LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE, VIRGEN

«La Sabiduría es radiante e inmarcesible, se deja ver fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan» Sb 6,12.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,47-54

En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de ustedes, que edifican sepulcros a los profetas, a quienes sus antepasados mataron! Así se hacen testigos y cómplices de lo que hicieron sus antepasados; porque ellos los mataron y ustedes les edifican sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán”; así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el Santuario. Sí, se lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley que se han quedado con la llave del saber; no han entrado ustedes y a los que intentaban entrar les impidieron!». Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo con muchas preguntas capciosas, para sorprenderlo con sus propias palabras.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La Sabiduría va buscando a los que son dignos de ella, se les muestra benévola por los caminos y sale al encuentro de todos sus pensamientos… Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, libre, bienhechor, filántropo, libre, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo controla y penetra en todos los espíritus» (Sb 6,16;7,22-23).

Hoy celebramos a Santa Margarita María Alacoque. Nació el 25 de julio de 1647, en Borgoña, Francia. Entró en el convento de la Visitación en 1655 y luego en el convento de Paray-le-Monial en 1671. Ella recibió de Nuestro Señor Jesucristo tres armas para lograr la purificación: la primera, una conciencia delicada y un profundo odio al pecado y dolor ante la más pequeña falta; la segunda, la santa obediencia; y la tercera, la santa cruz.

Así mismo, recibió cuatro revelaciones de Nuestro Señor Jesucristo. Murió el 17 de octubre de 1690. Fue beatificada en 1864 y canonizada en 1920.

Con el pasaje evangélico de hoy culmina el texto que hemos meditado desde el martes, denominado “Reprensión o invectiva contra fariseos y doctores de la Ley”, ubicado en Lc 11,37-54. Hoy meditaremos los versículos del 47 al 54 en los que Jesús continúa expresando sus “ayes” por los fariseos y doctores de la Ley debido a su disposición a honrar a los profetas muertos, construyéndoles sepulcros a quienes fueron asesinados por sus antepasados. De esta manera, los fariseos y doctores de la Ley, imitando a sus antepasados, comenzaban a construir el sepulcro de Jesús. Aun así, Jesús ofrece una oportunidad de arrepentimiento, porque predicó el perdón y el amor, aun cuando lo iban a matar.

Adicionalmente, Jesús señala que la llave de la sabiduría es interpretar la Ley a través de sus enseñanzas, algo que se rehusaban a hacer los maestros de la Ley. De esta manera, se iba agudizando el conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas de la época. Jesús enseña también que es imposible separar el amor a Dios y el amor al prójimo; por ello, el discípulo que da testimonio de estos amores vive amando con la belleza de la transparencia y la alegría de ser discípulo. El amor proclama la gloria de Dios y da contenido a nuestros pensamientos, acciones y gestos. Jesús le otorga el primado al mandamiento del amor.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El Señor revela la gran tentación religiosa: construir mausoleos al pasado para eludir la obediencia presente. Honramos a Isaías, a Juan el Bautista, a Teresa de Ávila… ¿pero escuchamos hoy la voz que nos llama a la conversión? Los “ayes” de Jesús no son invectivas de ira, sino cirugía del Amor que quiere liberar al corazón de la hipocresía (cf. Mt 23). La palabra hiere para sanar: «¡Ay de vosotros…!» (Lc 11,47) porque podéis transformar la memoria en coartada, la liturgia en cofre cerrado, la doctrina en muro que impide entrar (cf. Lc 11,52). El Evangelio desenmascara la “piedad de museo”: venerar reliquias y silenciar al pobre (cf. Lc 16,19-31), acumular saber y no abrir la puerta a los que buscan (cf. Mt 23,13), medir con balanzas finas y olvidar «lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad» (Mt 23,23).

