LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE

«Padre… conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo» Jn 17,17-18.

 

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 17,1-2.9.14-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le confiaste. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, y son tuyos. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectamente uno, de modo que el mundo crea que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y ellos han conocido que tú me has enviado. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos, como también yo estoy en ellos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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«Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén» (Balduino de Canterbury).

Hoy celebramos a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote y lo hacemos meditando la “Oración Sacerdotal” de Jesús, que se ubicad en el capítulo 17 del evangelio de San Juan.

Nos hallamos en el Cenáculo, en las horas finales antes de la Pasión. Jesús, rodeado de sus discípulos, levanta los ojos al cielo y pronuncia su oración sacerdotal. No se trata de una súplica desesperada, sino de un cántico sublime, un testamento de amor en forma de oración. El contexto es dramático: la traición de Judas está en marcha, el peso de la cruz se aproxima, y, sin embargo, el Maestro ora, no por sí, sino por los suyos. Jerusalén, la ciudad santa, arde en tensión: la Pascua está cerca, los sumos sacerdotes conspiran, y el Sanedrín afila su veredicto. En medio de esta tormenta, Jesús se revela como el Verdadero Sumo Sacerdote, el que no ofrece corderos, sino su propio ser.

La cultura judía entendía el sacerdocio como mediación entre Dios y el pueblo. Pero Jesús supera esa visión: él es el Sacerdote, el Altar y la Víctima. En esta oración de Juan 17, Cristo intercede, consagra, y une. Intercede por sus discípulos, los consagra en la verdad, y suplica por la unidad: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). No ora por el mundo en su pecado, sino por aquellos que, estando en el mundo, han sido elegidos para ser luz en medio de las tinieblas. Así, en el umbral del Getsemaní, el Corazón del Salvador late con ternura sacerdotal.

 

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La oración sacerdotal de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote es uno de los momentos más intensos de su sagrada misión, ya que el contenido salvífico de su petición espontánea al Padre, la transmite a sus discípulos y se extiende a toda la humanidad.

A la vez, es el más grande y bello modelo para nuestras oraciones, ya que precisa el propósito de todas nuestras peticiones: la gloria de Dios. Jesús nos enseña a orar no solo por nosotros mismos, sino también por nuestros hermanos, por la iglesia universal y por todos los pastores que la guían. Jesús también ruega al Padre por nuestra unidad con la Santísima Trinidad.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico del día de hoy, respondamos: ¿Cómo oramos a Dios? ¿Dejamos que el Espíritu Santo inspire nuestras acciones cotidianas? ¿Hacemos la voluntad de Dios? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a realizar la voluntad de Dios y, con la ayuda del Espíritu Santo, podamos orar y realizar nuestras acciones para la Gloria de Dios.

¡Jesús, María y José nos aman!

 

  1. Oración

Oh, Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote, concede, por la acción del Espíritu Santo, a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido.

Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos.

Madre Santísima, esposa del Espíritu Santo, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

 

  1. Contemplación y acción

Detente en silencio. Escucha dentro de ti la voz de Jesús que ora por ti: «Padre, guárdalo… santifícalo… que sea uno conmigo». Deja que esa oración penetre tus entrañas. No eres huérfano. Eres amado, consagrado, enviado.

Hoy, toma un tiempo para orar por la unidad de tu familia, de tu comunidad, de la Iglesia. Ofrece un sacrificio por la paz entre corazones divididos. Haz un gesto de reconciliación. Relee Hebreos 7,24-27: Jesús vive para interceder por ti. No temas tus heridas: él también las tiene, y las muestra al Padre como prueba de amor.

Puedes encender una vela y, en su llama, imaginar la luz de esa oración que asciende al cielo. Cristo no ha dejado de ser Sacerdote. Cada vez que oras, él ora contigo. Cada vez que amas, él ama en ti. Sé uno con él: en tu fragilidad, está su fuerza. En tu pequeñez, está su gloria. En tu silencio, su voz resuena.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Bruno Maggioni:

«En la oración de Jesús justo antes de la pasión inminente, hay dos importantes puntos. El primero es la “turbación” de Jesús, que es indicio de un choque entre la Palabra y la existencia: un choque que no anula la Palabra ni la confianza del hombre en ella, sino que hace verdadera la Palabra y, consiguientemente, hace igualmente verdadera la respuesta misma del hombre.

El segundo dato es que, aun en medio de la angustia y el desconcierto, Jesús sigue estando firmemente seguro de ser Hijo. Pero nos parece justo insistir algo más en la oración de Jesús en Getsemaní, sobre todo en la cruda descripción que hace Marcos y Mateo. “Se postró en tierra”: postrarse en tierra es la actitud de la oración humilde, dependiente e implorante.

El hombre en su debilidad, pero también en su verdad, se sitúa frente a la omnipotencia divina, como Abrahán frente al Señor (Gén 17,3 y 17); o como Pedro (Lc 5,8) y los leprosos (Lc 5,12; 17,16) frente a Jesús. Sin embargo, en nuestro relato, Jesús ya no es el taumaturgo ante el que se postran los hombres, sino el hombre que, en su debilidad, suplica al Padre.

Getsemaní es el momento en que Jesús está en el lado del hombre que implora, no en el lado de Dios que escucha…

La oración que Jesús dirige al Padre consta de cuatro partes: la invocación (“Abba”), la profesión de fe (“tú lo puedes todo”), la súplica (“aparta de mí este cáliz”) y la aceptación de la voluntad de Dios (“pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”). Las tres primeras partes son comunes a muchas oraciones; la cuarta es original y recuerda la tercera invocación del Padrenuestro. Abba es un término de familiaridad que ya conocemos. Conmueve el que esta ternura confiada – encerrada precisamente en la expresión Abba – permanezca intacta incluso en el momento de la prueba y de la lamentación…

El silencio divino forma parte de la experiencia del hombre de estar delante de Dios. La experiencia del silencio de Dios no expresa la debilidad de la fe, sino la profundidad y la humanidad de la misma fe, y conduce al centro del hombre y de la historia; allí donde parecen contradecirse Dios y el hombre, donde Dios parece ausente o distraído, donde la muerte parece tener la última palabra sobre la vida, y la mentira sobre la verdad…

En Getsemaní habló el Padre, no con el milagro que libera de la muerte, sino con el coraje de afrontar la muerte pasando por ella. Si al comienzo del relato Jesús está angustiado y como petrificado, al final, después de haber orado, recupera la serenidad y la disposición… Este es el milagro tanto de la oración de Jesús como de la oración del hombre».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

 

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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