se le aparece y le solicita que funde una congregación para redimir cautivos.
Nolasco le preguntó: «¡Oh, Virgen María, madre de gracia, madre de misericordia! ¿Quién podrá creer que tú me mandas?» Y María respondió: «No dudes en nada, porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos cristianos y serán signo de contradicción para muchos». Ante este deseo, se funda la orden de los Mercedarios en 1218 en Barcelona, España, y San Pedro Nolasco fue nombrado Superior General por el Papa Gregorio IX. En el año 1696, el Papa Inocencio XII fijó el 24 de septiembre como la Fiesta de la Virgen de la Merced para toda la Iglesia.
La escena evangélica acontece en Galilea, tierra de caminos polvorientos, viñas y redes húmedas, bajo la sombra política de Herodes Antipas y el peso tributario de Roma. La vida late alrededor de la sinagoga, donde la Torá se canta, se comenta y se guarda como custodia de la identidad. Los oficios son modestos —pescadores, artesanos, campesinos— y la familia extensa sostiene el tejido social.
Israel vive entre el ardor mesiánico y la obediencia cotidiana: la memoria de los profetas tensa el presente con promesas. En este marco, Jesús convoca a Doce —signo de un Israel renovado— y los reviste con su propia autoridad para expulsar demonios y sanar, y anunciar que Dios reina. El envío en pobreza no es estética de despojo, sino pedagogía de confianza: el mensajero viaja ligero para que el Mensaje camine sin estorbo (cf. Dt 8,2; Sal 23). El shalom es su saludo y su criterio: donde la paz es recibida, allí descansa el Reino; donde es rechazada, el polvo sacudido proclama libertad (cf. Lc 10,5-12). En la Fiesta de Nuestra Señora de la Merced, memoria de una maternidad que rompe cadenas, este envío adquiere timbre de liberación: la misericordia no es idea; es camino, casa abierta y vendas en las manos.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Madre Santísima, Virgen de la Merced: encomendamos a tu corazón inmaculado a todo el género humano; condúcelo al conocimiento del único y verdadero Salvador, Jesucristo; aleja de la humanidad los males del pecado y concédele la paz en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor.
El Evangelio no crece por acumulación de medios, sino por irradiación de Presencia. Jesús no delega tareas: comparte su ser. Por eso el envío lleva su perfume: curar y anunciar. Curar no es añadir milagros al espectáculo del mundo, sino tocar la llaga donde el mal divide; anunciar no es repetir consignas, sino abrir la puerta a la soberanía de Dios en lo concreto. La pobreza evangélica —bastón, sandalias, una túnica— es sacramento de disponibilidad: quien lleva poco, ofrece mucho; quien confía, contagia confianza (cf. Mt 6,25-34).
Esta página conversa con Mt 10,5-15 y Mc 6,7-13 (disposiciones de misión), y con Lc 10,1-12 (los setenta y dos), donde resuena la misma cuerda: la autoridad brota de la comunión (cf. Jn 15,5). También Heb 13,5 recuerda: «No te dejaré ni te abandonaré».
Nuestra Señora de la Merced nos enseña el estilo de Dios: bajar a las cárceles del alma y del cuerpo, pagar con la propia vida la libertad del otro. La Iglesia, familia de redimidos, es enviada a «anunciar libertad a los cautivos» (Is 61,1; Lc 4,18). ¿Cuáles son hoy nuestras cadenas? Adicciones sutiles, consumismos que drenan el tiempo, resentimientos que colonizan el corazón. El apóstol contemporáneo viaja ligero de ego, de agenda total, de ideología; lleva la voz de la Palabra, la proximidad de una mesa y el aceite de la compasión. El mandato final — «Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando el Evangelio y curando enfermos»— es examen para el discípulo: ¿salgo o me quedo? ¿anuncio o comento? ¿cuido o calculo?
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, que en tu admirable providencia quisiste que la Madre de tu único Hijo experimentase las angustias y los sufrimientos humanos; por la intercesión de María, consuelo de afligidos y libertadora de cautivos, concede a los que sufren cualquier modo de esclavitud la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Padre eterno, te suplicamos perdones a los pecadores sus delitos y admite en tu reino a todos los difuntos de todo tiempo y lugar para que puedan contemplar tu rostro. Protege Señor a las almas de los agonizantes en el tránsito a la vida eterna en tu reino.
¡Dulce Madre, María!, Madre celestial, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Silencio. Mira a Jesús que extiende sus manos sobre ti y pronuncia tu nombre. Siente el peso leve de su autoridad: no aplasta, sostiene. Repite lentamente: «El Señor es mi pastor… nada me falta» (Sal 23). Deja que esta certeza te vacíe de prisa y de ruido.
Te propongo lo siguiente: hoy renuncia a una “alforja” inútil (una compra superflua, una hora de redes sociales) y ofrece ese aceite a alguien que sufre. Entra a cada lugar con una bendición breve (“La paz sea en esta casa”, cf. Lc 10,5) y sostén esa paz con un gesto amable. Identifica una herida cercana (soledad, deudas, duelo) y actúa: escucha, acompaña, comparte un recurso concreto. Comparte un versículo que dé esperanza (Is 61,1; Mt 11,28) y explícalo en 30 segundos, con respeto. Merced: practica el “rescate” cotidiano: perdona una deuda pequeña (un agravio, un favor no devuelto).
Permanece mirando al Señor: «Vayan» no es un mandato duro, es el latido de su Corazón. Cuando su Presencia habita, el mundo deja de ser territorio hostil y se vuelve viña: cada paso, poda; cada encuentro, cosecha.
Hermanos: contemplemos a Nuestra Santísima Madre, la Virgen de la Merced, con un escrito de Ricardo de San Lorenzo:
«Aunque ahora reina en el cielo, es ella la que obtiene siempre para todos los fieles la misericordia. Ya leemos en el evangelio que intercedió ante su Hijo en favor de los hombres: “Hijo, no tienen vino” (Jn 2,2). Como si hubiera querido decir: Hijo, los hombres, hambrientos y sedientos, necesitan tu misericordia y tu amor, para que de ahora en adelante el vino de la gracia lleve alegría a los que hasta ahora había entristecido el sabor insípido de la observancia legal.
Cristo, por las oraciones y los méritos de su madre, sigue cambiando todavía el agua de los pecados en el vino de la gracia, y el agua de las miserias en el vino de los consuelos. Esta madre intercede, en efecto, por nosotros con gemidos inenarrables: ella es la que nos obtiene, por su bondad, llorar nuestras culpas e impetrar con la oración el perdón».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.