Y Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías de Dios» Lc 9,20.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-22
Una vez que Jesús estaba orando solo, en compañía de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros, que Elías y otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas». Y Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías de Dios». Él les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«¡No tengáis miedo! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! A su potestad salvadora abrid las fronteras de los Estados, los sistemas económicos así como los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. No tengáis miedo. ¡Cristo sabe “lo que hay dentro del hombre”! ¡Solo Él lo sabe! Hoy con tanta frecuencia el hombre no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su alma, de su corazón. ¿Cuántas veces es incierto del sentido de su vida en esta tierra. Invadido por la duda, que se convierte en desesperación. Permitid, por tanto, os ruego, os imploro con humildad y confianza, permitid a Cristo que hable al hombre. Solo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna. Precisamente hoy en día, con frecuencia, el hombre no sabe qué llevar en el corazón, en su alma; por eso dejad que Cristo hable al hombre. Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos, como también los políticos, los amplios campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo» (San Juan Pablo II).
El texto de hoy está integrado por la “Confesión de Pedro” y el primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección que hace Jesús. También se puede ubicar en Mateo 16,13-28, y en Marcos 8,27-9,1.
En la lectura se aprecia que había muchos rumores sobre Jesús. La gente no tenía una percepción clara sobre su identidad, aunque su fama se había extendido por toda la región. Ante este panorama, Jesús deseaba conocer de boca de sus propios discípulos si habían comprendido quién era Él. Pedro responde por todos los discípulos que Jesús es el Mesías de Dios, el Ungido.
Luego de la “Confesión de Pedro”, Jesús expone el destino que le espera, haciendo el primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La pregunta de Jesús corta como espada que separa rumor y adoración: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (Lc 9,20). Pedro responde con la humilde grandeza de la gracia: «Tú eres el Mesías de Dios». Esta confesión dialoga con Mt 16,13-17, donde el Padre revela el misterio al pescador; también con Jn 6,68, donde Pedro, vencido y libre, dice: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»; y con Fil 2,6-11, que canta la kénosis del Hijo. En Lucas, la confesión está abrazada por el anuncio de la Cruz: reconocer al Cristo sin abrazar su Pascua es erigir un ídolo amable.
Benedicto XVI recordaba que el cristianismo nace del encuentro con una Persona que da nuevo horizonte y orientación decisiva. La fe, entonces, no es adhesión a un eslogan mesiánico, sino obediencia amorosa al Siervo sufriente (cf. Is 53,5) cuya gloria es amar hasta el extremo (cf. Jn 13,1). Jesús, al revelar el camino, rectifica nuestros mesianismos: no conquista por aplausos, sino por su entrega; no se impone con violencia, sino con misericordia (cf. Lc 23,34).
La pregunta regresa a cada discípulo cuando la vida se vuelve estrecha: en la enfermedad, la pérdida, la contradicción. ¿Quién es Jesús para mí cuando mi proyecto se quiebra? Si es Señor, su Pasión ilumina mi noche; si es solo “maestro admirable”, su palabra queda en mármol. La confesión verdadera se verifica en el seguimiento (cf. Lc 9,23): negarse a sí mismo, cargar la cruz cotidiana, perder por amor y encontrarlo todo (cf. Mc 8,35). La Cruz no es fracaso: es la puerta estrecha por donde entra el Reino (cf. Lc 13,24).
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, te rogamos envíes tu Santo Espíritu para que realicemos una profesión de fe que se convierta en un seguimiento firme y cotidiano en nuestras familias y por donde vayamos.
Amado Jesús, que la comprensión de tu mensaje de amor y misericordia nos lleve a la realización de obras de misericordia en favor de nuestros hermanos más necesitados espiritual y materialmente.
Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.
¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contempla al Hijo que se deja nombrar y, al ser reconocido, anuncia su pasión. Silencia tus cálculos; deja que su pregunta te atraviese. Míralo: en sus ojos caben el Hermón y el Gólgota, la luz del Tabor y la sombra del Calvario (cf. Lc 9,28-36). Allí donde temes perder, Él te muestra el rostro del Padre (cf. Jn 14,9).
Te propongo lo siguiente: Realiza un acto diario de confesión: al despertar, reza despacio: “Jesús, Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. En Ti confío”. Haz un gesto pascual: elige voluntariamente un pequeño sacrificio por amor —tiempo, comodidad, opinión— y ofrécelo por alguien adverso (cf. Lc 6,27). Realiza escucha obediente: 10 minutos de Evangelio (Lc 9) preguntando: “¿Qué cruz concreta debo abrazar hoy?”. Escríbelo y cúmplelo. Lleva a cabo una obra de caridad que confiesa: transforma una queja en un servicio: una visita, una llamada, un perdón (cf. St 2,14-17). Asiste a la Eucaristía: participa en una Misa ferial; lleva a la ofrenda el nombre de quien te cuesta amar (cf. Lc 22,19-20).
Permanece: la confesión florece en adoración. Cuando el corazón se inclina, la Cruz deja de ser muro y se vuelve puerta (cf. Jn 10,9).
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Crisóstomo:
«El Señor preguntó a Sus discípulos: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ No porque no conociera la respuesta, sino porque quería corregir las ideas erróneas y fortalecer su fe. Algunos pensaban que era Juan el Bautista, otros Elías, o uno de los profetas. Pero estas opiniones, aunque respetuosas, no eran la verdad. Cristo no es solo un profeta más, ni siquiera el mayor de los profetas; Él es el Hijo de Dios. Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, confiesa: ‘Tú eres el Cristo de Dios’. Este reconocimiento de Cristo como el Mesías y el Hijo de Dios es la roca sobre la cual se edifica la fe de la Iglesia. Pero Jesús les ordena que no lo revelen aún. ¿Por qué este silencio? Porque el pueblo no estaba preparado para comprender que el Mesías debía sufrir y morir. La gente esperaba un Mesías glorioso, un rey terrenal que los liberaría de la opresión romana. Pero Cristo no vino para liberar a una nación, sino para redimir al mundo del pecado. Debía morir en la cruz y resucitar para que el verdadero significado de Su misión fuera comprendido. La cruz, por tanto, no es un signo de derrota, sino de victoria. Así como Pedro confesó valientemente a Cristo, también nosotros debemos confesar nuestra fe en Él, aunque el mundo no comprenda ni acepte el misterio de la cruz».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.