SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios» Mt 5,8-9.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según San Mateo 5,1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«En este día sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el cielo, que nos impulsa a apresurar el paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice un célebre canto espiritual: “Cuando venga la multitud de tus santos, oh, Señor, ¡cómo quisiera estar entre ellos!”. Que esta hermosa aspiración anime a todos los cristianos y les ayude a superar todas las dificultades, todos los temores, todas las tribulaciones. Queridos amigos, pongamos nuestra mano en la mano materna de María, Reina de todos los santos, y dejémonos guiar por ella hacia la patria celestial, en compañía de los espíritus bienaventurados “de toda nación, pueblo y lengua” (Ap 7,9). Y unamos ya en la oración el recuerdo de nuestros queridos difuntos, a quienes mañana conmemoraremos» (Benedicto XVI).
Hoy, la Iglesia Universal, llena de gozo, celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Desde el siglo IV, en Siria, se festejaba a todos los mártires. En el año 615, Bonifacio IV transformó un templo greco-romano en un templo cristiano dedicado a la Virgen María y a todos los santos. La fiesta de todos los santos se celebraba inicialmente el 13 de mayo, pero en el año 741, el papa Gregorio III la cambió al 1° de noviembre.
En esta Solemnidad, la Iglesia nos invita a meditar sobre el Evangelio de las Bienaventuranzas, que son el núcleo del Sermón de la Montaña en Mateo. También nos recuerda que el llamado a la santidad no es exclusivo para unos pocos, sino para todos. En la visión del Apocalipsis (Ap 7,9-14), vemos una multitud innumerable de santos, de toda lengua y nación, vestidos de blanco y alabando a Dios. Esta visión se cumple en las Bienaventuranzas, que describen el corazón del verdadero discípulo. Por ello, es necesario que cada cristiano difunda el perfume de las bienaventuranzas, un perfume de paz, de dulzura, de alegría y de humildad. Porque ellas son, definitivamente, la vida de todos los santos, llena de plenitud y felicidad.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Las bienaventuranzas, proclamadas por el Santo de los santos, son un retrato de la santidad y nos ayudan provocativamente, también, a desenmascarar nuestro yo, a trastornar la sociedad presente y futura, porque sitúan la felicidad divina donde, tal vez, nunca la buscaríamos y donde pareciera que nunca podríamos hallarla. Su comprensión modifica toda nuestra existencia.
«Bienaventurados» es el primer latido del Evangelio. No es consuelo sentimental: es decisión de pertenencia. Pobre de espíritu no es quien se desprecia, sino quien deja de pensar en sí mismo —como María: «ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48). Manso no es el pasivo, sino el fuerte que renuncia a dominar (cf. Mt 11,29). Los limpios de corazón no son ingenuos: son los que unifican deseo y verdad, y por eso «verán a Dios» (Mt 5,8). Los que tienen hambre y sed de justicia no se conforman con una ética de mínimos; arden por la santidad (1 Pe 1,15-16). Los misericordiosos rompen la cadena del merecimiento con el perdón (Ef 4,32). Los artesanos de paz se dejan herir por la paz del Crucificado (Col 1,20).
Y cuando llega la persecución, Cristo llama feliz al que permanece en Él (Jn 15,18-20). Luego, el Señor nos entrega dos golpes de timón: la verdad sin tapices —«que vuestro ‘sí’ sea ‘sí’» (Mt 5,37; St 5,12)— y el amor desarmado —«amen a vuestros enemigos» (Mt 5,44; Lc 6,27-36). San Pablo lo canta así: «No te dejes vencer por el mal; vence al mal con el bien» (Rom 12,21). Las Bienaventuranzas son la autorrevelación de Jesús (cf. Mt 5,3-10) y, a la vez, la hoja de ruta de la Iglesia. Benedicto XVI dirá que en ellas «se muestra la fisonomía espiritual de Jesús» y se nos invita a seguirle para participar de su bienaventuranza. Hoy, en la solemnidad de Todos los Santos, no admiramos vitrinas inalcanzables, sino vidas comunes atravesadas por la gracia. La santidad no es elitismo: es el “sí” perseverante que el Espíritu hace posible (1 Jn 3,1-3).
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, fuente y origen de toda santidad, que nos has otorgado venerar en una misma celebración los méritos de todos los santos, concédenos por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia.
Espíritu Santo, que la fuerza transformadora de las bienaventuranzas conquiste el corazón de la humanidad mediante tu divino soplo.
Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos donde las almas tienen la misma sonoridad y limpieza.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Calla el ruido: contempla a Jesús en el monte. Su voz no pesa: aligera. Mira sus manos: levantan. Su mirada no clasifica: reconoce. Deja que su “Bienaventurados” caiga como lluvia sobre tus sequedades. Permanece allí hasta que nazca un propósito concreto.
Propongo lo siguiente para los próximos días: escoger un ámbito donde suelas excusarte (trabajo, familia, estudio) y practicar el “sí/sí – no/no”: una palabra breve y verdadera (Mt 5,37). Reconciliarte con alguien concreto: llamada, mensaje; no discutir para ganar; escuchar para comprender (Rom 12,18). Amar al enemigo: orar por la persona que te hiere y, si es prudente, hacerle un bien silencioso (Mt 5,44). Hambre de justicia: dedicar una tarde a un servicio concreto con pobres o enfermos; que tus manos aprendan el idioma de la misericordia (Is 58,6-10). Pureza de corazón: un examen nocturno de deseos y afectos; entregando al Señor lo turbio y pedirle un corazón unificado (Sal 51,12).
Permanece luego en silencio. La santidad no es una cumbre conquistada, sino una Presencia acogida. «A quien tiene, se le dará» (Mt 13,12): a quien guarda las Bienaventuranzas en lo pequeño, el Padre le confía lo grande.
Hermanos: contemplemos a Dios con un texto del papa Benedicto XVI:
«En esta solemnidad de Todos los Santos, nuestro corazón, superando los confines del tiempo y del espacio, se ensancha con las dimensiones del cielo. En los inicios del cristianismo, a los miembros de la Iglesia también se les solía llamar “los santos”. Por ejemplo, san Pablo, en la primera carta a los Corintios, se dirige “a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro” (1 Co 1,2).
En efecto, el cristiano ya es santo, pues el bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo debe llegar a serlo, conformándose a él cada vez más íntimamente. A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano, más aún, podríamos decir, de todo hombre…
La Iglesia ha establecido sabiamente que a la fiesta de Todos los Santos suceda inmediatamente la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración a los espíritus bienaventurados, que nos presenta hoy la liturgia como “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7,9), se une la oración de sufragio por quienes nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna. Mañana les dedicaremos a ellos de manera especial nuestra oración y por ellos celebraremos el sacrificio eucarístico. En verdad, cada día la Iglesia nos invita a rezar por ellos, ofreciendo también los sufrimientos y los esfuerzos diarios para que, completamente purificados, sean admitidos a gozar para siempre de la luz y la paz del Señor.
En el centro de la asamblea de los santos resplandece la Virgen María, “la más humilde y excelsa de las criaturas” (Dante, Paraíso, XXXIII,2). Al darle la mano, nos sentimos animados a caminar con mayor impulso por el camino de la santidad. A ella le encomendamos hoy nuestro compromiso diario y le pedimos también por nuestros queridos difuntos, con la profunda esperanza de volvernos a encontrar un día todos juntos en la comunión gloriosa de los santos».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.