«Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían ustedes a ese árbol: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y les obedecería» Lc 17,6.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,5-10
En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor contestó: «Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían ustedes a ese árbol: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y les obedecería. ¿Quién de ustedes que tenga un criado arando o pastoreando le dice cuando llega del campo: “Ven, siéntate a la mesa”? ¿No le dirán más bien: “Prepárame la cena y sírveme mientras como y bebo, y luego comerás y beberás tú”? ¿Tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Así también ustedes. Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer”».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La fe es la única condición que Jesús pone a cada paso para obrar milagros y es también la condición que espera encontrar hoy en nosotros para seguir realizando sus maravillas y llevar adelante la historia de la salvación en nuestro mundo. El texto evangélico quiere fijar nuestra atención en este poder de Dios. El ejemplo de la morera es una forma de ilustrar que Dios es capaz de realizar lo humanamente imposible. Por eso, lo decisivo no son las dificultades y los males que vemos alrededor. Lo decisivo es la fe que espera todo de Dios, que no pone límites al poder de Dios. “Si crees verás la gloria de Dios” (Jn 11,40), es decir, a Dios mismo actuando y transformando la muerte en vida. A nosotros, pobres siervos, nos corresponde avivar el fuego de esta gracia de la fe que nos ha sido dada; esto es lo que “tenemos que hacer”» (Julio Alonso Ampuero).
El pasaje evangélico de hoy se ubica luego de la parábola del rico y Lázaro que meditamos el pasado domingo. Hoy meditaremos la última de las tres instrucciones que Jesús dio a sus discípulos (versículos 5 y 6), y uno de los deberes de un apóstol (entre los versículos 7 y 10).
Las tres instrucciones son las siguientes: la primera, evitar los escándalos haciendo una dura advertencia al que los provoque; la segunda, estar en guardia para perdonar siempre al hermano; y la tercera, ante la propia conciencia de los apóstoles de su débil fe, Jesús hace un llamado al ejercicio activo de la fe. En lo que respecta al deber, Jesús hace un llamado a la fidelidad y responsabilidad del discípulo, sin que exija nada a cambio a Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Auméntanos la fe». No pedimos cantidad para exhibir fuerza, sino densidad para obedecer con amor. La fe no es espectacular: es pequeña, ardiente y eficaz (cf. Lc 17,6; Mc 4,31-32). Desarraiga moreras de resentimiento y las arroja al mar de la misericordia (cf. Miq 7,19). Pero apenas ha removido un árbol del alma, el discípulo descubre la segunda palabra: «somos siervos inútiles» (Lc 17,10). No “inútiles” porque Dios no valore, sino porque la gracia precede, acompaña y corona toda obra (cf. 1 Co 15,10; St 1,17). Jesús cura así nuestra vanagloria religiosa: evita que el yo se infle cuando perdona, sirve o predica.
Esta humildad es la que palpita en el Magníficat (Lc 1,46-55) y en el Lavatorio (Jn 13,1-15). Y es también la lógica de la cruz: «Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5-11). Cuando el mundo pide efectos visibles, el Evangelio enseña eficacia escondida: el Reino crece en la obediencia sin aplausos (cf. Mt 6,1-4). La fe que pide aumento se nutre de Palabra (Rm 10,17), se verifica en obras de caridad (St 2,14-18) y se purifica en la noche oscura de la inutilidad aparente (cf. 2 Co 12,9). Así, la Iglesia sirve, no se sirve; administra misterios que no son suyos (1 Co 4,1). Frente al “hacer para ser alguien”, Jesús propone “ser de Alguien para poder hacer”: pertenecer al Señor, rendirle la mesa del corazón y luego, sí, comer de su Pan (Lc 17,7-8; cf. Lc 22,27-30). La conversión hoy es pasar de la autoafirmación a la disponibilidad: un “heme aquí” cotidiano.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona.
Amado Jesús, anímanos y concédenos alegrarnos por todas las obras de amor y misericordia que realizamos, para que podamos contribuir, desde nuestra fe, a un mundo más justo.
Espíritu Santo: amor del Padre y del Hijo, otórganos la sabiduría, el discernimiento y la fe para mantenernos alejados de las tentaciones de vanagloria, orgullo y de hacer las cosas por recibir gratitud.
Amado Jesús, justo juez, por tu infinita misericordia, concede a las almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Silencio. Miro a Jesús sentado a la mesa: soy el siervo que vuelve del campo. En sus ojos no hay dureza, hay deseo de comunión. «Prepárame la cena»: pongo sobre el mantel los pequeños actos del día—una llamada, un perdón, un trabajo honesto—y, como incienso, mi cansancio. Dejo de discutir mis méritos: “Lo que debía hacer, hice”. Entonces respiro hondo: la paz no viene de mi rendimiento, sino de pertenecerle.
Propongo lo siguiente: Realizaré un acto oculto de caridad: hoy ayudaré a alguien sin que lo sepa (cf. Mt 6,3-4). Obediencia puntual: cumpliré con esmero un deber desagradable, ofreciéndolo por quien me cuesta amar (cf. Lc 6,27-28). Examen humilde (5 minutos al anochecer): daré gracias, pediré perdón, y renovaré “heme aquí” (cf. Sal 139,23-24). Esta semana, participaré en la Eucaristía un día laboral; dejaré que Él me sirva su Cuerpo después de haberlo servido (cf. Jn 13,8; Lc 22,27).
Permanezco en contemplación: el Maestro, que pidió servicio, ahora me dice: “Siéntate y come”. Comprendo que su yugo es suave (Mt 11,29-30) porque Él lleva el peso mayor. La fe aumentada no se nota en fuegos artificiales, sino en manos más libres para amar y un corazón más ligero para obedecer.
Hermanos: contemplemos a Dios a través de un texto de la encíclica Deus caritas de Benedicto XVI:
«En su himno a la caridad, San Pablo nos enseña que esta es siempre algo más que una simple actividad: “Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve”. Este himno debe ser la “Carta Magna” de todo el servicio eclesial. La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona.
Este es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo -la cruz-, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: “somos unos pobres siervos”. En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.