Cristo, Sabiduría encarnada (cf. 1 Co 1,24), recuerda que la historia es un río de llamadas: «les enviaré profetas y apóstoles» (Lc 11,49). Hoy esa voz llega en la denuncia de las víctimas, en la Palabra proclamada, en la Iglesia que nos exhorta a la santidad cotidiana (cf. Hb 3,7-8). Y llega, sobre todo, en la Eucaristía: el que fue rechazado se nos da como Pan vivo (cf. Jn 6,51). La pregunta es simple y total: ¿seré sepulcro decorado o sagrario habitado? «Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Guardarla es dejar que nos desinstale, que cambie prioridades (cf. Rm 12,2), que nos vuelva hospital de misericordia más que aduana moral. La luz de Jesús no avergüenza para humillar, sino para rehacer el corazón, como en Zaqueo (cf. Lc 19,1-10) y en Saulo (cf. Hch 9).

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, infunde en nosotros el espíritu de santidad con que enriqueciste tan singularmente a Santa María Margarita Alacoque, para que también nosotros lleguemos a conocer por experiencia el amor de Nuestro Señor Jesucristo, que excede a todo conocimiento, y que seamos colmados de la total plenitud de tu amor.

Espíritu Santo, nuestro corazón está dispuesto a seguir a Nuestro Señor Jesucristo, concédenos los dones para vivir como cristianos de palabra y de obra.

Amado Jesús, haz que aquellos a quienes elegiste ministros de tu Evangelio sean siempre fieles y celosos dispensadores de los misterios del reino.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, haz parte de tu felicidad a todos los difuntos, al lado de María nuestra madre y con todos los santos. Te suplicamos también que los agonizantes puedan contemplar tu salvación.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Ahora, en silencio, deja que la Palabra te mire. Imagina el sepulcro blanqueado: pulcro por fuera, hueco por dentro (cf. Mt 23,27). Cristo se acerca y llama. No viene con martillo, sino con un Nombre: Amor. Siente cómo su luz penetra los rincones donde guardas excusas, etiquetas, rigideces. No te defiende de la verdad: te defiende con la verdad. Déjate habitar.

Propongo lo siguiente para custodiar esta presencia: Esta semana, escucha de verdad a una persona que te incomoda; que tu conocimiento sea llave y no cerrojo (cf. Lc 11,52). Repara, aunque sea con un gesto sencillo, una injusticia que hayas permitido por omisión (cf. St 4,17). Elige a un santo o profeta y practica un rasgo suyo (la pobreza alegre de Francisco, la oración ardiente de Teresa, la caridad vigilante de Vicente). Toma Lc 11,42-54 y Mt 23,1-36; subraya un “ay” y conviértelo en examen de conciencia diario. Reserva parte de tus recursos —tiempo, bienes— para el necesitado concreto (cf. Is 58,6-7).

Permanece en silencio. «Hoy, si escuchan su voz, no endurezcan su corazón» (Sal 95,7-8). La contemplación es dejar que el Dios transforme tu interior en altar, y que, al salir, tus manos huelan a evangelio.

Hermanos, contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía del papa Francisco:

«“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único” (Jn 3,16). Este Hijo único “se entregó a sí mismo”, no porque haya prevalecido la voluntad de sus enemigos, sino “porque él mismo quiso” (Is 53,10-11). “Amó a los suyos, y los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). El extremo es la muerte aceptada por los que ama; este es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto, porque “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

Este amor de Cristo ha sido, en su muerte, más poderoso que el odio de sus enemigos; el odio tan sólo pudo hacer lo que el amor le permitió. Judas, o los enemigos de Cristo, lo entregaron a la muerte por un malvado odio. El Padre entregó a su Hijo, el Hijo se entregó a sí mismo por amor (Rm 8,32; Gal 2,20). Sin embargo, el amor no es el culpable de la traición; es inocente incluso cuando Cristo muere por amor. Porque tan sólo el amor puede hacer impunemente lo que le parece bien. Tan sólo el amor puede constreñir a Dios y, por decirlo de alguna manera, mandarle. Es el amor lo que le ha hecho descender del cielo y ponerlo en la cruz, es el amor el que ha hecho derramar la sangre de Cristo por la remisión de los pecados en un acto tan inocente como saludable. Nuestra acción de gracias por la salvación del mundo se debe, pues, al amor. Y es él mismo el que nos impele, por una lógica que constriñe, a amar a Cristo tanto como se le ha podido odiar».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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