LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Den, más bien, como limosna lo que tienen dentro y todo será puro» Lc 11,41.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,37-41

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se puso a la mesa. Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo: «Ustedes, los fariseos, limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Den, más bien, como limosna lo que tienen dentro y todo será puro».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Como buen maestro, Jesús os ha enseñado cómo limpiar las manchas de nuestro cuerpo, diciendo: «Más bien dad como limosna lo que tenéis y todo le demás será puro en vosotros» ¡Veis bien cuántos remedios hay! La misericordia nos purifica. La palabra de Dios también nos purifica, tal como está escrito: “Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he anunciado” (Jn 15,3)» (San Ambrosio).

El pasaje acontece en Judea, probablemente en los alrededores de Jerusalén o en alguna ciudad importante donde los fariseos gozaban de mucha influencia social. El mundo judío del siglo I estaba marcado por la esperanza mesiánica y por una minuciosa atención a la pureza ritual (cf. Lv 11–15). Tras la comida pública o sabática, las abluciones antes de sentarse a la mesa no eran meras normas de higiene: expresaban pertenencia, identidad y fidelidad a la Torá. En este horizonte, fariseos y escribas custodiaban tradiciones orales (cf. Mc 7,3–4), buscando “cercar la Ley” para evitar su transgresión.

Asimismo, la región vivía bajo el dominio romano, con Herodes Antipas y el Sanedrín ejercitando poderes limitados. La religiosidad popular combinaba un noble deseo de santidad con el riesgo de formalismos.

Jesús acepta la invitación del fariseo y, sentándose a la mesa sin lavarse según el rito, provoca pedagógicamente una crisis saludable: desenmascara una piedad cosmética que pule la copa por fuera y olvida el corazón (cf. Lc 11,39; 1 S 16,7). En ese banquete —lugar de comunión— el Señor revela que la verdadera pureza nace de la misericordia: «Den, más bien, como limosna lo que tienen dentro y todo será puro» (Lc 11,41). El gesto de Jesús, lejos de despreciar la Ley, la lleva a su intención primera: el amor de Dios que purifica la raíz del obrar (cf. Dt 6,5; Os 6,6).

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo se acerca a todos y nos enseña a través de sus acciones llenas de misericordia y amor. «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores», dice el Señor, en Lucas 5,32. Para seguirlo y serle fiel, no basta observar los mandamientos, que sería equivalente a fijarse solo en lo exterior; lo más importante está en la práctica del amor. Recordemos a San Pablo, en 1 Cor 13,13: «Ahora nos quedan tres cosas: la fe, la esperanza, el amor. Pero la más grande de todas es el amor».

Jesús no condena la limpieza, sino la disociación entre manos pulcras y corazón dividido. El Maestro pronuncia una cirugía de precisión: «¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?» (Lc 11,40). La unidad del hombre —cuerpo y alma— reclama una pureza que vaya de la fuente a los afluentes. Por eso liga la purificación interior a la misericordia activa: la limosna, cuando brota “de lo de dentro”, no compra a Dios; desprende el corazón de su idolatría y lo vuelve transparente (cf. Mt 6,1–4).

Este Evangelio dialoga con otras palabras de Jesús. En Marcos 7,15: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle»; y en Mateo 23,25–28 denuncia el sepulcro blanqueado: brillo afuera, muerte adentro. San Pablo canta la misma melodía cuando describe el culto espiritual que transforma la mente (Rm 12,1–2), y Santiago recuerda que la “religión pura” es visitar al huérfano y a la viuda (St 1,27). El Salmo 51 suplica: «Crea en mí, oh, Dios, un corazón puro»; Ezequiel promete un corazón nuevo y un espíritu nuevo (Ez 36,26).

La mesa del fariseo se convierte en cátedra de libertad: Jesús nos libera de una espiritualidad de vitrinas y nos invita a una eucaristía de la vida donde la caridad limpia el vaso interior. ¿Cómo? Con decisiones pequeñas y perseverantes: reconciliarse antes de comulgar (cf. Mt 5,23–24), dar tiempo y pan al que no puede devolver, ordenar la economía doméstica según el Evangelio. El cristiano no opta entre culto o justicia: celebra a Dios con labios y con manos. Quien se sabe amado en Cristo aprende el difícil arte de parecer menos y amar más.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, Salvador nuestro, envíanos tu Santo Espíritu y fortalece nuestras intenciones de mantener limpio nuestro corazón.

Padre eterno, con la intercesión de Nuestra Santísima Madre, la siempre Virgen María, concede, por tu amor y misericordia, el perdón de las faltas de todos los difuntos, para que sean contados entre tus elegidos.

Madre Santísima, Bendita Tú, elegida desde siempre para ser santa e irreprochable ante el Señor por el amor, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Callo, Señor, y te contemplo partiendo el pan en tantas casas donde eres huésped y juez. En tus manos, la copa brilla; en tu mirada, buscas la fuente. Me quedo en silencio y dejo que tu Evangelio me desnude: no me salvas por mi pulcritud, sino por tu misericordia. «Den… limosna… y todo será puro» (Lc 11,41): palabra como espada que corta la raíz de mis ídolos.

Propongo lo siguiente: Un gesto oculto de caridad hoy: tiempo, escucha o ayuda material (Mt 6,3–4). Reconciliación pendiente: una llamada, un perdón sin condiciones (Mt 5,23–24). Orden de vida: revisar un gasto superfluo para sostener una obra de misericordia (Is 58,7–9). Oración breve al entrar y salir de casa: “Señor, límpiame por dentro” (cf. Sal 51).

Permite que mi alma sea templo donde el culto y la justicia se besen (cf. Sal 85,11). Que, al comulgar, comience a compartir; que, al decir “Amén”, mi vida responda “Aquí estoy” (cf. Rm 12,1). Y cuando vuelva a la mesa, encuentre en los ojos del pobre tu rostro eucarístico (Mt 25,40). Entonces, sin ruido, lo de fuera brillará porque lo de dentro será tuyo.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Bernardino de Siena:

«Ya enseñé que la caridad se hace con el corazón, las palabras y las obras. Nunca tendrás una excusa para esto: cuando veas la necesidad de un pobre, debes tener compasión.

Si vas al hospital y no puedes curar la pena de un enfermo, ofrécele al menos la caridad del corazón y ten compasión. Puedes darle también una caridad que le será muy apreciada: la palabra. Con la bondad de pocas palabras, aliviarás su pena. Una omisión de estas palabras no se podría excusar.  En cualquier estado o condición que veas al infortunado, puedes consolarlo. Agrada tanto al pobre la caridad con una palabra, que enseguida se reconforta y apacigua.

Escucha la Escritura Santa: “¿No calma el rocío el calor ardiente?” (Ecli 18,16). Recuerda la sensación que experimenta en tiempos de gran calor, cuando encuentras un abundante rocío a la mañana. Lo mismo, a veces, no pudiendo asistir a un pobre con los bienes de este mundo, lo sostienes con tu palabra y es renovado y consolado, aunque no fuera aliviado en su requerimiento material. Pero dices: si es sordo ¿cómo ofrecerle esta caridad? No es excusa tampoco. Puedes por lo menos coser sus vestimentas, ayudarlo a vestirse, a calentarse, ingeniarte según los medios.

Nadie es dispensado de compartir con el que lo necesita… No tienes excusa ante Dios si no lo asistes. Ofrécele la caridad con alegría».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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