VIERNES DE LA SEMANA I DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA I DE CUARESMA – CICLO A

«Si cuando vas a presentar tu ofrenda en el altar; te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» Mt 5,23-24.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si la justicia de ustedes no es mayor a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos. Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo les digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda en el altar; te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con tu adversario, llega pronto a un acuerdo, mientras van de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, y por el camino del amor. Es más, él mismo es el camino: lo único que debemos hacer es seguirle para poner en práctica la voluntad de Dios y entrar en su reino, en la vida eterna» (Benedicto XVI).

Esta lectura, como la de ayer, forma parte del Sermón de la Montaña, e integra un texto que va desde el versículo 20 hasta el 48, en el que Jesús interpreta y explica la Ley.

Hoy, Jesús cita el quinto mandamiento del Decálogo que condena el homicidio, señalando que el insulto y el juicio al hermano están también sujetos a castigo. Indica también que las ofrendas a Dios tienen que estar limpias de toda impureza, por ello, llama a la reconciliación con el prójimo antes de aproximarse al Altar de Dios.

Jesús precisa que no sólo está condenado el que ha matado, sino también el deseo de homicidio, al igual que toda injuria externa o interna contra el prójimo. Así mismo, el oferente debe estar reconciliado con el hermano. También, si alguien injurió al prójimo, debe conciliar con él.

Jesús, con las dos comparaciones parabólicas finales, trata de inculcar la necesidad y conveniencia de la caridad con el prójimo. Tengamos presente la muestra extrema de perdón de Nuestro Señor Jesucristo cuando en la cruz se dirigió al cielo, diciendo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,24).

Estemos, pues, atentos al clamor de misericordia que emerge de las profundidades de nuestro corazón y del corazón del prójimo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Si tienes contra alguien algo que reprocharle, perdónale. Vienes a recibir el perdón de tus faltas, es preciso que también tú perdones al pecador, porque ¿con qué rostro irás a decir al Señor: «Quítame mis numerosos pecados» si tú ni tan sólo has perdonado a tu compañero de servicios sus errores contra ti?» (San Cirilo de Jerisalén).

Jesús nos dirige nuevamente a la esencia de los mandamientos, a los fundamentos de la Ley, y lo hace de manera radical, señalando que el camino seguro para llegar a Dios es la reconciliación, en contra de las corrientes mundanas que promueven el resentimiento y la venganza.

Acerquémonos al Altar del Señor sin el peso de la enemistad y del resentimiento, reconociendo las veces que ofendemos a nuestro prójimo y pidiendo perdón con prontitud y generosidad. Así mismo, cuando nos ofendan, perdonemos siempre sin rencor, siendo generosos, comprensivos y misericordiosos. No tengamos miedo de llegar a quienes hemos ofendido y a aquellos que nos han ofendido; confiemos en que existe misericordia en abundancia, que alcanza para todos.

Frente a este desafío, conviene formularnos los siguientes cuestionamientos: ¿Cuáles son los conflictos más frecuentes que ocurren en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestros equipos de trabajo? Cuando ocurren los conflictos, ¿por qué es sencilla o difícil la reconciliación? ¿Nos reconciliamos con Dios mediante el sacramento de la penitencia? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a cumplir los mandamientos del amor y a mejorar nuestras relaciones familiares, laborales, comunitarias y con nuestro entorno.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor, concede a tus fieles prepararse de modo conveniente a las fiestas de Pascua, para que, aceptada la penitencia corporal según la costumbre, sea útil a todos para el bien de las almas.

Padre Nuestro, que en tu hijo Jesús nos otorgaste la plenitud y el cumplimiento de todos tus mandamientos de amor, haz que, con la ayuda del Santo Espíritu, podamos ver en cada persona, incluso en nuestros enemigos, el rostro misericordioso de Jesús.

Padre Nuestro, que, dejando de lado nuestra soberbia y egoísmo, procuremos la reconciliación de nuestras familias, comunidades, equipos de trabajo y en los grupos a los que pertenecemos, invocando el auxilio del Santo Espíritu que sana las heridas y renueva la vida.

Amado Jesús, te pedimos por los gobernantes del mundo entero, para que se preocupen y realicen acciones que busquen la paz entre todos los pueblos.

Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.

Santísima Trinidad, tres personas, un solo Dios, ¡a ti gloria y alabanza por los siglos! Amén.

Madre Santísima, enséñanos a encontrar ocasiones para ser generosos con nuestro prójimo e intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos al Señor con un escrito de Gregorio de Narek:

«Son numerosas mis deudas y superan toda cifra, sin embargo, no son tan sorprendentes como tu misericordia. Múltiples son mis pecados, pero son todavía pequeños, comparados con tu perdón…

¿Qué es lo que puede hacer un poco de tiniebla a tu luz divina? ¿Cómo puede una pequeña oscuridad rivalizar con tus rayos, tú que eres tan grande? ¿Cómo la concupiscencia de mi frágil cuerpo puede ponerse en la balanza con la Pasión de tu cruz? ¿Qué pueden parecer a los ojos de tu bondad, oh, Todopoderoso, los pecados de todo el universo?

He aquí que son como una burbuja de agua que, por la caída de tu lluvia abundante, desaparece inmediatamente…

Eres tú quien da el sol a los malos y a los buenos, y haces llover para los dos indistintamente. Para unos es grande la paz a causa de la espera de la recompensa; pero a aquellos que han preferido la tierra, por tu misericordia les perdonas: tú les das también un remedio de vida con los primeros; tú esperas siempre que retornen a ti».

Hermanos, digamos juntos: Dios mío, con el gozo que produce tu amor misericordioso, nos comprometemos, hoy, a identificar los resentimientos que nos separan de nuestras familias, de nuestros hermanos de comunidad, de nuestros compañeros de trabajo y de otras personas con la que nos hemos enemistado, con el fin de tender los puentes de la reconciliación.

Reconocemos que en algunos casos el desafío es enorme, pero trabajaremos, día a día, con el fin de superar los obstáculos y alcanzar el gozo de la reconciliación con plena confianza en la misericordia divina. Para hoy, pensemos en alguien a quien podemos llegar para perdonar o para pedir perdón. Pidamos al Espíritu Santo los dones para lograrlo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.