LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN JUAN PABLO II, PAPA

«A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más» Lc 12,48.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,39-48

En aquel tiempo, dijo el Jesús a sus discípulos: «Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría asaltar su casa. Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre». Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?». El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimentos a sus horas? Bienaventurado el criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad les digo, que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y a las criadas, y se pone a comer y a beber y a emborracharse. Llegará el señor de aquel criado el día y la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que conoce la voluntad de su señor, pero no está preparado y no obra según su voluntad, recibirá un castigo muy severo. En cambio, el que sin conocer esa voluntad hace cosas reprobables, recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Vivir en vigilancia es vivir en la certeza de que Dios actúa en nuestra historia, es vivir abiertos a la sorpresa de su amor» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos a San Juan Pablo II. Karol Wojtila nació en 1920 en Wadowice. Desde muy joven, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba como obrero, pero en su corazón latía fuertemente su vocación sacerdotal. Fue ordenado sacerdote en 1946; en 1958 fue consagrado obispo auxiliar de Cracovia. Participó en el Concilio Vaticano II. En 1978 fue elegido papa; su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia, duró casi 27 años.

Ejerció su ministerio con incansable espíritu misionero y con una caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Juan Pablo II promovió el diálogo interreligioso, convocando a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís. Bajo su guía, la Iglesia celebró el Gran Jubileo del año 2000. Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.

Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo. Dejó como legado múltiples documentos. Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. El Papa Benedicto XVI lo beatificó el 1 de mayo de 2011 y el Papa Francisco lo canonizó, junto a Juan XXIII, el 27 de abril del 2014.

La lectura de hoy forma parte del pasaje evangélico denominado “Vigilancia ante la venida del Hijo del hombre”, en Lc 12,35-48. Hoy meditaremos los versículos del 39 al 48. La primera parte narra la parábola del dueño y el siervo. Hoy, el texto comprende dos parábolas: una sobre el dueño de la casa y el ladrón, y la segunda sobre el propietario y el administrador.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Si supiera el dueño de casa a qué hora…» (Lc 12,39). Jesús no legitima un robo: subraya la sorpresa de Dios. La vigilancia cristiana no es ansiedad, sino amor despierto. «Ustedes no están en tinieblas para que ese día los sorprenda como ladrón» (1 Tes 5,4). San Juan Pablo II repetía que la fe es «memoria del futuro»: esperamos al que viene, y esa esperanza es performativa, transforma el presente.

La parábola del oikonomos baja al taller de la vida: fidelidad es dar la ración a su tiempo (Lc 12,42), es decir, traducir la caridad en justicia concreta: pan, palabra, consuelo, corrección (cf. Ef 4,15). El contraste es dramático: si el siervo olvida al Señor y se entrega a la violencia y la embriaguez, la casa se vuelve campo de abuso (Lc 12,45). Lucas recuerda que ignorar culpablemente no excusa: «Al que sabe hacer el bien y no lo hace, peca» (St 4,17). Y talla una máxima que modela nuestra conciencia: «A quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más» (Lc 12,48; cf. Sab 6,5-6).

Resuenan otros ecos: «Estén en vela» (Mt 24,42-51); «El Hijo del hombre vendrá a la hora que menos piensen» (Mt 24,44); «Vengo como ladrón: bienaventurado el que vela» (Ap 16,15). La vigilancia cristiana tiene un centro eucarístico: el Dueño que vuelve «y los servirá” (Lc 12,37) es el mismo que «se ciñe» en la Cena (Jn 13,4-5). Benedicto XVI dirá que la esperanza cristiana «no es individualista», crea responsabilidad por los otros (Spe salvi). ¿Cómo vigilar hoy? Con la lámpara del discernimiento, la faja del servicio y la llave de la responsabilidad sobre el tiempo, el dinero, la palabra y las personas confiadas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, tú que concediste los dones apostólicos a San Juan Pablo II, concédenos a nosotros la apertura de nuestros corazones para que, purificados por tu gracia, te sirvamos con amor.

Amado Jesús, tú nos llamas a vivir con un corazón vigilante y a ser fieles administradores de los dones que nos has confiado. Sabemos que nuestra vida es un regalo, una oportunidad para amarte y servirte en cada momento. Te pedimos que nos des la gracia de vivir cada día con sentido, atentos a tu presencia y dispuestos a responder con generosidad a tu llamada.

Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones para que podamos reconocer los dones que hemos recibido y discernir cómo ponerlos al servicio de los demás.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, concede la luz de tu amor y salvación a todas las personas agonizantes y lleva al banquete celestial a todos los difuntos, en especial, a aquellos que partieron en un momento de falta de lucidez espiritual.

Madre Santísima, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Divina Gracia, ayúdanos en nuestra lucha contra el mal e intercede ante tu Hijo amado por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Calla la casa, y el corazón oye la cerradura del cielo. «Esten preparados» (Lc 12,40Cada don recibido es una llave: tiempo, palabra, talentos, personas. Mírales el rostro y repite despacio: «A quien mucho se le dio…» (Lc 12,48). No con miedo, sino con ese temblor limpio del amor. La noche no intimida; es un sacramento de espera.

Propongo lo siguiente: Ración a su tiempo: llama o visita a una persona a tu cargo (familia, trabajo, comunidad) y pregúntale qué necesita hoy; realiza un gesto concreto que alivie su carga (Mt 11,28). Vigilia breve: dedica 10 minutos antes de dormir a un examen de conciencia: ¿a quién omití servir?, ¿dónde fui duro?, ¿qué bien postergué? Haz un acto de reparación (St 4,17). Palabra ceñida: decide un límite evangélico para tu lengua: no difamar, no ironizar cruelmente, bendecir (Ef 4,29).

Permanece así, con la faja ceñida y la lámpara encendida (Lc 12,35). Si el Dueño llega en segunda o tercera vigilia, que te encuentre abriendo de inmediato: la alegría de su rostro será tu salario. Y si tarda, que te halle repartiendo pan.

Hermanos: contemplemos a Dios con un sermón del Beato Guerrico de Igny:

«“Israel, prepárate al encuentro del Señor, que viene” (cf Am 4,12). Y vosotros también, hermanos míos, “estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos penséis”. Nada más seguro que su llegada, pero también nada más incierto que el momento de esta llegada. En efecto, nos incumbe tan poco conocer los tiempos o los momentos que el Padre, en su omnipotencia, ha fijado, que hasta los mismos ángeles que lo rodean, desconocen el día y la hora (Hch 1,7; Mt 24,36). Es cierto que nuestro último día llegará; pero cuándo, dónde y cómo, nos es muy incierto; solo sabemos lo que les dijo a nuestros antepasados, que “ante los ancianos está en el umbral, mientras que ante los jóvenes se mantiene al acecho” (Bernardo)…

No haría falta que este día nos cogiera de improviso, sin preparar, como un ladrón durante la noche… Que el temor, estando alerta, nos mantenga siempre preparados, hasta que la seguridad suceda al temor, y no el temor a la seguridad. “Estaré vigilante, dice el Sabio, con el fin de guardarme de toda culpa” (Sal 17,24) no pudiendo evitar la muerte. Sabe, en efecto, que “el justo, aunque muera prematuramente, encontrará el descanso” (Sb 4,7); mucho más, triunfarán ante la muerte aquellos que no fueron esclavos del pecado durante su vida. Qué bello es, hermanos míos, qué felicidad, no sólo estar fuera de peligro ante la muerte, sino además triunfar con gloria, fuerte testimonio de su conciencia».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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