«Señor, enséñanos a orar» Lc 11,1.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,1-4
Una vez, Jesús estaba orando en cierto lugar. Cuando uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oren digan: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación”».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
———–
«Jamás ceséis de orar: arrodillaos, cuando podáis, y cuando no, invocad a Dios de corazón, por la noche, por la mañana y al mediodía. Si tenéis cuidado de orar antes de poneros al trabajo, y si al levantaros empezáis por ofrecer a Dios vuestra oración, como las primicias de vuestras acciones, estad persuadidos de que el pecado no hallará entrada en vuestra alma» (San Efrén).
Hoy meditamos la oración del Padrenuestro, que también se ubica en Mateo 6,9-15, en el que se identifican siete peticiones. En Lucas, la oración forma parte los hechos que ocurrieron cuando Jesús iba camino a Jerusalén; su texto, es más breve que en el evangelio de San Mateo.
En Lucas, las cuatro peticiones de Jesús sintetizan el proyecto de vida del cristiano: la primera es la invocación y la santificación del Santo Nombre de Dios Padre. La segunda pide la providencia divina para la subsistencia diaria. La tercera expresa el ferviente deseo que su Reino se instaure en nuestros corazones, pidiendo su misericordia y siendo misericordiosos con el prójimo, con quien pueden surgir enfrentamientos y contrariedades, pero a quien debemos estar plenamente dispuestos a perdonar en el nombre de Dios. Y la cuarta se refiere a estar alertas y pedir la ayuda divina de Dios Padre para alcanzar la victoria sobre las tentaciones; en el evangelio de Mateo, también le suplicamos que nos libere del mal y le pedimos la libertad de todas las ataduras del maligno.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
El Evangelio nos muestra a Jesús orante antes de enseñarnos a orar: la oración no es teoría, es contagio. «Padre»: una palabra que nos levanta del polvo de la culpa y nos sienta a la mesa de los hijos (Ga 4,6). Pedimos que su Nombre sea santificado, es decir, que Dios sea Dios en nosotros (Ez 36,23); que su Reino irrumpe y nos convierta en levadura de paz (Lc 17,21). El pan es lo necesario para vivir, pero también el Pan vivo del que habla Jesús (Jn 6,35): pedir pan es aprender sobriedad y Eucaristía. El perdón abre paso al perdón de los hermanos (Mt 6,14-15), y la súplica final — «no nos dejes caer en la tentación» — reconoce la batalla (Ef 6,10-18) y confiesa que solo la gracia nos sostiene (2 Cor 12,9).
Otros textos iluminan este mapa: en Getsemaní, el Hijo ora «Abbá… no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42), cumplimiento radical del Padrenuestro. En Mt 11,25-27, Jesús bendice al Padre por revelar a los pequeños: la oración es descenso del corazón. Y Rom 8,26-27 nos recuerda que el Espíritu ora «con gemidos inefables»: no oramos solos.
Convertirse hoy a esta oración es pasar del activismo ansioso a la docilidad, del control al abandono confiado. Benedicto XVI enseña que el Padrenuestro es «itinerario de purificación del deseo» hasta querer lo que Dios quiere. San Juan Pablo II lo llama «síntesis del Evangelio» que nos devuelve a la sencillez bautismal. Rezar como Jesús es vivir como Jesús.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Santo Dios, Santo Padre del cielo, envía tu Espíritu Santo para fortalecer nuestra fe y poder ser discípulos de Jesús en todas las circunstancias de nuestras vidas.
Padre eterno, dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre de Misericordia, intercede ante Dios Padre por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplar el Padrenuestro es respirar con Jesús. Deja que cada petición sea una marea que entra y sale: el Padre viene, el Reino llega, la voluntad transforma, el pan sostiene, el perdón libera, la gracia defiende.
Propongo lo siguiente: Ritmo diario: rezar el Padrenuestro tres veces conscientemente (amanecer, mediodía, noche), deteniéndote un minuto en una petición distinta. Pan compartido: vincular cada Padrenuestro al gesto concreto de dar algo (comida, tiempo, atención) a quien lo necesite (Is 58,7). Practicar el perdón: escribir el nombre de una persona a quien debas perdonar o pedir perdón y dar el primer paso en 48 horas (Mt 5,23-24). Combate interior: cuando llegue la tentación, pronunciar en voz baja: “Padre, sostén mi libertad” y retirarte dos minutos para respirar y discernir (Sal 141,3). Eucaristía: al menos una vez entre semana, participar en Misa como respuesta al “danos hoy”.
Luego, calla. Deja que el Espíritu diga en ti “Abbá”. Mira al Hijo orando en ti; mira al Padre que te mira. La oración se vuelve presencia y tu vida, un “amén” que camina.
Contemplemos también a nuestro Señor Jesucristo con un texto de Guillermo de Saint-Thierry:
«Oh alma fiel, cuando tu fe se vea rodeada de incertidumbre y tu débil razón no comprenda los misterios demasiado elevados, di sin miedo, no por deseo de oponerte, sino por anhelo de profundizar: “¿Cómo será eso?”.
Que tu pregunta se convierta en oración, que sea amor, piedad, deseo humilde. Que tu pregunta no pretenda escrutar con suficiencia la majestad divina, sino que busque la salvación en aquellos mismos medios de salvación que Dios nos ha dado. Entonces te responderá el Consejero admirable: cuando venga el Defensor, que enviará el Padre en mi nombre, él os enseñará todo y os guiará hasta la verdad plena. Pues nadie conoce lo íntimo del hombre, sino el Espíritu del hombre, que está en él; y, del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios.
Apresúrate, pues, a participar del Espíritu Santo: cuando se le invoca, ya está presente; es más, si no hubiera estado presente no se le habría podido invocar. Cuando se le llama, viene, y llega con la abundancia de las bendiciones divinas. Él es esa impetuosa corriente que alegra la ciudad de Dios.
Si al venir te encuentra humilde, sin inquietud, lleno de temor ante la palabra divina, se posará sobre ti y te revelará lo que Dios esconde a los sabios y entendidos de este mundo. Y, poco a poco, se irán esclareciendo ante tus ojos todos aquellos misterios que la Sabiduría reveló a sus discípulos cuando convivía con ellos en el mundo, pero que ellos no pudieron comprender antes de la venida del Espíritu de verdad, que debía llevarlos hasta la verdad plena.
En vano se espera recibir o aprender de labios humanos esa verdad que sólo puede enseriar el que es la misma verdad. Pues es la misma verdad quien afirma: Dios es Espíritu, y así como los que quieren adorarle deben hacerlo en espíritu y verdad, del mismo modo los que desean conocerlo deben buscar en el Espíritu Santo la inteligencia de la fe y la significación de la verdad pura y sin mezclas.
En medio de las tinieblas y de las ignorancias de esta vida, el Espíritu Santo es, para los pobres de espíritu, luz que ilumina, caridad que atrae, dulzura que seduce, amor que ama, camino que conduce a Dios, devoción que se entrega, piedad intensa.
El Espíritu Santo, al hacernos crecer en la fe, revela a los creyentes la justicia de Dios, da gracia tras gracia y, por la fe que nace del mensaje, hace que los hombres alcancen la plena iluminación».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.