LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA VII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE

Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio y diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo». Mc 14,22.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 14,22-25

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio y diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo». Y, tomando en sus manos una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«¡El sacerdocio ministerial! Todos nosotros participamos en él, y hoy queremos elevar a Dios una acción de gracias común por este extraordinario don. Don para todos los tiempos y para los hombres de todas las razas y culturas. Don que se renueva en la Iglesia gracias a la inmutable misericordia divina y a la respuesta generosa y fiel de gran número de hombres frágiles. Don que no deja de maravillar a quien lo recibe…

Queridos presbíteros de todos los países y de todas las culturas, esta es una jornada dedicada completamente a nuestro sacerdocio, al sacerdocio ministerial… Hemos sido consagrados en la Iglesia para este ministerio específico. Estamos llamados a contribuir, de varios modos, donde la Providencia nos pone, en la formación de la comunidad del pueblo de Dios. El apóstol san Pablo nos ha recordado que nuestra tarea consiste en apacentar la grey de Dios que se nos ha confiado, no por la fuerza, sino voluntariamente, no tiranizando, sino dando un testimonio ejemplar (cf. 1 P 5, 2-3); un testimonio que puede llegar, si fuera necesario, al derramamiento de la sangre, como ha sucedido con muchos de nuestros hermanos durante el siglo pasado» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote, y lo hacemos con el texto denominado “Institución de la Eucaristía”, que se encuentra también en Mt 26,26-30, en Lc 22,14-20, cfr. Jn 6,51-59 y 1 Cor 11.23-25.

En la última cena, en un ambiente de traición donde se vendía la vida de un inocente, Jesús ratifica, con la institución de la eucaristía, el ofrecimiento de su vida por el rescate de la humanidad. Jesús ofrece el pan que simboliza su cuerpo: quien coma de él lo acepta en su vida. Luego ofrece la copa, que simboliza la nueva alianza, alianza del nuevo pueblo de Dios constituido por quienes lo siguen; la sangre derramada significa su muerte violenta, y beber del cáliz, implica asumir su sacrificio y comprometerse con su proyecto de vida.

Jesús toma los elementos de la antigua alianza y les otorga un vínculo íntimo e indisoluble con su persona: los contrayentes son ahora Dios y toda la humanidad. La humanidad entra en la nueva alianza gracias a la invitación de Jesús: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«Mi cielo está escondido en la pequeña hostia en la que Jesús, mi Esposo, se oculta por amor. Y de este divino horno quiero sacar mi vida; mi Salvador está en él y me escucha noche y día. Oh dichosísimo instante cuando, en tu inmensa ternura, vienes a mí, Amado mío, ¡para transformarme en ti! Esta inefable embriaguez y esta unión de corazones ¡son el cielo para mí!» (Santa Teresa de Lisieux).

Hermanos: la Eucaristía es el corazón de la Iglesia y el Espíritu Santo es el gran protagonista de toda venida de Jesús entre nosotros. Por obra del Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne en el seno virginal de María; y por obra suya se transforman el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

San Josemaría Escrivá nos dice: «Jesús, en la Eucaristía, es prenda segura en nuestras almas; de su poder, que sostiene el universo; de sus promesas de salvación, que ayudarán a que la familia humana, cuando llegue el fin de los tiempos, habite perpetuamente en la casa del cielo, en torno a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: Trinidad Beatísima, Dios único. Es toda nuestra fe la que se pone en acto cuando creemos en Jesús, en su presencia real bajo los accidentes del pan y del vino».

Pidamos al Espíritu Santo la fe que nos permita comprender la infinita riqueza de la Santa Eucaristía y unirnos de manera indisoluble con Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote, concede, por la acción del Espíritu Santo, a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido.

Amado Jesús, Sumo y eterno sacerdote, haz crecer en nosotros la fe en el amor y paternidad de Dios Padre, para que nada ni nadie nos aleje de su bondad y de los planes de salvación que Él tiene para nosotros.

Amado Jesús, autor de la Vida, tú que eres la Vida misma, otorga el beneficio de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar. Muestra Señor tu amor y misericordia con ellos y para con la humanidad.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Santo Tomás de Aquino:

«El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos para siempre en nosotros la memoria de tan grande beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su Pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su Pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras, y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia».

Queridos hermanos, estamos llamados a una unión orante y plena con Dios en la Eucaristía y en nuestras vidas. Dejemos que el Espíritu Santo nos impulse a vivir creando relaciones fraternas, y podamos anunciar a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote, con la esperanza de llegar a la meta final: la plenitud en Dios y la gloria eterna.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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