«Entonces Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿Los hará esperar? Yo les aseguro que les hará justicia sin tardar» Lc 18,7-8.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: “Hazme justicia frente a mi enemigo”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, para que no venga continuamente a molestarme”». Y el Señor añadió: «Fíjense en lo que dice el juez injusto; entonces Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿Los hará esperar? Yo les aseguro que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?»
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La confianza en un “dios que hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche” es lo que debe animarnos en estos tiempos duros y difíciles, para creer en ciertos valores que, aunque no dan resultados inmediatos porque se apoyan en el amor y en el respeto a los demás, y no en la fuerza o en métodos coercitivos, han de crear a la larga un estilo de vida que sólo nosotros podemos vislumbrar, pero que ciertamente otras generaciones han de gozar. Fue esa confianza lo que mantuvo firmes a los primeros cristianos, aun cuando muchos frutos del Evangelio se recogerían siglos después» (Santos Benetti).
Hoy meditamos la parábola del juez injusto y la viuda. En este pasaje evangélico los temas fundamentales son la oración, la fe y la justicia como rostros de la misericordia y del amor de Dios. En cuanto a la oración, Jesús desea que comprendamos que todos podemos alcanzar la justicia divina clamando a Dios Padre con fe y confianza filial.
La viuda representa a todas las personas que, viviendo en la pobreza, son golpeadas por la injusticia de una sociedad indolente y utilitarismo. La viuda alcanza justicia gracias a su insistencia y fe. El juez, preocupado por su prestigio, mostró misericordia, aunque no temía a Dios ni respetaba a los hombres. De esta manera y desde una perspectiva superior, Jesús quiere que todos comprendamos cuánto más podemos esperar de la misericordia y del amor de Dios. Porque la perseverancia orante no es accesorio devocional: es el pulso de una Iglesia en camino, bajo prueba, que mantiene encendida la esperanza.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La viuda no tiene influencia, pero tiene perseverancia; no tiene padrinos, pero posee un corazón indiviso. Jesús, «para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola» (Lc 18,1). No se trata de multiplicar palabras (cf. Mt 6,7), sino de volver una y otra vez al Único necesario, con la terquedad humilde del amor. El juez injusto concede por cansancio; el Padre concede porque ama (cf. Mt 7,7-11; Lc 11,5-13). La comparación es de “menor a mayor”: si la insistencia vence la indiferencia humana, ¡cuánto más conmueve la misericordia divina!
Esta fe obstinada atraviesa el Evangelio: la cananea que no suelta el borde de la promesa (Mt 15,21-28), el amigo inoportuno a medianoche (Lc 11,5-8), la hemorroísa que toca el manto (Mc 5,25-34), el ciego de Jericó que grita más fuerte (Lc 18,35-43). En todos late el mismo secreto: la oración que persevera purifica el deseo, educa la esperanza, ensancha el corazón. San Pablo manda «orar sin cesar» (1 Tes 5,17) y «perseverar en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Col 4,2).
La pregunta final de Jesús nos despierta: ¿perseveramos o desertamos? Fe que reza sólo cuando urge no es fe adulta; es timbre de emergencia. La Iglesia aprende de su Señor en Getsemaní: «Velen y oren» (Mt 26,41). Benedicto XVI recordaba que la oración «no nos sustrae de la historia, sino que nos implica en ella» (cf. Spe Salvi 34): la perseverancia orante no huye; sostiene, discierne, transforma. Hoy, en medio de ritmos frenéticos, Jesús nos regala una brújula: orar siempre, con el aliento corto del pobre que confía.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón.
Amado Jesús, te pedimos por todas las personas que claman justicia en el mundo, para que encuentren a quienes las defiendan y apoyen en sus dificultades.
Espíritu Santo, te suplicamos nos sigas guiando, en especial, cuando atravesamos tribulaciones y riesgos, para que invoquemos a Dios Padre con confianza filial. Te pedimos que inspires a los padres y educadores para que imploren, día tras día, la sabiduría de Dios y así puedan orientar a los niños y adolescentes en el camino de la verdad, la honestidad y la hermandad. Te pedimos inspires y fortalezcas a todos los consagrados, consagradas y fieles de la Iglesia, para que anunciemos con entusiasmo y sabiduría el Evangelio que conduce a la vida eterna.
Amado Jesús, dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos, en especial, a aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Calla por un momento y escucha el roce de la fe: es un hilo que no se rompe. Mira a la viuda: vuelve, golpea, espera. Su insistencia no grita desesperación; canta fidelidad. Contempla a Cristo orante, de madrugada (Mc 1,35), en la montaña (Lc 6,12), en Getsemaní (Lc 22,39-46): el Hijo persevera, y en Él aprendemos.
Propongo lo siguiente: Un ritmo de tres toques: mañana, tarde y noche, tres minutos de súplica por la misma intención; no cambies de petición por siete días (Lc 18,1). Salmo de resistencia: reza diariamente el Sal 27 o el Sal 130; deja que su música sostenga tu espera. Vigilia breve: una vez por semana, diez minutos de silencio ante el Sagrario (o en tu rincón orante), sin pedir nada, sólo permaneciendo (Jn 15,9). Intercesión encarnada: escribe el nombre de tres personas por las que orarás un mes; acompáñalas con un gesto concreto (mensaje, visita, ayuda) (1 Tim 2,1). Ayuno de quejas: un día sin lamentos; cada impulso de queja, transfórmalo en jaculatoria: “Señor, confío en Ti”.
Permanece. La perseverancia no dobla a Dios; nos abre a su tiempo. Y el Reino, como la aurora, no se retrasa: llega a su hora, siempre fiel (Hb 10,23.37).
Hermanos: contemplemos a Dios con un escrito de Juan Casiano:
«La perfección del corazón consiste en una perseverancia ininterrumpida en la oración. En la medida en que es posible a la fragilidad humana, la oración incesante es un esfuerzo que conduce a la tranquilidad del alma y hacia una perfecta pureza de corazón. Esta es la razón por la que nos dedicamos al trabajo manual y a la búsqueda del auténtico arrepentimiento del corazón con una constancia incansable. Para que la oración sea todo lo ferviente y pura que conviene, es necesario ser fiel a los puntos siguientes. Ante todo, una liberación total de las inquietudes que vienen de la carne. Luego, ningún asunto, ningún interés o preocupación debe inquietar en la oración. Ante todo, hace falta suprimir a fondo los desórdenes causados por la ira y la tristeza. Luego, hacer morir en el interior todo deseo carnal y el apego al dinero. Después de esta purificación que conduce a la pureza y a la simplicidad, hay que asentar los fundamentos de la humildad profunda, capaz de sostener la torre espiritual, que tiene que llegar hasta el cielo. Por fin, para que sobre este fundamento repose todo el edificio espiritual de las virtudes, conviene apartar del alma toda dispersión y divagación en pensamientos fútiles. Entonces es cuando se va elevando poco a poco un corazón purificado y libre, hasta la contemplación de Dios y la intuición de las realidades celestiales».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.