Morrill, historiador de fama global, se ordena sacerdote a los 78: «He bautizado a todos mis nietos»
¿Qué es lo más difícil de ser ordenado… con 80 años? Responde John Morrill en su segunda Navidad como sacerdote, historiador de fama global, diácono, padre y abuelo.
El historiador John Morrill, fue ordenado sacerdote en la Catedral de San Juan en Norwich el 21 de septiembre de 2024.
José María Carrera Hurtado
Entre los “irregulares” o “impedidos” para la ordenación sacerdotal, el Código de Derecho Canónico menciona a quien padece una enfermedad psíquica incapacitante, al que ha cometido los delitos de apostasía, herejía o cisma o incluso al que ha cometido homicidio voluntario, entre otros. Sin embargo, la edad no parece ser una objeción recogida explícitamente, por avanzada que esta sea: lo muestra John Morrill, historiador británico de fama global, converso del anglicanismo y ordenado sacerdote en septiembre de 2024, con 78 años, sirviendo actualmente en la Diócesis de East Anglia, (Inglaterra).
En un reciente artículo publicado en The Catholic Herald, Morrill repasaba brevemente sus primeros hitos y efemérides como sacerdote, el número y frecuencia de las misas celebradas, lo que más le cuesta de cada sacramento o las implicaciones del sacerdocio teniendo hijos e incluso nietos.
Por si la edad no fuera suficiente, Morrill es, además, un historiador de fama global. A su puesto de catedrático de la Universidad de Cambridge u Oxford en Inglaterra, agrega el hecho de ser una de las mentes que más ha tratado en la actualidad a la figura de Oliver Cromwell, uno de los grandes perseguidores de la Iglesia en Inglaterra y en cuya gran obra Morrill lo rotula como “el hombre valiente y malvado de la historia británica”.
Pese a lo particular de su perfil, Morrill ha escrito mucho menos de sí mismo que de personajes como Cromwell. Pero los artículos disponibles sobre su propia vocación suelen presentarle de la misma forma, un exanglicano converso, con una amplia familia y diácono permanente durante casi 30 años que tras enviudar sintió una llamada distinta de entrega y oración.
Enfadado con Dios por no existir
En una breve autobiografía publicada en el portal del Selwyn College, donde colaboró, el historiador y sacerdote recuerda sus años como “anglicano convencido”, pero también su radical crisis de fe que lo llevó a profesar un “agnosticismo atormentado”.
“Estaba muy enfadado con Dios por no existir”, escribe Morrill, que contrapone al mismo tiempo su paso por obras benéficas como las Sociedades de Ayuda a los Presos Liberados o como voluntario en los sistemas de libertad condicional, ayudando a delincuentes con largas condenas a reintegrarse en sociedad tras años de cárcel.

El padre John Morrill con sus cuatro hijas y el obispo Peter Collins, tras su ordenación sacerdotal.
Era 1977 y solo habían transcurrido dos años desde su acceso al anglicano Selwyn College cuando sufrió una experiencia de conversión en plena misa de réquiem de un fraile dominico que conoció en Oxford.
“Compartí mis dudas, llenas de ira, y sentí paz cada vez que lo hacía. Comprendí que, al hablar con él, había hablado a Dios”, escribe.
Ese año, el 8 de diciembre, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, John fue recibido en la plena comunión de la Iglesia Católica, en el templo del St Edmund’s College, en Cambridge.
Hacia el diaconado
Pasaban los años y la rabia y sorpresa daban paso a lo que recuerda como “un llamado a dar un testimonio más pleno” de su fe. Eran los primeros años de los 90, y la forma concreta en que trató de dar sus primeros pasos evangelizadores fue en plena crisis del SIDA, aconsejando y hablando con los alumnos de su tutoría, a quienes consideraban el aborto o a quienes sufrían una pérdida o duelo.
Sin embargo, hablar de todo ello no le bastaba si no podía hacerlo desde su propio credo, que muchas veces tenía que relegar a un segundo plano. Algo que cambió conforme aumentó la participación en su parroquia y comenzó a trabajar como catedrático en la icónica Universidad de Cambridge. Y entonces, conforme daba cada vez mayor cabida a un posible llamado al diaconado, Morrill solo se cuestionaba por lo que supondría esta vocación o de donde sacaría tiempo para el servicio, así como para ser un buen esposo, padre de cuatro hijas y académico.
De los mayores expertos en Cromwell
Mientras, su labor investigadora y académica no arreciaba. Tras su paso por Oxford y Stirling en los 70, Morrill se trasladó a Cambridge como profesor de Historia y más tarde a la administración del icónico Selwyn, donde llegó a ejercer como vicerrector. Más tarde fue elegido miembro de la Academia Británica, de la que fue vicepresidente entre 2001 y 2009.
Mientras, el historiador se especializaba en la figura de Oliver Cromwell, estadista y “lord protector” de Inglaterra conocido por sus masacres de católicos irlandeses. Promover el conocimiento por Cromwell y su época ocupó buena parte de los esfuerzos académicos de Morrill durante los diez años en que presidió la Asociación Cromwell.
Se calcula que Morrill ha publicado más de un centenar de libros, ensayos y artículos, lo que llevó al diácono a cosechar “una reputación académica global”, en palabras del obispo de East Anglia, Mons. Peter Collins. Ya durante la misa de ordenación del diácono e historiador, el obispo resaltó sus “montañas de libros” y “cascadas de ensayos” y remarcaba lo sorprendente de que Morrill, “el más reconocido académico cromwelliano”, fuese a ser ordenado [sacerdote] católico.
