LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte» Mt 5,14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino para ponerla en el candelero y así alumbre a todos los de casa. Del mismo modo, alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cristo es la luz del mundo, pues en Él se ha revelado la Vida. Se ha revelado mediante la palabra del Evangelio, pero sobre todo se ha revelado mediante su muerte redentora en la Cruz. Ha ofrecido en sacrificio al Padre su vida en expiación por los pecados del mundo. Y con este sacrificio cruento Él ha vencido el pecado y la muerte. En el Gólgota aceptó la muerte, pero al tercer día resucitó y vive para siempre. Vive para darnos su Vida. De este modo, Cristo es aquella Luz, aquella Vida que ha demostrado ser más fuerte que la muerte. En Él está la Vida divina, que es Luz para los hombres. Cristo, luz del mundo, os está enviando hoy a vosotros hermanos y hermanas, descendientes de los antepasados, os está enviando a vosotros en el camino de la vida. Éste es el camino de verdad, es el camino de siempre y de la nueva evangelización…» (San Juan Pablo II).

Jesús pronuncia estas palabras en la ladera de una montaña cercana al mar de Galilea, en un contexto de gran expectación espiritual y social. Es el inicio del llamado “Sermón de la Montaña” (Mt 5–7), pronunciado ante una multitud compuesta por discípulos, campesinos, pescadores, enfermos, y curiosos, todos sedientos de sentido, cargando el peso de una existencia cotidiana marcada por la opresión romana, la marginalización religiosa y la espera mesiánica. Galilea, encrucijada de culturas, es símbolo de apertura y mestizaje, pero también de sospecha desde el punto de vista del judaísmo oficial de Jerusalén.

El pueblo está fatigado de cargas impuestas por los fariseos y saduceos, ansía un mensaje que no sea mera ley, sino fuego para el alma. En este marco, Jesús proclama que sus oyentes son «sal de la tierra» y «luz del mundo», otorgándoles una identidad elevada, no por méritos humanos, sino por la gracia de su elección. Estas metáforas remiten a elementos esenciales y transformadores: la sal que da sabor y preserva, la luz que disipa las tinieblas. Cristo no comienza su enseñanza con reproches, sino con bienaventuranzas y con una proclamación de dignidad: ustedes son. Así, desde el comienzo, el seguimiento de Jesús aparece como misión luminosa en un mundo gris, y como llamado a una vida que se entrega como antorcha en la noche.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero». Uno de los mejores frutos de la lectura orante de la Palabra de Dios es que ella se convierta en luz interior y exterior para las personas que la meditan y la hacen realidad.

«Ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo» (Mt 5,13-14). No se trata de un imperativo, sino de una afirmación identitaria: el cristiano es, por su vocación bautismal, un fermento vivo en la masa del mundo. Como la sal, está llamado a dar sabor a una existencia desabrida, a conservar los valores del Reino en medio de una sociedad que se descompone en el relativismo. Como la luz, está llamado a irradiar esperanza donde reina la sombra.

Pero Jesús advierte: la sal puede volverse insípida, la luz puede ocultarse. No basta con haber recibido la gracia, hay que custodiarla. El testimonio no es opcional. «Brille así su luz ante los hombres» (Mt 5,16), nos dice el Señor, para que, viendo nuestras obras, glorifiquen al Padre. Como escribe san Pablo: «Resplandezcan como astros en el mundo, manteniendo firme la palabra de vida» (Flp 2,15-16).

El mensaje se entrelaza con otras palabras de Jesús: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12), pero también: «Ustedes son la luz». Él nos comunica su luz, no para que la conservemos, sino para que la ofrezcamos. El alma que ama ilumina. La comunidad que sirve evangeliza. El discípulo que arde transforma. Hoy, más que nunca, el mundo necesita cristianos que no se camuflen, sino que se consuman por amor.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, te pedimos envíes tu Santo Espíritu para que los testimonios de los sacerdotes y consagrados sean sal y luz para toda la humanidad.

Amado Jesús, te pedimos que la luz de tus enseñanzas se refleje en nuestra conducta diaria, dejando de lado los miedos que paralizan.

Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Permanece unos minutos en silencio. Cierra los ojos e imagina que Cristo se acerca y te dice al oído: “Tú eres la sal… tú eres la luz”. ¿Lo crees? ¿Vives como si lo creyeras? Deja que esas palabras penetren tu alma. El mundo no necesita más discursos vacíos, sino vidas luminosas. Sé lámpara en tu hogar, en tu comunidad, en tu trabajo. Perdona con sabor a Evangelio. Ama con luz de misericordia.

Hoy, puedes escribir en una hoja: “Señor, quiero ser sal y luz”, y colocarla donde la veas cada día. Haz una obra de caridad en secreto. Reza por alguien que ha perdido el rumbo. Sé sal sin alardes, y luz sin arrogancia. El Señor no busca reflectores, sino corazones que ardan como cirios. No escondas tu lámpara bajo el miedo o la tibieza. Déjala sobre la mesa de tu vida, donde muchos, sin saberlo, encontrarán su camino por tu luz.

Contemplemos a Nuestra Santísima Madre con una homilía de San Juan Crisóstomo:

«Así como una lámpara, mientras tenga aceite, brilla y da luz, así el alma del justo, llena del Espíritu Santo, ilumina a quienes le rodean. No dice el Señor: “Sean la sal”, sino: “Ustedes son la sal”. No: “Sean la luz”, sino: “Ustedes son la luz”. Porque Él los ha hecho así por su gracia. Pero si la sal se vuelve insípida, si la lámpara se apaga, ¿de qué servirá? Nada hay más inútil que un cristiano que no vive conforme al Evangelio. Es como un faro apagado, una torre derrumbada, una fuente seca. La luz no es para ocultarse, ni la sal para guardarse. Ilumina, entonces, y da sabor, para que glorifiquen al Padre que está en los cielos».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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