SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA
«Los zorros tienen madriguera y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» Lc 9,58.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,57-62
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, uno le dijo: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le respondió: «Los zorros tienen madriguera y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó Jesús: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia». Jesús le contestó: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no vale para el Reino de Dios».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez… Comprendí que, si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas… Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear grandes santos que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos…» (Santa Teresa del Niño Jesús).
Hoy celebramos a Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, fiel testimonio de confianza filial en Dios. Para ella, el amor tiene un rostro: Jesús. Teresa es uno de los “pequeños” del evangelio que se deja transportar por Jesús a las profundidades del misterio de su amor.
Nació en Alenzón en 1873. En 1877, después de la muerte de su mamá se traslada con su familia a Lisieux. A los 14 años tomó la decisión de consagrarse a Dios, para lo cual pidió la autorización del papa León XIII, e ingresó en 1888 al monasterio de las carmelitas descalzas de Lisieux, donde hizo su profesión religiosa a los 17 años. Murió en 1897, fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925 por Pío XI. Escribió más de 200 cartas, 62 poemas, 21 oraciones y 8 recreaciones piadosas.
El pasaje evangélico de hoy se ubica luego de los textos del exorcista anónimo y de la reprensión de Jesús a Juan y Santiago. Lucas nos sitúa en el tramo inaugural de la gran subida a Jerusalén (Lc 9,51), donde Jesús, con el rostro decidido, va revelando las exigencias del seguimiento. El camino discurre por aldeas de Galilea y Samaría, territorio marcado por fracturas religiosas y por la presencia romana que gravaba la vida con impuestos y vigilancia. En ese marco, tres escenas brevísimas, casi relámpagos, condensan un discernimiento vocacional.
Primero, un entusiasta se ofrece: «Te seguiré adonde vayas»; Jesús responde con la pobreza itinerante: «El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58; cf. 2 Co 8,9). Segundo, el Maestro llama a otro: «Sígueme»; y el hombre pide aplazar por la obligación sagrada de enterrar a su padre. Jesús desplaza el eje: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios» (Lc 9,60), no porque repudie el cuarto mandamiento, sino porque relativiza todo ante el Absoluto (cf. Mt 10,37). Tercero, alguien quiere despedirse de los suyos; Jesús cita el arado: mano firme, mirada hacia delante (Lc 9,62).
La memoria de Santa Teresita ilumina el texto: su “caminito” no fue rebaja del Evangelio, sino concentración amorosa en lo esencial. Ella leyó la radicalidad de Cristo como entrega total en lo pequeño, obediencia y caridad sin fisuras, en el claustro y en la noche de la fe.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«La ley misma de Moisés fue la que dijo en primer lugar: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con toda tu fuerza y con todo tu corazón” (Dt 6,5) y después puso el honor a los padres, diciendo: “Honra a tu padre y a tu madre” (Mt 10,37)» (Cirilo de Alejandría).
El pasaje es un tríptico de libertad. Jesús purifica el entusiasmo (primer diálogo), ordena los afectos (segundo) y fija la dirección (tercero). No promete seguridad, sino inseguridad fecunda: el nido y la guarida no serán suyas (cf. 2 Co 6,10). El que sigue a Cristo entra en la intemperie del amor, donde la única morada estable es la voluntad del Padre (Jn 4,34).
El segundo contraste provoca: ¿puede el amor a la familia estorbar el Reino? Jesús no desprecia los lazos, pero “desidolatra” los afectos (cf. Lc 14,26-27). Como Eliseo con Elías (1 Re 19,19-21), hay un “dejar” para “seguir”, pero ahora sin demora: el Reino urge (1 Co 7,29-31). La frase «deja que los muertos…» denuncia las inercias que, bajo apariencia de deber, sofocan la obediencia.
El tercero enfrenta la nostalgia: mirar atrás desgarra el surco (cf. Flp 3,13-14; Gn 19,26). El seguimiento pide integridad de mirada. Mateo transmite estos ecos (Mt 8,19-22) y Lucas los inserta en el gran tema del discipulado: tomar la cruz cada día (Lc 9,23).
Con Santa Teresita aprendemos la radicalidad como confianza: «No es a la primera, ni a la segunda… es en el momento presente cuando amo». Su pequeño camino traduce la exigencia lucana en actos minúsculos que, sumados, forman un sí indiviso. Conversión hoy: pasar de “seguir ideas de Jesús” a seguir a Jesús; de aplazar la gracia a obedecer ahora; de mirar heridas pasadas a fijar la vista en su Rostro (Hb 12,1-3).
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que preparas tu reino para los humildes y los sencillos, concédenos seguir confiadamente el camino de Santa Teresa del Niño Jesús para que, con su intercesión, podamos tener un corazón abierto al perdón y a la fraternidad.
Amado Jesús: concédenos, a través del Espíritu Santo, la fe para ser firmes en la misión de seguirte y llevar tu Palabra por donde vayamos.
Espíritu Santo, fortalece las vocaciones de seguimiento total a Jesús, para anunciar la salvación a todos los pueblos. Derrama tu santa luz para que todos los pueblos acojan las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo y, abriendo su corazón al verdadero amor, decidan creer en Él.
Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen al banquete celestial.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reina de los apóstoles, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.
- Contemplación y acción
En silencio, míralo caminar. No lleva llave ni almohada; lleva un querer: el Padre. Reposa tu frente en su paso y escucha cómo su «Sígueme» atraviesa tus excusas. Deja que su paz te señale por dentro aquello que te retiene: un hábito, un rencor, un deber inflado, una nostalgia. Entrégaselo sin palabras.
Te propongo lo siguiente: realiza hoy, no mañana, un acto de obediencia que has pospuesto (llamar, reconciliarte, comenzar esa obra de caridad) (St 4,17). Realiza un acto de pobreza voluntaria: renuncia a una comodidad innecesaria y destina ese tiempo o recurso a alguien concreto (Lc 12,33-34). Pon mano al arado: elige una práctica diaria breve e innegociable (10 minutos de Evangelio; una obra escondida de servicio) y cúmplela pase lo que pase (Sal 119,105). Dirige tu mirada adelante: cuando regrese la nostalgia o el miedo, reza lentamente Flp 3,13-14 y vuelve a tu tarea con mansedumbre.
Permanece, por último, sin decir nada: el corazón se aquieta, y la intemperie se vuelve hogar porque Él está. El fuego que no promete camas regala sentido; la renuncia deja de ser pérdida y se vuelve comunión.
Hermanos: contemplemos a Dios a través de un texto de la Didaché:
«¡Padre santo! Te damos gracias por tu santo nombre, que has hecho que habite en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso!, que a causa de tu nombre has creado todo cuanto existe y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello.
A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor!, acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para llenarla de tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el Reino que le has preparado, porque a ti sólo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.