Diácono-profesor… ¿Y sacerdote-profesor?
Precisamente sobre su ordenación, pero en este caso, diaconal, Morril cuenta: “Un día le pregunté a mi párroco si sería posible ordenarme como diácono. Sí, lo era. Tras tres años de formación, fui ordenado dos semanas después de cumplir 50 años, en junio de 1996”.
En 2007, Morrill enviudó. Llevaba 27 años supervisando la educación religiosa de los adultos en la diócesis e impartiendo seminarios mensuales. Poco después de perder a Frances, el obispo de su diócesis le invitó a considerar el sacerdocio.
“Mi mente me decía [que lo hiciera], pero mi corazón era frío. Mis hijas, tras haber perdido a su madre, se oponían. Además, podía ser profesor-diácono, pero no profesor-sacerdote. Aún tenía cosas que hacer como historiador”, relata Morrill.
Tras una primera negativa e intentarlo todo por rehuir la llamada, a los 75 años, en plenas “bodas de plata” como diácono, supo que había un trabajo más al que estaba llamado.
“Hablé con el obispo y, tras 18 meses de estudio privado, fui ordenado sacerdote en septiembre de 2024”, relata.
¿Qué supone para un hombre de 78 años y tras un cuarto de siglo siendo diácono, ser ordenado sacerdote? Tras su primer aniversario de ordenación, el sacerdote rememora sus más de 400 misas celebradas, la mayoría de ellas en parroquias, comunidades religiosas, catedrales, casas y hogares o incluso monasterios como en Lourdes.
La misa y la unción, «el mayor privilegio»
También valora el paso de rezar por alguien a ofrecer una misa por su alma.
Como diácono, dice, estaba “acostumbrado a decirles a quienes comparten sus problemas que rezaría por ellos. Fácil de decir, fácil de hacer. Pero ahora, cuando alguien me dice que en el aniversario de la trágica muerte de su cónyuge descubrió que la misa había sido reservada por otra persona, puedo ofrecerme a ir a celebrarla en su casa con sus familiares más cercanos”.
La atención a los moribundos es otro de los aspectos en que más diferencia ha notado respecto de su labor diaconal. Por su nueva experiencia, puede asegurar que “la mente pierde la fe más rápido que el corazón, y si Cristo Resucitado puede entrar en un aposento alto cerrado, puede sortear una mente cerrada para llegar a un corazón anhelante”.
Esa es, para Morrill, una de las realidades que más le han marcado como sacerdote.
“Como diácono, a menudo acompañaba a los moribundos y luego tenía que llamar a un sacerdote, a veces desconocido para ellos, para ungir. Dos de las insistentes inspiraciones del Espíritu Santo a mi nueva vida se relacionaban con lechos de muerte donde no había sacerdote disponible. El mayor privilegio del último año ha sido administrar la extremaunción, en comunión con un alma indescriptible, pero capaz de recibir santo consuelo y seguridad”, subraya.
La confesión, lo más difícil
No todo es sencillo para él, que cerca de cumplir los 80 años, cuenta con unos hábitos y preferencias en ocasiones difíciles de cambiar, como puede ser en el caso de la confesión.
Como consejero en su etapa universitaria, el historiador estaba acostumbrado a conversaciones y dilemas dolorosos que abordaba uno a uno con sus alumnos. Sin embargo, hoy asegura que, como sacerdote, el confesionario y la rejilla son una de sus principales dificultades.
“Prefiero estar sentado junto a alguien, consciente del lenguaje corporal. Me cuesta. Espero estar mejorando en ayudar a los penitentes a comprender que Él nunca se esconde de ellos, y a ayudarlos a no mirarse a sí mismos, sino a su rostro de amor”.
Padre, abuelo, académico y sacerdote, «sonrisa de Dios»
Preguntado por si su experiencia como padre de familia, hijos y diez nietos, le ayuda con la confesión, responde que en nada, “salvo quizás en reconocer e insistir en que negarse a aceptar el perdón es uno de los mayores pecados”.
Conforme se acerca su segunda Navidad como sacerdote, asegura sentirse sostenido por “la santidad del pueblo de Dios” dondequiera que va. Y al mismo tiempo, dice estar «rodeado del amor de mis cuatro hijas y nietos, de entre cinco y veintitrés años, todos bautizados por mí, siete de ellos en la iglesia donde se bautizaron tres de mis hijas, las cuatro se confirmaron y dos se casaron. Para su alivio, y también para el mío, el sacerdocio no me ha convertido en un padre y abuelo menos atento y comprometido”.
La académica es otra de sus grandes facetas. Valorando la reacción de sus colegas, asegura que tan solo les preocupa que se esté retrasando la conclusión de su última, nueva e importante biografía de Cromwell, la culminación de décadas de estudio y reflexión en torno al “Lord Protector”.
“Al acercarme a mi segunda Navidad, con la esperanza de estar […] ayudando en la comida navideña para quienes de otro modo estarían solos o hambrientos, sentiré la sonrisa de Dios en mí, pues, como tantos otros, de tantas maneras, he respondido a su llamado particular”, concluye.
Fuente: religionenlibertad.com