LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO C

«Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación». Mc 16,15.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 16,9-15

Jesús, que había resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Después se apareció con aspecto diferente a dos de ellos que iban caminando hacia el campo. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: «Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cada vez que celebramos la Eucaristía, después de haber escuchado la Palabra salvadora de Dios y haber recibido a Cristo mismo como alimento, tendríamos que salir a la vida – a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra comunidad religiosa- con esta actitud misionera y decidida: aunque, como a la Magdalena o a los de Emaús, no nos crean. No por eso debemos perder la esperanza ni dejar de intentar hacer creíble nuestro testimonio de palabra y de obra en el mundo de hoy» (José Aldazabal).

En el pasaje evangélico de hoy, San Marcos hace un pequeño resumen de tres de las apariciones de Jesús que hemos meditado los últimos días: la aparición a María Magdalena, la aparición a los dos discípulos de Emaús y el encuentro con los Once. El texto resalta la incredulidad y la falta de fe de los discípulos que no han sido testigos de las apariciones de Jesús; sin embargo, pese a la recriminación que reciben de Jesús, Él mismo los envía a la gran misión de proclamar el evangelio a toda la humanidad.

Nosotros, herederos de la primera comunidad cristiana y del mandato misionero, pidamos al Espíritu Santo el impulso interior y la audacia apostólica para llevar el evangelio a través de nuestras vidas.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Salmo 18,5).

El pasaje de Marcos 16,9-15 nos presenta un proceso de revelación y misión. Jesús se aparece primero a María Magdalena, quien, a pesar de su pasado, es la primera testigo de la Resurrección. Ella lleva la noticia a los discípulos, pero no le creen. Luego, Jesús se aparece a dos discípulos en el camino, y tampoco son creídos. Finalmente, Jesús se presenta a los Once, les reprocha su incredulidad y les encomienda la misión de predicar el Evangelio a toda criatura.

Este relato refleja la dificultad humana para aceptar lo extraordinario, incluso cuando proviene de testigos confiables. La incredulidad de los discípulos resalta la necesidad de una experiencia personal con el Resucitado para transformar el corazón. Jesús, en su misericordia, no abandona a sus discípulos en su incredulidad, sino que se les manifiesta y los envía.

La misión encomendada no depende de la perfección de los mensajeros, sino de la verdad del mensaje y de la acción del Espíritu Santo. Como en Hechos 1,8, donde Jesús promete: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán mis testigos hasta los confines de la tierra», la misión es universal y transformadora.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor Jesús, que en tu infinita misericordia te apareciste a los que dudaban, fortalece mi fe vacilante. Hazme testigo de tu Resurrección, no por mis méritos, sino por tu gracia. Que mi vida proclame tu victoria sobre la muerte y mi corazón arda con el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu para que, como María Magdalena y los discípulos, anuncie con valentía que estás vivo y que tu amor transforma el mundo. Amén.

Señor Jesús, te pedimos el auxilio de tu Santo Espíritu para fortalecer nuestra fe y que, a pesar de nuestras debilidades y tribulaciones, nunca nos desalentemos y miremos siempre con esperanza nuestro futuro y el futuro de nuestros países y de la humanidad.

Señor Jesús, fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros y fortalece las vocaciones de quienes desean entregar su vida a proclamar el evangelio a toda la humanidad.

Amado Jesús, te pedimos por quienes rigen los destinos de las naciones, para que cumplan su misión con espíritu de justicia y con amor, para que haya paz, salud y concordia entre los pueblos.

Amado Jesús, que podamos celebrar tu santa resurrección con tus ángeles y tus santos, y que nuestros hermanos difuntos, que encomendamos a tu misericordia, se alegren también en tu reino.

Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contempla al Resucitado que se acerca a ti, incluso en tus dudas y temores. Siente su presencia que disipa la oscuridad y enciende la luz de la esperanza. Permite que su mirada penetre en lo más profundo de tu ser, sanando tus heridas y fortaleciendo tu fe.

Como los discípulos, estamos llamados a ser testigos de su amor en medio de nuestras debilidades. Hoy, decide ser portador de la Buena Nueva: escucha con atención a quienes te rodean, ofrece una palabra de aliento, comparte tu experiencia de fe. Que cada acción tuya refleje la presencia viva de Cristo en el mundo.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo resucitado con un sermón de Guerrico de Igny:

«Oh, hermanos, “éste es el día que hizo el Señor, exultemos y alegrémonos en él”. Exultemos en su esperanza, a fin de ver y gozar en su luz. Exultó Abrahán con la esperanza de ver el día de Cristo y, por este mérito, lo “vio y se alegró”.

También tú, en efecto, si velas cada día a las puertas de la sabiduría y vigilas su umbral y haces guardia vigilante como Magdalena a la entrada del sepulcro, experimentarás, si no me equivoco, junto con la misma María, cuán verdadero es lo que se lee respecto a la misma Sabiduría que es Cristo: “Se deja ver sin dificultad por los que la aman y hallar por los que la buscan. Se adelanta para manifestarse a los que la anhelan. Quien madrugue para buscarla no se fatigará, pues la encontrará sentada a sus puertas”. Y así también él la ha prometido diciendo: “Amo a los que me aman, y los que por la mañana velen por mí me encontrarán”. Así María encontró corporalmente a Jesús, por quien velaba y a cuyo sepulcro había llegado para estar de guardia cuando todavía estaba oscuro.

Pero tú, que no debes conocer ahora a Jesús según la carne, sino según el espíritu, podrás encontrarle ciertamente con el espíritu: si lo buscas con semejante deseo se dará cuenta de ti mientras estás en oración igualmente vigilante. Di, por tanto, al Señor Jesús con el deseo y el afecto de María: “Mi alma te ha deseado en la noche, pero también mi espíritu en mi corazón; desde la mañana velaré por ti”. Di con la voz y el ánimo del salmista: “Por ti velo desde la primera luz, mi sed tiene sed de ti”, y fíjate si no te acontecerá cantar junto con ellos: “Por la mañana hemos sido saciados de tu misericordia, hemos exultado y hemos experimentado placer”».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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