MARTES DE LA SEMANA IV DE PASCUA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA IV DE PASCUA – CICLO B

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas mi siguen, y yo les doy la vida eterna». Jn 10,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 10,22-30

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación y era invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándole, le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente». Jesús les contestó: «Se los he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas mi siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre, que me las ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Jesús nos invita a ser sus discípulos, pero para serlo debemos dejarnos atraer por el Padre hacia Él. Y la oración humilde del hijo, que nosotros podemos hacer, es: Padre, atráeme a Jesús; Padre, llévame a conocer a Jesús, y el Padre enviará al Espíritu para abrirnos los corazones y nos llevará a Jesús. Un cristiano que no se deja atraer por el Padre a Jesús es un cristiano que vive en condición orfandad; y nosotros tenemos un Padre, ¡no somos huérfanos!» (Papa Francisco).

La lectura de hoy pertenece al texto conocido como “Jesús en la fiesta de la dedicación”; sin embargo, el fragmento comprendido entre los versículos 27 y 30, parece ser la continuación del texto precedente denominado “Jesús, el buen pastor” que se ubica en Jn 10,1-21.

Los hechos que narra el pasaje de hoy ocurrieron en Jerusalén, durante la fiesta de la Dedicación o fiesta de las luces, instituida por Judas Macabeo para celebrar la dedicación del templo luego de la liberación de Israel. Esta es la última confrontación de Jesús con los judíos, cuya incredulidad fue el común denominador de la conversación. Los judíos que lo rodearon, sin fe, buscaban signos extraordinarios para creer que Jesús era el Mesías.

Así mismo, con la figura del pastor y de las ovejas, Jesús describe la íntima relación que existe entre Él y quienes escuchan su voz. Sus expresiones describen el gozo espiritual de todos aquellos que experimentan la plena unión con Nuestro Señor Jesucristo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo hace tres afirmaciones que ponen en altísimo relieve nuestra identidad como ovejas, y nuestra relación Él: escuchamos su voz, lo seguimos y no pereceremos jamás. Esta es nuestra identidad; por ello, nosotros pertenecemos a Jesús porque Jesús pertenece al Padre.

El seguimiento fiel a Jesús es un fruto del reconocimiento de su voz y de su presencia escondida en cada uno de nuestros hermanos, especialmente de los más necesitados. Es importante que estemos atentos al reconocimiento de la voz del Buen Pastor en nuestras vidas y obremos de acuerdo con su Palabra.

Queridos hermanos, meditando la lectura, respondamos lo siguiente: ¿Escuchamos la voz de Jesús a través de su palabra, del prójimo, del hermano más necesitado? ¿Es Jesús nuestro único gran guía espiritual? Cuando atravesamos una tribulación, ¿tenemos la fe para experimentar la certeza y seguridad de que Jesús está con nosotros y nos protege? Que las respuestas a estas preguntas, con la ayuda del Espíritu Santo, nos ayuden a discernir entre lo que proviene de Dios y lo que es inspiración del mundo y de la oscuridad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Al celebrar el misterio de la resurrección del Señor, te pedimos, Dios todopoderoso, que merezcamos recibir la alegría de nuestra redención.

Amado Jesús, Pastor bueno, condúcenos, con la ayuda de Espíritu Santo, a los pastos eternos, no permitas nunca que nada ni nadie nos arrebate de tus manos.

Amado Jesús, te pedimos por el Papa, los obispos, los sacerdotes y diáconos, para que puedan acompañar el rebaño con el amor de buen pastor.

Padre eterno y misericordioso, a quien suplicamos siempre con la esperanza de alcanzar misericordia, muéstrate compasivo con todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y admítelos en la asamblea de tus santos.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de André Louf:

«El cordero de Dios se ha convertido en el solo y único verdadero pastor, en el buen pastor. Es pastor, en primer lugar, porque fue cordero, porque existe una evidente proximidad, una auténtica connaturalidad entre él y los otros corderos. El conoce a sus corderos como ningún otro pastor puede conocer a los suyos porque un día quiso reunirlos y hacerse cordero en medio de ellos. Ahora bien, existe aún otra razón, más decisiva. Jesús no está solo. No está abandonado a sí mismo. El cordero no se hizo pastor él solo. Jesús, a su vez, está en las manos de otro, de una manera indisoluble, irreversible; en las manos, en los brazos, en el seno del Padre, y nadie podrá arrancarle de ahí.

Si Jesús se ha convertido en pastor del inmenso rebaño, de la infinita multitud, se lo debe antes que a nada al Padre. Jesús dice de sus corderos: “Los que el Padre me ha dado” (Jn 17,24). Jesús no posee nada, todo lo recibe del Padre. Sin embargo, el Padre no tiene nada más precioso para darle que las dos imágenes perfectas de sí mismo: el Cordero inmolado cuya sangre purifica, y el Pastor que da la vida para salvar a sus ovejas.

Jesús no es, verdaderamente, más que esto, a imagen perfecta del Padre, impronta y expresión de su sustancia, humano balbuceo del amor paterno: “Lo que el Padre me ha dado -dice Jesús- vale más que todo”. Abandonarse como una oveja en manos de Jesús, el buen pastor, es como abandonarse en monos del Padre. El Cordero inmolado está ahí para conducirnos al Pastor, el único bueno, Jesús. Y el buen pastor está dispuesto para conducirnos hacia aquel de quien él procede y del que lo ha recibido todo: el Padre.

Todo es pedagogía, todo es perspicacia divina para conducirnos al Padre. Jesús bajó a nosotros únicamente para que podamos seguirle allí arriba. Cordero, pastor, camino y puerta, él nos conduce siempre a las manos del Padre, de quien nadie podrá separarnos jamás».

Queridos hermanos: Jesús es nuestro pastor, asumamos el compromiso de seguirlo, escuchando atentamente su Palabra y convirtiéndola en acción. Nunca dejemos de pedir al Espíritu Santo los dones que nos permitan purificar siempre nuestro seguimiento a Jesús y comprender el amor que Dios Padre nos tiene a cada uno de nosotros y a toda la humanidad.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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