LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO C

«Es el Señor». Jn 21,7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 21,1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dijo: «Me voy a pescar». Ellos dijeron: «También nosotros vamos contigo». Fueron pues y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos contestaron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la abundancia de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban solo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra, vieron unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traigan algunos peces que acaban de pescar». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo hizo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Sólo el amor reconoce. Sólo el amor está en condiciones de apartar el velo gris de lo cotidiano para intuir la presencia de Jesús… Y no hay otro poder fuera del amor» (André Louf).

El texto de hoy, de la pesca milagrosa junto al Señor, forma parte del epílogo del evangelio de Juan. El escenario de este pasaje es el mar de Tiberíades, también conocido como el mar de Galilea, una región significativa en el ministerio de Jesús. Después de la resurrección, los discípulos regresan a Galilea, su tierra natal, posiblemente buscando consuelo en lo familiar tras los eventos traumáticos de la crucifixión. En este contexto, la pesca no solo era una actividad económica, sino también una metáfora rica en significado espiritual, especialmente en relación con la misión que Jesús les había encomendado: ser «pescadores de hombres» (cf. Mateo 4,19).

La aparición de Jesús en este entorno cotidiano subraya la continuidad entre la vida ordinaria y la experiencia del Resucitado. El hecho de que los discípulos no reconozcan inicialmente a Jesús resalta la transformación que ha ocurrido en Él y la necesidad de una nueva percepción espiritual para reconocerlo. Este encuentro refleja la tensión entre la antigua vida de los discípulos y la nueva realidad que la resurrección de Jesús inaugura.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La escena comienza con una noche infructuosa de pesca, simbolizando los esfuerzos humanos sin la guía divina. Al amanecer, Jesús aparece en la orilla, aunque los discípulos no lo reconocen de inmediato. Su pregunta: «¿Tienen pescado?» resuena como una invitación a reconocer la insuficiencia de sus esfuerzos sin Él. Cuando obedecen su instrucción de echar la red a la derecha, la abundante pesca que resulta revela la eficacia de actuar según la palabra de Jesús.

Este episodio recuerda la primera pesca milagrosa (Lucas 5,1-11), donde Jesús también llama a Pedro y a otros a seguirlo. La repetición del milagro después de la resurrección reafirma la continuidad de la misión y la necesidad de confiar en Jesús. El reconocimiento de Juan: «Es el Señor», y la respuesta inmediata de Pedro, quien se lanza al agua para acercarse a Jesús, ilustran diferentes formas de amor y fe: la contemplativa y la activa.

La comida compartida en la orilla, con pan y pescado, evoca la Eucaristía y la comunión con el Resucitado. Este encuentro transforma la decepción en esperanza, la rutina en revelación, y reafirma la presencia de Jesús en lo cotidiano.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor Resucitado, que te revelas en la simplicidad de la vida diaria, abre mis ojos para reconocerte en cada amanecer, en cada tarea, en cada rostro. Que mi corazón arda al escuchar tu palabra y que mi voluntad se fortalezca para seguirte sin reservas. Permíteme, como Pedro, lanzarme hacia Ti con entusiasmo, y como Juan, discernir tu presencia con claridad. Alimenta mi alma con tu pan de vida y hazme instrumento de tu amor en el mundo. Amén.

Amado Jesús, te pedimos por quienes rigen los destinos de las naciones, para que cumplan su misión con espíritu de justicia y con amor, para que haya paz, salud y concordia entre los pueblos.

Amado Jesús, que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren consuelo y alivio en tu gloriosa resurrección. Y que nuestros hermanos difuntos, que encomendamos a tu misericordia, se alegren también en tu reino.

Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Imagina la escena: el suave murmullo del mar, el aroma del pescado asado, la calidez del pan recién hecho, y la presencia serena de Jesús en la orilla. Este momento de intimidad y revelación invita a una profunda contemplación del amor y la fidelidad de Cristo. En la rutina de la vida, Jesús se hace presente, transformando lo ordinario en sagrado. Hagamos los siguientes propósitos:

  • Reconocer a Jesús en lo cotidiano: Buscar su presencia en las pequeñas cosas: una conversación, una tarea, un momento de silencio.
  • Responder con prontitud: Como Pedro, actuar con decisión cuando sentimos el llamado del Señor.
  • Compartir el pan: Ser generosos con nuestro tiempo, recursos y amor, especialmente con los necesitados.
  • Vivir la Eucaristía: Participar activamente en la Misa, reconociendo en ella el encuentro con el Resucitado.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo resucitado con un escrito de André Louf:

«En el caso de los apóstoles, pocos días después de los acontecimientos de la Pascua y las primeras apariciones de Jesús resucitado, en cuanto se desvanece su figura luminosa, recobra su lugar la vida ordinaria. Los horizontes de Galilea aparecen cerrados para siempre y el lago recupera su aspecto sin esperar ya nada. A Pedro le vuelve el deseo de pescar y los otros discípulos le siguen y repiten el ritual monótono que ya se sabían de memoria: la barca lanzada al agua, la red desplegada, echada a la luz de la antorcha, la larga espera que deberá revelarse vana cuando el alba blanquee las crestas de las colinas. Todo se ha desarrollado ordinariamente, una esperanza de hombres, una desilusión de hombres, cruelmente triviales.

Y, sin embargo, Jesús estaba allí, pero ellos no lo sabían. No se esconde. Es perfectamente visible, de pie en la orilla. Les dirige también alguna frase, pero hasta ellos llega una voz desconocida que no les recuerda nada. Jesús está muy cerca; ellos también están en contacto con él, incluso siguen su consejo, pero no lo reconocen.

Hasta que la red se hunde brutalmente con el peso de la captura, y uno sólo, aquel al que Jesús más amaba, hace la confrontación de improviso y descubre la identidad del desconocido: “Es el Señor”. Aquel al que más amaba le ha reconocido. Sólo el amor reconoce. Sólo el amor está en condiciones de apartar el velo gris de lo cotidiano para intuir la presencia de Jesús.

Al grito de Juan: “Es el Señor”, los demás se dan cuenta enseguida. El primero Pedro, sin la menor sombra de duda, pues confía en el testimonio del que ama. Toda la Iglesia regula su paso a través del corazón y de los ojos de Juan. Ella reconoce a Jesús y da testimonio de él. Y también las dudas desaparecen con el solo testimonio del que ama. El amor barre todo, incluso las preguntas. Sólo el amor es digno de fe. Sólo el amor es ahora digno de consideración. Y no hay otro poder fuera del amor, del amor perdonado y restablecido más grande que antes, y que a su vez no se cansa nunca de anunciar el perdón».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

Leave a Comment